16 jul 2017

- 5 - MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA









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Cuando la espiral de la violencia y la contraviolencia logra efectivamente cubrir el tránsito entre el apacible colegiado uruguayo de 1963 y la feroz dictadura de Aparicio Méndez, una mentalidad evolucionada de nuestra civilización racional y atenida a los hechos visibles percibe que ha surgido, una situación nueva, distinta de la anterior. 

Que ha habido, en suma, un cambio.

Ubica además este cambio en el contexto de las relaciones causales que gobiernan los hechos visibles, y advierte que ha sido promovido, condicionado, motivado.

Los acontecimientos toman entonces un giro inesperado para las expectativas del extremismo revolucionario: la promoción del fascismo al mundo objetivo no genera adhesión a la guerrilla urbana, sino todo lo contrario. Su efecto sobre la masa no es movilizador sino inhibitorio. El hombre de la calle percibe en el extremismo revolucionario no al enemigo de la dictadura, sino al progenitor de la dictadura, el causante del cambio.

El extremismo revolucionario se defiende y argumenta: aquí no ha habido cambio alguno. Nosotros no hemos cambiado nada. El fascismo de hoy es el mismo que había antes, sólo que ahora está claro, a la vista.

La violencia guerrillera, de esta manera, no se asume a sí misma, en rigor, como una política, como una praxis, como un modo e operar sobre la realidad para producir en ella determinados cambios – pues se da por supuesto que la realidad permanece inmutable -, sino como una mayéutica aplicada, no a las cosas, sino al saber que se tiene acerca de ellas, un ritual iniciático en el que santones provistos de ametralladoras y bombas de fraccionamiento guían paternalmente a la comunidad hacia el conocimiento de realidades preexistentes.

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Si bien se mira en la lógica de esta violencia concientizante, el momento de la efectiva transformación de la realidad por vía de la lucha antifascista concreta resulta visualizado siempre como posterior al de la combatiente movilización masiva que se aspira a motivar con la previa exposición del fascismo.

Pero como ya se ha visto que esta forma de violencia es a la vez inhibitoria de la movilización que se pretende desatar con ella, resulta en los hechos que la hora de la lucha antifascista concreta queda indefinidamente postergada, proyectada aun vaporoso e inalcanzable futuro, como el de la resurrección de la carne.

Asumido como enemigo en abstracto, el fascismo jamás llega a serlo en concreto para esta praxis que va anteponiendo inacabablemente a la hora de combatirlo la tarea de provocarlo, convocarlo, preservarlo a la vista de la gente.

En esta tarea, el enemigo concreto es identificado siempre los moderados, los liberales, los progresistas, responsables de empañar y restar visibilidad al “sistema”.

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Silverio Corvisieri relata una ilustrativa conversación que tuvo en oportunidad de mantener cuando en junio de 1979, visitó com o diputado italiano la prisión de Spoleto para verificar el trato recibido por los presos.

Allí se encontró con Vicenzo Guagliardo, un  dirigente de las Brigadas Rojas, quien le señaló el contraste entre el duro guardiacárcel responsable de su sección, a quien los presos llamaban el “mariscal Pinochet”, y el director de penal, un hombre de inclinaciones moderadas que concedía liberales facilidades a los reclusos para visitar a sus familias.

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El enemigo, para Guagliardo, era naturalmente el director del penal. “Nos divide el frente”, explicaba.

En 1979, la organización terrorista Prima Linea reivindicó en Italia el asesinato del juez Emilio Alessandrini con un documento en el que señalaba como justificativo del crimen la eficacia del magistrado. Alessandrini un progresista, debía ser eliminado porque siendo un buen juez, fortalecía la credibilidad del Estado.

El golpe militar que derrocó en Chile al gobierno de Unidad Popular fue saludado como un acontecimiento positivo por algunos ambientes de le extrema izquierda europea.

Tal fue en Italia la reacción de Lotta Continua, que había aportado su grano de arena a las motivaciones de golpe con su colecta realizada bajo la consigna de “armas para el MIR”.

