Una planta eléctrica que funciona con carbón en Kentucky. Los intentos de usar la captura de carbón como una estrategia climática han chocado con las búsqueda por reducir el uso de combustibles fósiles.
Las emisiones globales de gases de efecto invernadero
conformaban el equivalente a unos 30.000 millones de toneladas de dióxido de
carbono al año, excluyendo las provenientes de la deforestación y el uso de
tierras.
Preocupados por su acumulación, los científicos y legisladores que se
reunieron hicieron un llamado al mundo para reducir las emisiones de dióxido de
carbono en una quinta parte.
Desde luego, eso no sucedió.
Para 1997, cuando los diplomáticos
del clima de las principales naciones del mundo se reunieron para negociar una
ronda de reducciones de emisiones en Kioto, Japón, estas habían aumentado a
cerca de 35.000 millones de toneladas, y la temperatura de la superficie del
planeta se encontraba aproximadamente 0,7 grados Celsius por encima del
promedio de finales del siglo XIX.
Se necesitaron casi dos décadas para que ocurriera el siguiente
gran avance.
Cuando los diplomáticos de prácticamente todos los países se
reunieron en París hace tan solo dos años para crear otro acuerdo para combatir
el cambio climático, la temperatura de la superficie del mundo ya era de casi
1,1 grados Celsius por encima del promedio a finales del siglo XIX.
¿Cómo se puede convencer a los países de adoptar
estrategias costosas para dejar de utilizar combustibles fósiles cuando el
impacto potencial del cambio climático sigue siendo incierto y solucionar el
problema requiere acción colectiva?
Como la mitigación de un solo país nos
puede beneficiar a todos, los países estarán tentados a lavarse las manos y
disfrutar del resultado de los esfuerzos de otros.
Además, ninguna nación podrá
resolver el problema de manera individual.
Aun así, las vías diplomáticas del mundo —desde el llamado
ineficaz en Toronto a favor de una reducción de las emisiones hasta la reunión
cumbre en París, donde a cada país se le permitió comprometerse a contribuir
solo con lo que pudiera a la iniciativa mundial— sugieren que los diplomáticos,
legisladores y ambientalistas que intentan lentificar el cambio climático aún
no pueden lidiar con sus números despiadados.
En vez de eso, están tratando de
ignorarlos, algo que definitivamente no funcionará.
El mundo todavía se está calentando.
Tanto la NASA como la
Administración Nacional Oceánica y Atmosférica dieron a conocer la última
semana que las temperaturas mundiales del año pasado retrocedieron ligeramente
en comparación con las cifras récord de 2016 porque no se manifestó El Niño, el
fenómeno climático relacionado con el calentamiento en el Pacífico.
Mientras que el mundo se inquieta por la decisión de Donald Trump de retirar a Estados
Unidos del Acuerdo de París, yo argumentaría que el obstáculo más
grande para frenar el calentamiento implacable es cierta ilusión de progreso
que está haciendo que todos los países eviten muchas de las decisiones
difíciles que aún deben tomarse.
“Seguimos haciendo lo mismo una y otra vez, y esperamos un
resultado distinto”, dijo Scott Barrett, un experto en coordinación y
cooperación internacional de la Universidad de Columbia que alguna vez fue un
escritor principal del Pánel Intergubernamental del Cambio Climático.
Los diplomáticos del clima en París no solo reafirmaron
compromisos previos para mantener la temperatura del mundo en menos de dos
grados por encima de la que había en la era “preindustrial”, un término algo impreciso que
podría abarcar la segunda mitad del siglo XIX.
Esperando calmar a países
insulares como las Maldivas, que es probable que sean tragados por el océano en
algunas décadas, establecieron un nuevo límite “ambicioso” de 1,5 grados.
Para mantenernos dentro del límite de los dos grados, de verdad
tendríamos que empezar a reducir las emisiones globales en cuestión de máximo
una década, y después hacer más.
En medio siglo, tendríamos que averiguar la
manera de extraer enormes cantidades de carbono del aire.
