23 jul 2017

- 12 - MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA


SOY EL AUTOR DEL BLOG Y ME DIRIJO A UDS, LOS QUE PERIODICAMENTE LEEN ESTA ENTRADA, CAPÍTULOS 28/29/30.

LES HAGO NOTAR QUE QUE EL LIBRO ESTA FORMADO POR 47 CAPITULOS Y UN EPÍLOGO.

RECOMIENDO QUE SI SE QUIERE LLEGAR A UNA COMPRENSIÓN DE LA OBRA DE GIUSSANI, LO RAZONABLE Y RACIONAL ES LA LECTURA COMPLETA DE DEL LIBRO.

PUEDEN UD.. HACERLO O NO, PERO LES RECUERDO QUE PARA FORMARSE UN JUICIO CORRECTO HAY QUE CONOCER Y ANALIZAR LA TOTALIDAD DEL TESTIMONIO QUE BRINDA PABLO GUISSANI.














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La inaugural agresión del grandote se produjo, sin duda, en algún miento imprecisable de la trayectoria humana sobre la Tierra.

Y con ella irrumpió la “derecha”, en las hasta entonces inocentes relaciones entre los hombres.

La “derecha” es, más allá de sus variadas expresiones históricas, todo comportamiento que apunta a establecer una relación de uso entre un hombre y otro.

Soy un hombre de derecha si encaro mi relación con otros hombres como una relación de sujeto a objeto, relativizando sus existencias en función de la mía, imponiéndoles conductas orientadas en dirección a fines que no son los suyos sino los míos.

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El mazazo del grandote, naturalmente, se repite. 

El hombre advierte que su privilegiada musculatura le permite regularizar una relación de uso con otro hombre y concluir sus jornadas con un mismo botín de bienes arrancados a la naturaleza, ahorrándose la fatiga de salir a buscarlos.

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Pero tras la rapiña total que sigue al primer mazazo, el grandote advierte también que la continuidad del sistema le exige limitar el despojo.

No puede regularizar la relación más que a precio de asegurar la supervivencia de su esclavo, dejándole una parte de la presa.

Esta autolimitación implica, a cambio de más tiempo libre, un irritante sacrificio.

El grandote se ve constreñido a extraer de su relación utilitaria con otro hombre un volumen de bienes inferior al que le aseguraba su anterior papel de cazador solitario.

El ocio, por otra parte, ha incrementado sus necesidades de consumo en medio de un sistema de aprovisionamiento que lo obliga a reducirlo.

El grandote quiebra esta contradicción consiguiendo un segundo esclavo.

Dada su excepcional fuerza física es concebible además que logre sin otro recurso que reiterar la metodología inicial del mazazo.

Ya con dos esclavos a su servicio, el grandote y su familia desarrollan una incipiente conciencia de status.

El hombre quiere ahorrarles también a sus hijos las ya subalternas fatigas de la caza, y esto amplía ulteriormente las necesidades de consumo que los cazadores sojuzgados deben satisfacer.

Pronto se advierte que dos esclavos son insuficientes, y el grandote se arma de su maza para salir a buscar de un tercero.

El proceso naturalmente continúa, pero tiene su límite.

No es imposible que un gigante como nuestro grandote consiga sojuzgar, mediante el solo imperio de su fuerza física a tres y hasta cuatro hombres.

Pero cuando el grandote advierta la necesidad de un quinto esclavo, advertirá también las limitaciones de su propia musculatura como factor de dominación.

La necesidad del quinto esclavo, en verdad, ha de precipitar otro sensacional salto cuantitativo en la lógica de las relaciones entre los hombres.

Rendido ante la evidencia de que la fuerza desnuda no le basta para ampliar a cinco su plantel de esclavos, el grandote se ve precisado a dar ante ellos un rodeo discursivo. Tiene que apelar a la palabra.

Hasta entonces el grandote pudo ser una “derecha” muda.

El proceso de sojuzgamiento podía desarrollarse en silencio, o incluyendo en todo caso el uso de las palabras como simples prolongaciones sonoras de la musculatura, como meros expositores verbales de la fuerza en término de amenaza, de advertencia y de órdenes.

Con la incorporación del quinto esclavo, la palabra se desprende de la musculatura y cobra especificidad.

El sojuzgamiento de cinco hombres, no pudiendo originarse sólo en un acto de fuerza física, tiene que materializarse ahora en un consenso de los sometidos.

La progresiva complicación de la relación amo-esclavo, con la creciente avidez de consumo en un extremo y la consiguiente necesidad de multiplicar los brazos abastecedores en el otro, llega a un nivel en que la musculatura debe ceder el paso a la persuasión, a un esfuerzo verbal por promover consenso.

El esclavo debe ser no ya sometido a golpes, sino convencido.

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¿Pero exactamente de qué debe ser convencido?

