15 jul 2017

- 4 - MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA









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Yo había olvidado aquella historia de los cerdos apaleados para calmar el río, hasta que la reviví de pronto, a principios de la década de 1970, en una sugestiva asociación de ideas, al observar las tortuosas relaciones que se desarrollaban en esos años entre los montoneros y el general Perón.

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Eran relaciones plagadas, también ellas, de secuencias absurdas entre estímulos y repuestas, entre pasos a la derecha por parte de Perón  reacciones aprobatorias desde la izquierda, acompañadas de bizantinas explicaciones, por parte de los montoneros.

Las explicaciones respondían siempre, en lo esencial, a un mismo esquema básico, consistente en degradar cada paso estratégico de Perón al rango de un paso táctico, como un modo de preservar en la trabajosa visualización de viejo líder el mito de una estrategia exquisita y secreta, encaminada por sabios meandros y hábiles rodeos a la liberación nacional.

Una cosa que me intrigaba era precisamente la insólita y casi maniática insistencia con que los términos táctica” y “estrategia” aparecían reiterados en el lenguaje montonero.

Y finalmente llegue a la conclusión de que ambas expresiones estaban disociadas de su acepción clásica en el vocabulario político convencional, y convertidas en fórmulas rituales de alusión a esa dicotomía mágica entre un mundo de realidades invisibles y un mundo de visibilidades irreales.

Había así, un Perón “táctico”, inmerso en la irrealidad de lo visible, audible, palpable y verificable, que tenía de confidente y delfín a López Rega, bendecía a la derecha sindical y prometía con un guiño convertir a la Argentina en un país "socialista"… como Bélgica.

Y detrás de él estaba el Perón “estratégico” y verdadero, provisto de una realidad secreta a la que sólo tenía acceso ritual los iniciados, un formidable y gratificante Perón-duende que era invisible, inaudible, impalpable e inverificablemente revolucionario.

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En esos años circulaba un chiste en el que Mario Firmenich instantes antes de morir fusilado por orden de Perón unto con los demás integrantes de la conducción montonera, decía con entusiasmo a sus compañeros de infortunio: “¿Qué me dicen de esta táctica genial que se le ocurrió al Viejo?”

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A esta altura, han muerto o “desaparecido” ya millares de montoneros, como resultado de una represión cuya metodología fue de algún modo delineada por el mismo Perón, cuando éste autorizó en 1973 la utilización de “cualquier medio” para poner fin a la infiltración de izquierda en su movimiento.

Los montoneros velaron a todos sus muertos, y aún hoy rinden homenaje a su memoria, bajo la consigna de “hasta la victoria, mi general”, en lo que de alguna manera viene a ser una trágica reproducción de aquel chiste en el terreno de los hechos.

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Si la conciencia hechicera descripta aquí como contenido de un particular tipo de relación con Perón fuera sólo una peculiaridad de los montoneros, sería de un valor teórico bastante relativo y de muy escasa utilidad para la comprensión de esa franja más amplia de fenómenos políticos que incluye al terrorismo en general o a la ultraizquierda genéricamente considerada.

Pero la verdad es que el análisis de cualquiera de estas manifestaciones acaba por descubrir en ellas un común trasfondo de magia que lleva a considerarlas como residuos de una mentalidad históricamente remota o limitada hoy como fenómeno normal a ciertas etapas de la niñez.

En 1963, el Uruguay todavía era “la Suiza de Sudamérica”.

Bajo un inocuo gobierno colegiado, cuyos innumerables defectos no incluían, por cierto, el de ser opresivo, preservaba su orgullosa democracia en medio de dictaduras que se sucedían en el resto del subcontinente.

Las libertades de expresión y de asociación gozaban de plena vigencia, los estados de sitio y las campañas por la excarcelación de los presos eran exotismos que la prensa sólo en sus páginas de información internacional, y la escasa policía local observaba con escrupulosidad la prohibición de practicar allanamientos después de la caída del sol.

En ese Uruguay y en ese año, Raúl Sendic dirigía ya a sus compatriotas llamados a la resistencia contra lo que describía como un régimen “fascista”.

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En ese mismo año guerrilleros y armamentos eran desembarcados sobre las costas de Venezuela para alimentar una guerra antifascista contra el gobierno constitucional, democrático y pluralista de Rómulo Betancourt.

También en 1963 se abría en medio de las dictaduras que asolaron a la Argentina durante los últimos 50 años un raro y reluciente paréntesis de libertades públicas y respeto de os derechos humanos bajo el manso gobierno de Arturo Illia.

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Ese paréntesis fue el momento elegido por el “Comandante Segundo” para lanzar desde Salta una “guerra de liberación”.

En 1977, las calles de Italia exhibían pintadas firmadas por la Autonomia operaia, en las que el nombre del entonces primer ministro Guido Andreotti, aparecía seguido por una cruz gamada, con el signo “igual” interpuesto entre ambos.

Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Bentacourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista.

Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millones de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo.

En todos ellos estaba funcionando a tambor batiente el mecanismo de las secuencias locas entre estímulo y respuesta.

¿Qué diferencia hay entre responder al inofensivo colegiado uruguayo con una “guerra popular antifascista” y responder a la crecida del río con bastonazos a los cerdos?

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El extremismo revolucionario no ignoraba en 1963 que el Uruguay visible y verificable rebasaba de libertades y garantías constitucionales.

Pero explicaba: el detalle de que el fascismo no se vea no significa que no exista. Lo que ocurre es que está enmascarado. Es una de sus malditas astucias.

Estas instituciones democrática no son sino apariencias, un disfraz del que se sirve para confundir a la gente.

El razonamiento, mil veces repetido y mil veces escuchado a lo largo de las dos últimas en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana, continuaba con la presunción de que, si todo el pueblo tomaba conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas, respondería en masa al llamado a la resistencia.

¿Qué hacer pues? El extremismo revolucionario sentenciaba: “Hay que desenmascarar al fascismo”.

Y el primer paso de este desenmascaramiento era la denuncia, el intento de “concientizar” a la gente y de abrirle los ojos sobre la verdad del enemigo emboscado.

Pero como ocurre que el pueblo uruguayo – como el argentino, el venezolano o el italiano – es, después de todo, una parcela de nuestra evolucionada civilización racionalista y atenida a los hechos visibles, resulta difícil convencerlo de que un fascismo invisible, no registrable entre tales hechos, existe.

Y, entonces, ¿qué debe hacerse? La fórmula del extremismo revolucionario: obligar al régimen a desprenderse de su máscara, llevarlo a una situación en la que le resulte imposible mantener en pie sus apariencias democráticas, forzarlo a mostrarse en toda su ferocidad.

La mayor parte de la violencia guerrillera en los últimos 20 años empezó por no ser otra cosa que la instrumentalización de esa consigna.

La violencia encarada como estímulo de una contraviolencia concientizante, como modo de llevar al plano de la objetividad visible un fascismo que de otro modo no alcanzaba a ser materia de persuasión en un mero intercambio discursivo entre subjetividades.


fuente
"Montoneros la Soberbia Armada" capítulos 4,5 y 6

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¡BIENVENIDOS, GRACIAS POR ARRIMARSE!

Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.

La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.

De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.