Sin embargo, después de calcular el impacto que tendrían las
promesas de todos los países que formaron parte de la iniciativa colectiva
realizada en París, los expertos concluyeron que las emisiones de gases de
efecto invernadero en 2030 excederían con entre 12.000 y 14.000 millones de
toneladas de dióxido de carbono el nivel necesario para seguir estando por
debajo de los dos grados.
¿Hay mejores enfoques?
El “club del clima” propuesto por el
economista de la Universidad de Yale William Nordhaus tiene la ventaja de
incluir un dispositivo de cumplimiento que no tienen los acuerdos actuales: los
países del club, comprometidos a reducir las emisiones de carbono, impondrían
un arancel a las importaciones de quienes no son miembros para animarlos a unirse
a la iniciativa.
Martin Weitzman de la Universidad de Harvard apoya la idea de un
impuesto mundial uniforme para las emisiones de carbono, lo cual podría ser más
fácil de acordar que una serie de reducciones nacionales de emisiones.
Una
ventaja clara es que los países podrían utilizar los ingresos de esos impuestos
como quisieran.
Barret argumenta que el Acuerdo de París podría complementarse
con acuerdos más sencillos y más estrechos para frenar las emisiones de ciertos
gases —como el acuerdo de 2016, al que se llegó durante una reunión de 170
países en Kigali, Ruanda, para reducir las emisiones de hidrofluorocarbono— o
las de industrias específicas, como la aviación o la del acero.
Quizá nada de esto funcione.
El club del clima podría acabarse
si los países no miembros tomaran represalias en contra de los aranceles de
importaciones al imponer barreras comerciales propias.
Coordinar impuestos en
todo el mundo en el mejor de los casos resulta tan difícil como abordar el
problema del cambio climático.
Además, la propuesta de Barrett podría no dar
como resultado un avance en la escala necesaria para cambiar las cosas.
No obstante, lo que definitivamente no será suficiente es una
estrategia climática basada en ilusiones vanas: la propuesta de que los países
pueden ser persuadidos y presionados para aumentar su ambición de reducir las
emisiones todavía más, y de que quienes se queden atrás pueden ser señalados y
avergonzados para que acepten alinearse.
Seducidos por tres décadas de supuesto progreso diplomático
—además de precios más bajos en turbinas de viento, páneles y baterías
solares—, los activistas, tecnólogos y actores políticos que impulsan la
estrategia en contra del cambio climático parecen haber concluido que el
trabajo puede hacerse sin tomar decisiones desagradables, por lo que el grupo
está descartando opciones que sería mejor mantener a la vista.
No hay un ímpetu para invertir en la captura y almacenamiento de
carbono, puesto que se consideraría como un permiso para seguir utilizando
combustibles fósiles.
La energía nuclear, la única fuente de energía baja en
carbono que se haya utilizado en la escala necesaria, también es un anatema.
La
geoingeniería, como bombear aerosoles en la atmósfera para reflejar el calor
del sol de regreso hacia el espacio, es otro tabú.
Sin embargo, al final, lo más probable es que estas opciones
estén sobre la mesa puesto que las consecuencias del cambio climático se ven de
manera cada vez más clara.
La creencia romántica de que el mundo puede reducir
su dependencia del carbono a lo largo de algunas décadas dependiendo
exclusivamente del poder de la vergüenza, el viento y el sol cederá ante un
entendimiento más realista de las posibilidades.
Algunos países decidirán olvidar el Acuerdo de París y harán uso
de algunos jets para bombear dióxido de sulfuro en la atmósfera superior para
enfriar el mundo temporalmente.
Habrá una competencia para desarrollar técnicas
para recolectar y almacenar carbono de la atmósfera, y otra para construir
generadores nucleares a una velocidad vertiginosa.
Probablemente será demasiado tarde para evitar que las Maldivas
terminen bajo el agua, pero más vale tarde que nunca.
Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.
La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.
Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.
El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.
Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.
De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.
A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).
¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.
¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?
¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!
El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.
Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio
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