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Cuando Kant dijo: “Obra de tal manera que el principio al que se sujete tu conducta pueda valer como principio universal” – que es, en realidad, otra manera de formular la vieja norma cristiana: “No hagas a tu prójimo lo que no querrías que éste te hiciera a ti” – estaba enunciando algo más que una norma ética.

Si bien se mira, esa exigencia de universalidad enuncia no sólo el “deber ser” sino también el “ser” de toda relación entre los hombres.

O, por lo menos, de todo sistema de relaciones que trascienda aquel primitivo nivel de convivencia en el que la musculatura podía ser el factor determinante.

En un mundo de interacciones humanas en el que la pura fuerza física está inhibida de actuar, yo sólo puedo entablar con mi prójimo una relación que él consienta.

Y para que mi prójimo la consienta, tiene que ser una relación asumible por él como algo que no lo lesiona, que aporta valores a su vida y enriquece su existencia.

Una relación en la que ambos seamos sujetos y ninguno de nosotros objeto del otro.

Sólo una relación en este tipo es universalizable. 

Sin este principio de la universalidad, la relación no se establece, no existe.

Yo sólo puedo establecer, por ejemplo, una relación comercial con mi prójimo si de ella hemos de sacar provecho ambos, si sirve a los fines de ambos y no los de uno solo con exclusión de los otros.

De lo contrario no hay relación.

El “deber ser” de la relación condiciona así, en cierto modo el “ser” de la relación.

Este acoplamiento del “deber ser” con el “ser” en el campo  de las relaciones humanas es la incómoda novedad con que tropieza el grandote del cuento cuando intenta incorporar un quinto esclavo a su servidumbre, tras agotar con los otros cuatro la validez de su propia musculatura como factor de dominio.

Para el sojuzgamiento de los primeros cuatro le había bastado reiterar una misma operación física.

El sojuzgamiento del quinto tiene que trascender el mundo de la física en un salto inevitable a la universalidad.

Este paso grandioso trae sus complicaciones.

Porque el grandote, ingresando en el firmamento de universalidad, no renuncia a establecer con aquel quinto individuo una relación de dominio, violatoria de la universalidad.

Su problema es lograr que aquel hombre acuerde a una relación lesiva de la universalidad un consenso que por naturaleza sólo puede acordarse a una relación de contenidos universales.

¿Qué hace entonces el grandote? ¿Renuncia a la universalidad?

No puede hacerlo, porque en tal caso se vería limitado a los recursos de una musculatura cuya efectividad ha llegado a su límite con el sometimiento de los primeros cuatro esclavos.

¿Acepta entonces la universalidad? Tampoco puede hacerlo por cuento implicaría renunciar al anhelado quinto sojuzgamiento.

La única opción que le queda es la de inventar una universalidad aparente, una falsa universalidad.

Y es éste el momento en que la palabra se desprende de bíceps.

El grandote tiene que verbalizar un vínculo intrínsecamente violatorio de la universalidad en términos que presente como respetuoso de ella.

Es decir, tiene que disfrazarlo de universalidad, tiene que mentir.

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Por ejemplo, tiene que presentarse a sí mismo como un enviado de los dioses y convencer al quinto hombre que servir a este delegado de la divinidad constituye una obligación religiosa cuyo cumplimiento ha de asegurarle un destino venturoso más allá de la muerte.

De este modo, una relación que sólo sirve a los fines de grandote parece servir a los fines de ambos.

Con esta falsa universalidad, el grandote logra construir por consenso un tipo de relación que ya no puede establecerse solo por la fuerza.

La “derecha”, superada su prehistoria musculosa, empieza a definirse ahora en indisoluble asociación con la mentira.

Ingresando en el mundo declarativo de la palabra, la “derecha” no puede declarar su naturaleza más que a precio de extinguirse.

No puede revelar el sistema real de relaciones que la constituyen como “derecha” más que a precio de imposibilitar el sistema.

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Mientras la falsa universalidad se genere en el reducido ámbito del grandote y sus cinco, seis o siete esclavos, es concebible que la “derecha” ejercite su propia naturaleza embustera en términos puramente maquiavélicos, si se asigna a este término su acepción vulgar, que implica la idea de una relación de uso, de sujeto a objeto, en la que el sujeto es consciente del tipo de relación que pretende instaurar con su prójimo.

En la etapa previa a las complicaciones provocadas por la inserción de la universalidad en las relaciones humanas, el sometimiento por la fuerza física dejaba en libertad la conciencia - tanto la del amo como la del esclavo -  para aprehender la realidad como tal, sin que la existencia, ausencia o modalidad alguna de esta aprehensión gravitara en la materialización del sometimiento.

La conciencia no desempeñaba papel alguno entre los factores del sometimiento, limitados aquí a la soberana y autosuficiente musculatura del grandote.

El amo sabía de qué se trataba y también lo sabía el esclavo, sin que esto posibilitara, imposibilitara, facilitara o dificultara la relación.

