17 jul 2017

- 6 - MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA












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En un grupo originad de esta manera, el rechazo negativo de o dado confluye con la renuencia mágica a desarrollar conductas acordes con los contenidos objetivos de la propia experiencia.

Magia y negación son variantes complementarias de esa niñez estancada y resistente a la maduración que es el extremismo revolucionario.

Y al igual que la concepción mágica de las cosas, o más bien como parte inseparable de ella, también este componente negativista del extremismo revolucionario impide a la larga que la acción originada en ella sea realmente una política.

Una política, cualquier política, implica una necesidad de crecer, de sumar, de asumir real o siquiera demagógicamente la representación de anhelos colectivos, de escalonar los propios fines en programas máximos y programas mínimos que permitan construir la mayor red de alianzas posible.

Pero el extremismo revolucionario sacrifica siempre e invariablemente estas inherencias de la política como tal a la necesidad de ser y, sobre todo, de parecer terrible.

Montoneros fue en buena medida, un producto, y a la vez un canalizador, de ambos componentes.

Un político revolucionario – que lo es fundamentalmente por su aptitud para atender a la experiencia acumulada en la historia – sabe que consignas tales como “cinco por uno, no quedará ninguno”, o “llora, llora la puta oligarquía, porque se viene la tercera tiranía” no sirven para construir una política.

Sirven, si, para presentar como propia una personalidad escandalosa que asuste a la tía Eduviges.

Los propósitos del rebelde, en realidad , no van más allá de esto. 

Mientras el revolucionario rechaza una realidad dada con el ánimo de superarla, el rebelde la rechaza con el ánimo de que su rechazo conste.

Y un rechazo proyectado al servicio de su propia constancia tiene que forzosamente directo, agresivo, clamoroso.

Aunque la agresión fortalezca a la realidad agredida y sacrifique la posibilidad de superarla; es decir, de dar al rechazo una dimensión política.

A los montoneros les tocó vivir una realmente dramática contradicción entre la mayor oportunidad jamás concedida a un grupo de izquierda en la Argentina para la construcción de un gran movimiento político y la cotidiana urgencia infantil por inmolar esa posibilidad al deleite de ofrecer un testimonio tremebundo de sí mismo.

Esta acción autotestimonial, arquetípicamente presente en cada gesto montonero, es siempre inhibitoria de la acción política.

Hacer política es desentenderse de sí mismo, trascenderse.

Un político vive primariamente atento a sus metas, no a su imagen.

Solo secundariamente atiende su imagen como algo cuyo no es absoluto sino derivado del fin.

Y una imagen elaborada en función de genuinos fines políticos nunca es terrible.

Ortega y Gasset, en un ensayo que escribió en los años ’30 sobre los argentinos, les atribuyó justa o injustamente un modo de encarar la propia vida que se asimila en cierto modo a lo que aquí se viene describiendo como una niñez estancada.

Ortega creía advertir un contraste entre los europeos empeñados en hacer, y los argentinos, empeñados en ser.

Por un lado, una vida abierta al mundo, a los demás, a una constelación de fines exteriores a ella.

Por el otro, una vida ensimismada, revertida sobre sí misma, en la que el sujeto que la vive permanece consagrado a la construcción de su propio personaje.

Un europeo en la visión de ortega, elige ser escritor porque quiere escribir. Un argentino elige escribir porque quiere ser escritor.

Esta visión puede ser acertada o no como caracterización global de los argentinos – en todo caso creo que es menos acertada hoy que en los años ’30 -, pero muerde sin duda sobre la realidad, si se enfoca con ella a la extrema izquierda, argentina o europea.

Un político revolucionario es un hombre que quiere hacer la revolución. Un militante de extrema izquierda es un hombre que quiere ser revolucionario.

Y hay considerables diferencias entre las motivaciones que llevan a construir en el mundo exterior una revolución y los que llevan a construir en uno mismo una personalidad revolucionaria.

Un político revolucionario, con su vida proyectada hacia una revolución entendida como fin que lo trasciende, está espiritual y psicológicamente disponible para asumir, a partir de la experiencia histórica, la creencia de que el camino hacia la revolución pasa por una coexistencia pacífica compatible con Willy Brandt, por un programa mínimo que lo asocie con Andreotti, o por las vías institucionales de la democracia parlamentaria y pluralista.

Para un militante de extrema izquierda, en cambio, la tarea de construirse autocotemplativamente una personalidad revolucionaria requiere otros ingredientes.

La contemplación, autopracticada o buscada en otros a propósito de uno mismo, necesita un objeto claramente visualizable, audiovisualmente más atractivo.

Mientras que en un político revolucionario la tarea de hacer una revolución le exige a veces ofrecer de sí mismo la desteñida imagen de un concejal, la de construir una personalidad revolucionaria reclama colorido, brillo, una arquitectura de signos y símbolos asimilables a la temática de los pósters.

Frente a la necesidad de hacer la revolución, que se resuelve en el universo de la política, la necesidad de dejar diaria constancia de uno mismo como revolucionario queda detenida en el universo dela imagen, reducida a pura iconografía: el birrete guerrillero, la estrella de cinco puntas, los brazos en alto enarbolando ametralladoras.

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No es necesario precisar que la descripción de este narcisismo revolucionario es también, en gran medida, una descripción de Montoneros, con su sanguinolento folklore, sus redobles guerreros, su gesticulación militar.

El narcisismo revolucionario necesita, en adición a su imagen, situaciones exteriores que la justifiquen.

