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Pero
los jerarcas se equivocaban. Tal por lo menos, la conclusión que parece
inevitable si se analizan los pasos dados por Perón entre 1943 y 1946, el
período de su accidentada marcha hacia el poder.
Su
choque con la unión Industrial, en rigor, fue menos un efecto buscado que la
frustración de una línea política orientada en otra dirección.
Producido
el golpe de 1943, Perón eligió para sí la oscuridad del entonces irrelevante
Departamento de trabajo, en lo que la posterior mitología peronista habría de
rescatar como una prueba de su identificación con la causa obrera.
Se
trataba, en efecto, del área más indicada del aparato estatal para entrar en
contacto con los trabajadores.
Pero
también el organismo estatal más apropiado para tomar contacto con todas las
expresiones corporativas de la sociedad argentina, incluida, desde luego la
clase obrera organizada, y la historia de ese período presenta fuertes
indicaciones de que fue ése precisamente el motivo que guió a Perón en su
elección tal puesto.
Su
actuación al frente del Departamento de Trabajo, y de la posterior Secretaría de trabajo y
Previsión, se desarrolló en dos vertientes, con Perón como interlocutor de los sindicatos
obreros en una de ellas y de las asociaciones empresarias en la otra.
Vale
la pena releer los discursos pronunciados por Perón en esa etapa de su carrera
política.
Son
piezas oratorias que lo muestran claramente desdoblado en dos personajes, por
momentos hasta contradictorios, según actuara en una u otra vertiente.
En
su contacto con los trabajadores recurría a un lenguaje retórico, demagógico,
manipulatorio.
En
su relación con el empresariado, Perón se abría, se exteriorizaba, exponía su
plan político.
Este
es quizás el primer dato significativo para reconstruir l papel histórico de
Perón más allá de la mitología: su primera enunciación de un proyecto político claramente
articulado tiene por marco la vertiente número dos, la de su diálogo con los
empresarios.
O,
por lo menos, se trata del primer ámbito en el que enuncia un proyecto político
desde aquella base de apertura hacia la Argentina corporativa que es el
Departamento de Trabajo, ya que antes de 1943 lo había hecho privadamente ante
oficiales del ejército y un grupo muy seleccionado de civiles, a su retorno de
Italia.
Un
proyecto que he venido rumiando y postergando desde que me establecí en Roma es
el de rastrear todos los pasos dados por Perón en la etapa italiana de su vida.
Quería
excavar cuantas referencias a Perón pudiera haber en documentos políticos y
militares de la época así como localizar e interrogar a los pocos testigos que
quedaran aún con vida acerca de lo que hizo en este país aquel oficial
argentino incorporado durante do años al cuerpo alpino del ejército italiano.
Los
datos disponibles de aquel período tan oscuro como crucial en la existencia de
Perón son temiblemente confusos y plagados de contradicciones, pero de
cualquier manera parece seguro que partió con destino a Europa en febrero de
1939.
Menos
seguras son, en cambio, las versiones existentes sobre las finalidades del
viaje.
En
declaraciones formuladas tres décadas más tarde al historiador Félix Luna,
Perón explicaría su traslado a Italia como una misión que le confió el
Ministerio de Guerra para estudiar sobre el terreno lo que parecía ser una situación prebélica en el Viejo Mundo.
“En
enero de 1937”, recuerda Perón a principio de 1969 en su diálogo grabado con
Luna, “yo regresó de Chile, donde había sido agregado militar. Estaba en la
División Operaciones del Estado Mayor General y era a la vez profesor de Historia Militar en la
Escuela Superior de Guerra – Historia Militar es estrategia, en realidad de verdad
-. Bien me llamaron entonces al Ministerio de Guerra y me dijeron que la
impresión que tenían era que se venía la guerra; la información que mandaban en
ese sentido los agregados militares era reducida, limitada a aspectos técnicos,
y no daba la ministerio la sensación real de lo que estaba sucediendo en
Europa; el ministerio necesitaba tener información cabal de ese proceso
sangriento y apasionado que sería la guerra. Me mandaron, pues, en misión de
estudios y me dijeron que eligiera el país adonde iría. Yo elegí Italia por una
cuestión personal: porque hablo el italiano tanto como el castellano… ¡a veces
mejor…!.
Igual
explicación de aquel viaje puede encontrarse en un relato autobiográfico de
Perón, grabado en Madrid a principios de los años ’70 por los periodistas
Torcuato Luca de Tena, Luis Calvo y Esteban Peicovich.
Publicado
bajo el título de Yo, Juan Domingo Perón,
este trabajo incluye, en adición a la historia que cuenta el entrevistado de su
propia vida, intercalaciones aclaratorias de sus autores presumiblemente
recogidas también de Perón o, por lo menos, insertadas con su aprobación.
En
una de tales inserciones se relata que, ante los crecientes indicios de una
nueva guerra mundial no tardaría en producirse, Perón fue llamado un día al
despacho del entonces ministro de Guerra, general Carlos Márquez.
“Lo
considero uno de los oficiales más capacitado”, le expresó Márquez, de acuerdo
con este relato.
“Quiero
que se vaya usted inmediatamente a Europa. Le daremos credenciales como
agregado militar, pero su trabajo verdadero será estudiar la situación.
Queremos saber quién va a ganar la guerra y cuál cree usted deberá ser la
actitud de Argentina. Estudie usted el ejército italiano, especialmente su
escuela de alpinismo. Visite Alemania, hable con sus amigos de las fuerzas
armadas – sus antiguos profesores alemanes -, y cuando haya formado una
opinión, regrese para hacerme un informe exhaustivo”.