Producida la irrupción de la universalidad en esta relación, el grandote puede retener concebiblemente aquel estado de conciencia, pero el esclavo no.

La naturaleza de la relación tiene que llegar disfrazada a la conciencia del esclavo, a partir del momento en que el sometimiento de éste ha de definirse no ya como una mera claudicación física, sino como un acto de consenso.

Este el tipo de relación sujeto-objeto, con conciencia clara de un lado y conciencia obnubilada del otro, es precisamente el que define al sujeto maquiavélico.

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Pero si aquella primigenia “derecha” de naturaleza muscular tenía sus limitaciones, esta nueva variante de naturaleza maquiavélica también las tiene.

En ambas ocasiones se trata de una limitación numérica, referida en el primer caso al objeto (el número de esclavos)y en el segundo, al sujeto (el número de amos).

Una relación maquiavélica sólo es posible a precio de que su sujeto sea solo un individuo o un grupo muy reducido de individuos.

No hay límite para el número de las personas que pueden decir una misma verdad, pero si hay un límite  para el número de las personas que pueden decir una misma mentira.

Si a tres individuos desvinculados entre sí se los coloca frente a una mesa verde y se los invita a expresar con veracidad el color del objeto que tienen delante, cada uno dirá “verde”. Si se les pide que mientan sobre el color de la mesa, el primero dirá quizás, “azul”; el segundo, “rojo” y el tercero “amarillo”.

Para que los tres coincidieran en una misma mentira como habían coincidido en una misma verdad, sería necesario que se pusieran de acuerdo previamente acerca de lo que van a decir.

En el primer caso, la formulación de una misma verdad emana de tres individuos del objeto que tienen delante, sin necesidad de una previa interrelación conspirativa entre ellos.

En el segundo caso, la formulación de una misma mentira sólo puede emanar de esta interrelación.

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Tal interrelación, a su vez, sólo es posible si quienes participan de ella se conocen, se comunican, se consultan, se coordinan, se tienen a mano entre sí. Es decir, si son pocos.

Las posibilidades de un testimonio falso, pero de contenido unívoco, decrecen a medida que se amplía el círculo de sus sujetos, y se extingue tan pronto como el número excede las posibilidades de la interrelación conspirativa.

Todo esto, naturalmente, delimita un margen muy estrecho para los movimientos de una derecha maquiavélico (sic).

Siendo obvio que la falsa universalidad surgida ahora como factor de dominio sólo podrá motivar el consenso buscado con ella en la medida en que sea unívoca, la “derecha” no podrá maquiavélica más que a condición de ser escasa.

Distinta es la situación cuando el sujeto de la “derecha” es toda una clase social, una indefinida muchedumbre en la que resulta imposible derivar la falsa universalidad de aquella interrelación personal propia de la derecha maquiavélica.

La aparición de la clase en la subjetividad de la derecha marca el momento de un nuevo salto cualitativo en la lógica de las relaciones humanas.

¿Cómo puede constituirse, en este contexto,  una clase “dominante”?

Si la clase por ser tal, no parece estar en condiciones de generar una falsa universalidad de contenido unívoco, ¿qué posibilidades tiene de instaurar un dominio de que la existencia de una falsa universalidad se ha venido evidenciado hasta ahora como un componente crucial?

En rigor, no se trata de que la clase no pueda generar una falsa universalidad; lo que no puede hacer es generarla en términos que le permitan asumirla maquiavélicamente.

La falsa universalidad, a esta altura, deberá ser de naturaleza tal que resulte posible rendir testimonio de la verdad; es decir, sin necesidad de pasar por la interrelación conspirativa.

Y esto sólo es posible si la falsa universalidad, destinada a funcionar como “verdad” para la clase dominada, funciona también como “verdad” para la dominante.

Una clase, en suma, sólo puede dominar a condición de mentirse a sí misma, de educarse y criarse a sí misma en la mentira.

Su esfuerzo por alienar mediante la falsa universalidad a la clase sometida tiene que ser auto alienante.

La derecha maquiavélica tiene que ceder el campo a una derecha alucinada.

Quizá sea necesario aclarar ahora que la secuencia señalada entre la derecha muscular, la derecha maquiavélica y la derecha alucinada no pretende describir el desarrollo de un proceso cronológico sino el desarrollo de un concepto.

Aquellos tres momentos de la derecha no son momentos históricos sino momentos lógicos.

Y es hora de preguntar si una operación desentrañamiento lógico como el intentado hasta aquí a propósito de la “derecha” es también factible a propósito de la “izquierda”.

¿Dónde está la “izquierda” en los sistemas de relación descritos hasta ahora?

fuente
"MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA", Capítulos 28,29 y 30

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¡BIENVENIDOS, GRACIAS POR ARRIMARSE!

Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.

La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.

De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.