Militancia kirchnerista: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser
21-06-2016 La sensación de angustia es muy fuerte.
En muchos "soldados" de Cristina causa desazón el tener que aceptar una verdad rechazada durante muchos años
Entre ellas, la del colapso del mundo socialista entre 1989 (cuando cayó el muro de Berlín) y 1991 (cuando se disolvió la Unión Soviética).
Es verdad que los hechos tienen dimensiones diferentes.
Pero también es cierto que en este tipo de acontecimientos disruptivos surge un denominador común.
Concretamente, se hace manifiesta una sensación de desamparo, de engaño, de bochorno, de angustia, al haber profesado una fe que se demostraba falsa.
La misma ingenuidad de reconocer que, recién entonces, se había aceptado una verdad que se había elegido rechazar durante muchos años.
La misma bronca hacia los "sacerdotes" porque les habían ocultado hechos que ahora los humillaban.
El mismo dolor por ver que se terminaron las verdades inmutables.
Pero no sólo se trata -como hace tres décadas fue la desazón por el fracaso comunista- de tener que aceptar la evidencia de que el kirchnerismo fue un gobierno corrupto en su esencia.
Hay, al mismo tiempo, una nostalgia por la ingenuidad perdida.
Precisamente esto es lo que están expresando en estos días los militantes K.
Desde los más connotados, como el filósofo Ricardo Forster, pasando por gran cantidad de actores, como Pablo Echarri o Gerardo Romano, el comediante Dady Brieva, el periodista Diego Brancatelli hasta los miles de militantes anónimos que se manifiestan en las redes sociales.
Resultan bien expresivas frases tales como "es indefendible, fue obsceno; hoy para mí fue el límite, el hartazgo total" (Brancatelli), o "hemos puesto en peligro nuestro patrimonio, que es el cariño de la gente; me veo embarrado" (Echarri).
Lo que se puede percibir detrás de esas declaraciones es la convicción de que fueron bienintencionados.
De que sigue existiendo la necesidad de creer en "un proyecto nacional y popular", porque les sigue generando rechazo la opción de una "restauración neoliberal".
Esa necesidad de que haya una alternativa que les asegure que toda su militancia no fue en vano podría sintetizarse en la letra del inmortal tango "Cuesta abajo": la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
Esos mismos kirchneristas que atestaban los patios de la Casa Rosada en cada acto de Cristina Kirchner, los que llenaron la Plaza de Mayo en la multitudinaria despedida de su mandato, ahora están expresando no sólo bronca sino también nostalgia.
Extrañan los tiempos en los que parecía una verdad obvia que cualquier crítica contra el modelo K no podía ser otra cosa que la invención de un aparato mediático adicto a los poderosos.
En aquellos días en que se cultivaba "la grieta", los militantes K podían resistir todo y tenían a mano un argumento justificativo o conspirativo.
Así fuera que se les recordara que Cristina había dejado el gobierno con niveles de pobreza iguales a los de los años 90, si se les enrostraba el colapso energético, la trágica debacle del transporte ferroviario, la inmoralidad de la falsificación estadística, el bochorno de los funcionarios que se tomaban vacaciones mientras su provincia estaba inundada, siempre había un argumento para disculpar a su gobierno y trasladar las responsabilidades.
Pero los tiempos cambian y ahora, a poco del arranque de una nueva gestión, surgen hechos que se transforman un trago muy amargo de digerir para la tropa K.
Primero, la contundencia propia de las imágenes de bolsos llenos de dólares, euros, yuanes y riyales qataríes, embolsados para ser escondidos tras los muros de un convento.
Luego, el hallazgo de una bóveda -a escasos metros del altar de la capilla del monasterio- en la que entrarían cerca de 500 millones de dólares.
Todas estas cosas que van saliendo a la luz dejan una sola convicción: los tiempos de ingenuidad militante ya no volverán
En la medida que surgen más revelaciones, quienes simpatizaban con el kirchnerismo acrecientan su tristeza y desencanto.
Nadie entendió esta situación mejor que la propia Cristina Kirchner.
Es por eso que su carta tiene, en primer lugar, el mensaje directo para la militancia.
La ex presidenta, al reconocer que sus adherentes se sienten ahora como si les hubieran pegado "una trompada en el estómago" pretende salvar lo que queda de ese amor que parecía indestructible.
Pero no será fácil.
Si algo quedó en evidencia en las últimas horas es que las cosas no volverán a ser iguales.
Algo se rompió.
Para los kirchneristas, es la pérdida de la inocencia.
Para Cristina, también.
fuente
"iProfesional", 21.06.2016
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