Lotta Continua recibió con preocupación, días después de golpe, la versión de que un sector del ejército chileno marchaba sobre Santiago bajo el mando del general Prast en defensa del derrocado régimen constitucional.

A juicio de este grupo, se trataba de militares burgueses que intentaba arrebatar al proletariado chileno una revolución que ahora tenía finalmente abierto el camino tras la cada del “gobierno-freno” de Salvador Allende.

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En julio de 1966, días después del golpe militar que derribó al gobierno de Illia en la Argentina, un activista estudiantil con el que yo había tenido algunos tratos durante mi pasada militancia política se me acercó en un café de la calle Corrientes, donde solía reunirme al caer la noche con otros periodistas.

“Un viejo amigo te quiere ver”, me dijo hablándome conspirativamente al oído. “Si me acompañas, podemos encontrarnos con él ahora”.

Salimos juntos del café y recorrimos cuatro cuadras en silencio hasta llegar al centro de la plaza Talcahuano.

Allí, parado junto a un ombú cuyo follaje lo protegía de la escasa iluminación circundante, estaba Joe Baxter.

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Líder de una pasada escisión de izquierda en la organización ultraderechista “Tacuara” y futuro líder de una escisión populista en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Baxter acababa de llegar clandestinamente a la Argentina luego de hacer su experiencia de combatiente revolucionario en Vietnam y de pasar un tiempo complotando en Montevideo.

Días antes, el flamante régimen militar del general Juan Carlos Onganía había producido su primera muestra de brutalidad, interviniendo violentamente la Universidad nacional de Buenos Aires en lo que habrá de ser recordado como “La noche de los bastones largos”.

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“¡Lo que está ocurriendo en la Argentina es estupendo!”, me dijo Baxter. “¡Finalmente empiezan a darse las condiciones para la revolución!”.

Esta conciencia jubilosa del fascismo en eclosión, común a las reacciones de Baxter ante la caída de Illia, de Lotta Continua ante el derrocamiento de Allende y de Guagliardo ante la providencial presencia de un Pinochet penitenciario que “unificaba el frente”, fue también el excitante que en 1970 llevó a montoneros a irrumpir en el escenario argentino asesinando al general Pedro Eugenio Aramburu.

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He escuchado decenas de explicaciones montoneras de las motivaciones que precipitaron este crimen, y todas ellas coincidían en aquella invariable exaltación de la “claridad” que aportan los halcones cuando devoran a las palomas.

El fascismo, por fin, estaba allí, presente y a la vista en el uniforme del general Onganía, despertando conciencias que habían quedado dormidas bajo el blando gobierno de Illia.

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Después del “Cordobazo”, sin embargo, comenzó a cobrar consistencia en el seno del ejército argentino una corriente militar liberal que, con Aramburu como figura alternativa, se fue distanciando de Onganía en busca de una apertura política.

En los primeros meses de 1970, ya había inorgánicas deliberaciones castrenses, contactos tomados con las proscriptas fuerzas políticas y viajes de discreto emisarios a Madrid, signos todos de que el rumbo de la “Revolución Argentina” estaba por ser torcido hacia un proceso de democratización que contemplaba inclusive, por primera vez en quince años, el reconocimiento legal del peronismo.

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Ha ocurrido siempre y en todas partes: jóvenes nacidos en familias de clase media más o menos acomodadas, que por su origen social tienen acceso a estudios superiores, librerías de moda, bibliotecas, conversaciones sofisticadas en las que se habla de alienación, de Marx, de Marcuse o de lucha de clases, y que un buen día, a la luz de las nociones bien o mal absorbidas de este contorno, tienen una súbita percepción de la falsedad, la hipocresía, la inmoralidad fundamental en que descansa la vida de sus padres.

Esa percepción lleva a una primera sensación de repugnancia, de rechazo por ese mundo cuyo símbolo inmediato y cotidiano es papá.

“Caro papá”, la película de Dino Risi, describe con gran acierto este pequeño y emblemático drama familiar de un adolescente que, de pronto, se ve repelido hacia un submundo de marginación seudorevolucionaria por un padre que acumula millones de dólares en oscuros tratos transnacionales invocando a cada paso su pasado de partigiano.