Su obsesiva visualización de la realidad como fascismo responde también a la urgencia por disponer de un contorno de estímulos a los que sólo pueda responderse con conductas iconográficamente satisfactorias, con movimientos fijables en un póster de tema heroico.

En otros términos, el narcisismo revolucionario necesita, de un modo visceral y como componente de su propia identidad, situaciones de violencia.

Violencia practicada y violencia padecida. Heroísmo y martirio.

Esta imaginaria heroica, cuando se traduce a términos teóricos, construye fabulosas teologías dela violencia, concepciones que asumen la violencia, no como respuesta circunstancial a determinadas condiciones exteriores, sino como una irrenunciable manera de ser.

La violencia no es ocasionalmente aceptada como una imposición externa, sino interiorizada, entrañabilizada , vivida como la expresión de la propia naturaleza y del propio destino.

Nada ilustra mejor esta interiorización de la violencia que el abismal contraste observable entre las imágenes con que construye su iconografía el narcisismo revolucionario y las que acompañan en Italia toda recordación – plástica, literaria o cinematográfica – de la resistencia contra el fascismo y la ocupación nazi.

El partigiano rescatado por la iconografía de la resistencia es, básicamente, un civil.

El fusil o la ametralladora se agregan extrínsecamente a gastados pantalones campesinos, sacos de oficinistas, raídos sombreros de fieltro y a veces hasta corbata.

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En el partigiano presentado por estas imágenes, la violencia aparece asumida como una anormalidad, como un momento extraño al propio programa de vida.

Fue necesario tomar las armas y se las tomó, fue necesario matar y se mató, pero no como un acto de autorrealización sino como un doloroso paréntesis.

En la iconografía del narcisismo revolucionario el arma es intrínseca al personaje.

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Entronca sin solución de continuidad con el uniforme verde oliva, el birrete con la estrellita, la mirada épica.

Pasajera y puramente adjetiva en la personalidad del partigiano, la ametralladora es, en cambio, sustantiva y constitutiva a la personalidad de ese revolucionario autocontemplativo del que Montoneros mostró una de las tantas variantes latinoamericanas, quizás la más arquetípica.

Se explica así que, con el triunfo peronista en las elecciones de marzo de 1973 y el ascenso de Cámpora a la presidencia, comenzará para los montoneros un período de raro desasosiego, inadvertido al principio, pero palpable a las pocas semanas.

Legalizados, instalados de pronto en bancas parlamentarias, oficinas ministeriales y asesorías municipales, con gobernadores amigos y puntuales mozos que les servían a la cinco de la tarde el café con leche en sus despachos, se vieron repentinamente trasplantados de la de la iconografía al deslucido mundo de las concejalías.

A los pocos meses resultaba evidente, para cualquiera que los frecuentara en ese período, que no se soportaban ya a sí mismos.

Su identidad se les estaba escurriendo melancólicamente por entre los expedientes de las subsecretarías.

Se los notaba cada vez más urgidos a pedir disculpas, a dar explicaciones, a deslizar en oídos extraños confidencias revolucionariamente imperdonables sobre su parque de armas, su subsistente infraestructura militar.

La perspectiva de que sus primos hermanos del ERP los calificaran de “Reformistas” los aterrorizaba.

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En un día de agosto de 1973, se produjo un episodio menor y aparentemente policial que no atrajo demasiado la atención de la prensa.

Un joven fue sorprendido por la policía en momentos en que intentaba “levantar” un automóvil.

Hubo un tiroteo y el frustrado ladrón, herido de bala, fue internado bajo custodia en el hospital.

Horas más tardes, un grupo armado irrumpió en el hospital, inmovilizó a la guardia y rescató al preso.

Esa noche, Paco Urondo estaba invitado a cenar en mi casa, y llegó exultante. “No sabes lo contento que estoy”, me dijo. “Esa operación fue nuestra, y salió perfecta. Yo tenía miedo de que nos estuviéramos ‘achanchando’ en la legalidad. Pero lo de hoy demuestra que no es así”.

Los montoneros venían cumpliendo en aquellos momentos una acción política que presentaba todas las apariencias de una creciente madurez, desarrollando organizaciones de masas, abriéndose hacia los cuatro costados en busca de aliados, promoviendo inclusive un principio de diálogo con el ejército.

Pero aquella evaluación de Paco me produjo por primera vez la sensación de que todo iba a terminar mal.

La inserción montonera en la legalidad iba a terminar sofocada por aquella cola de paja que la acompañaba, por la creciente angustia del heroísmo en receso.

Un mes después de ese episodio, como vikingos rescatados al fin del tedio de la tierra firme para nuevas aventuras guerreras en el mar, los montoneros fueron convocados a perpetrar y asumir el 25 de setiembre de 1973, el asesinato de Rucci.

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“Era algo que necesitábamos”, me dijo algún tiempo después un montonero. “Nuestra gente se estaba aburguesando en las oficinas, De tanto en tanto había que salvarla de ese peligro con un retorno a la acción militar”.


Una vez más, los montoneros rescataban su identidad y se reencontraban consigo mismos por fuera de la política, con una acción no apuntada a buscar efectos en el mundo exterior sino revertirla sobre ellos mismos, como una autoterapia revolucionaria.

fuente
"MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA"
Capítulos 10, 11 y 12

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¡BIENVENIDOS, GRACIAS POR ARRIMARSE!

Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.

La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.

De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.