Este rechazo, en sí mismo, no es negativo. Está bien que una fortuna construida sobre el hambre de braceros sicilianos, mineros chilenos o indocumentados mexicanos repugne a un adolescente de este estrato social, aun cuando sea su familia el marco en el que esta realidad se le manifiesta.

Pero en siete casos de cada diez, esta naciente conciencia de rechazo surge con adherencias del medio social que le sirve de marco.

Es un rechazo que retiene porciones del mundo que rechaza, gustos, inclinaciones y prerrogativas de clase que impiden dar a ese primer momento de repulsión proyecciones revolucionarias.

Y el rechazo, a la postre, se queda en mera rebeldía.

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Un revolucionario es, por lo pronto, un individuo política, ideológica y culturalmente independiente.

Tiene sus propios fines, su propia tabla de valores, su propio camino.

Y cuando da un paso, lo da arrastrado teleológicamente hacia adelante por aquella objetiva constelación de fines y valores que lo trasciende.

Un rebelde, en cambio, vive de rebote. La dirección de sus movimientos no está marcada por metas que lo atraen sino por realidades dadas que lo repelen.

Y la repulsión desnuda, la repulsión vivida como un absoluto y no como un momento derivado de una previa percepción de valores y objetivos que califican de rechazable lo rechazado, se resuelve en un puro negativismo.

La negación en su variante absoluta, es un modo de depender de lo negado.

El joven rebelde, carente de una tabla de valores propia, necesita conocer la tabla de valores de sus padres para construir por inversión  la suya.

Si su rebeldía se expresa en la indumentaria, ruborizará a su padre presentándose desgreñado, grasiento y con deshilachados jeans en las recepciones que ofrece su familia.

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Si se expresa a través de la literatura escribe versos obscenos que escandalicen a la tía Eduviges.

Y si se expresa en términos políticos, las opciones del joven rebelde no serán otras que las del entorno familiar asumidas con signo invertido.

En mis tiempos, por lo menos, este rechazo negativista consistente consistente en poner  cabeza abajo la escala de valores de papá e cumplía en el terreno político a través de la siguiente operación: el adolescente se preguntaba qué era lo que papá más temía y detestaba en el campo político.

La repuesta era, generalmente: “el comunismo internacional”.

Y el joven rebelde, en consecuencia, corría a inscribirse en el Partido Comunista.

Pero esta afinación fundada en la mera inversión mecánica del anticomunismo paterno reviste peculiares modalidades.

Bajo el rótulo de “comunismo”, nuestro joven rebelde asumía como su propio destino político no lo que el comunismo era, sino la imagen negativa que tenía del comunismo su padre.

Papá creía que los comunistas eran inescrupulosos, y nuestro joen rebelde posaba de inescrupuloso. Papá creía que los comunistas eran sanguinarios y violentos, y nuestro joven rebelde posaba de sanguinario y rebelde. Papá creía que los comunistas negaban los valores fundamentales de la familia, y nuestro joven rebelde abogaba por el amor libre y la lucha contra el autoritarismo paterno.

El comunismo que nuestro joven rebelde abrazaba no era sino una antología en negativo de los juicios o prejuicios anticomunistas de su familia.

Pero una vez ingresado en el PC, el joven rebelde se encontraba con la sorpresa de que los comunistas no eran así. Los descubría pacíficos y rutinarios, cumplidores de horarios y amantes de la vida familiar. Por momentos, hasta se parecían a papá.

Sobrevenía entonces el desencanto, y el joven rebelde traducía su frustración en dos actitudes posibles: o abandonaba el partido para canalizar su rebeldía por otros conductos, eventualmente la droga o la cultura beat, o permanecía un tiempo más en el partido para generar una escisión colectiva de extrema izquierda.

Gran parte del extremismo revolucionario ha tenido este origen.


fuente
"Montoneros la Soberbia Armada", Capítulos 7, 8 y 9

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¡BIENVENIDOS, GRACIAS POR ARRIMARSE!

Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.

La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.

De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.