Tales
explicaciones del viaje llevan a la lógica presunción de que en el Ministerio
de Guerra se aguardaba el regreso de Perón con su informe para antes del estallido bélico.
Se
justifica por ello alguna perplejidad ante el hecho de que el coronel sólo
retornara guando (sic) la guerra
llevaba ya más de un año de duración, aunque también a este respecto la
información disponible encierra algún grado de confusión.
La
foja militar de Perón, citada por su biógrafo Enrique Pavón Pereyra, señala
como fecha de retorno el 8 de enero de 1941.
También
Luca de Tena, Calco y Peicovich dan cuenta de su regreso a la Argentina en ese
año, aunque sin precisar la fecha exacta.
Parece
razonable, en consecuencia, atribuir a una falla en la memoria de Perón el
hecho de que éste, en su diálogo de 1969 con Luna, dijera haber pasado “la mayor
parte de 1940 en Mendoza”.
En
realidad el pase de Perón al Centro de Instrucción de Montaña en Mendoza
aparece anunciado en el Boletín Militar del 8 de enero de 1941, el mismo día
consignado en la foja militar del futuro presidente como fecha de su retronó a
la Argentina.
También
abundan las controversias y las contradicciones sobre lo motivos de este pase a
Mendoza, medida explicada por Perón en su diálogo con Luna como una suerte de
castigo aplicado en reacción a los puntos de vista que había expuesto acerca de
su experiencia italiana en una serie de conferencias dictadas ante oficiales de
ejército a su regreso de Europa.
“Cuando
terminé esas conferencias, resultó que para el sector cavernícola que siempre
tienen los ejércitos, yo era una especie de nihilista, ¡un socialista que
llevaba una bomba en cada mano!”, explicó Perón a Luna.
También
Luca de tena, Calvo y Peicovich, citando al financista argentino Jorge Antonio,
atribuyen un carácter punitivo al pase de Perón a Mendoza, aunque fundamentan
de otro modo la sanción.
La
medida, según estos autores, habría reflejado la irritación de la oficialidad
germanófila del ejército ante el hecho de que Perón vaticinara en aquellas
conferencias la derrota del Eje.
La
hipótesis del castigo, con todo, no parece resistir la evidencia de que el
anuncio oficial de la nueva misión asignada a Perón coincidió con la fecha de
su retorno de Italia, reflejando así una decisión tomada antes de que el
coronel dictara sus conferencias.
Algunos
autores, dudan incluso de que esta charlas hubieran existido, en vista del
escaso tiempo que se supone debió de haber trascurrido entre la asignación de
nuevo destino militar de Perón y su efectivo traslado a la provincia cuyana.
Pero
tales dudas no tienen mayor asidero. Al margen de los múltiples testimonios –
incluido del propio Perón – que citan aquellas disertaciones como un elemento
clave para comprender la actuación posterior de Perón, recuerdo que las razones
aducidas en 1943 por los fascista italianos para explicar su inicial confianza
en el coronel se cifraban básicamente en noticias que tenían ya entonces –
sospecho que a través de la embajada – sobre el contenido de conferencias
ofrecidas por el futuro presidente en círculos cerrados del ejército argentino.
Por
lo que se sabe de aquellas charlas a la luz de los datos disponibles –
incluidos los suministrados por su propio autor -, Perón explicó con franco
entusiasmo a sus camaradas de armas lo que era a su entender la fórmula
encontrada por Mussolini para combatir al comunismo mediante un sistema político
que asumía desde el poder la representación uniforme de toda la sociedad,
superando los problemas de clase inaugurados por la burguesía.
A
juicio de Perón, se extinguía de esta manera la lucha de clases, que respondía
a la presencia exclusiva de una sola de ellas en el poder y al estímulo que
recibían de esta situación las clases marginadas para buscar el desplazamiento
del sector social dominante.
En
esas charlas de Perón, aparecen por primera vez dos expresiones que habrán de
hacer historia en la Argentina, tercera
posición y socialismo nacional, cuyo
sentido, en aquella formulación originaria, era del todo ajeno a lo que años
más tarde se conocería como la no alineación, aun cuando Perón reivindicara
para sí la paternidad de esta corriente.
Se
trataba, en verdad, de conceptos, lisa y llanamente descriptivos del fascismo
italiano, de aquel experimento político que Perón había estudiado en la Italia
de Mussolini y que lo tenía ostensiblemente fascinado cuando regresó a la
Argentina.
Aquella
fascinación perduraba aún cuando Perón, en su diálogo de 1969 con Luna, explicó
las conclusiones que había extraído de su experiencia italiana y expuesto ante
sus camaradas del ejército, argentino.
“…
Allí (en Italia), está sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento”,
dijo. “Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a
juzgar los medios de ejecución, que podían ser defectuosos. Pero lo importante
era eso: un mundo ya dividido en imperialismo (…) y un tercero en discordia que
dice: ‘No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero
socialistas nacionales’.
Era una tercera posición entre el socialismo soviético
y el capitalismo yanqui. Para mí ese experimento tenía un gran valor histórico.
De alguna manera, uno ya estaba intuitivamente metido en el futuro”. (*)
Parece
claro que Perón, al exponer estos conceptos ante los oficiales del ejército
argentino, no estaba formulando una mera tesis académica sino enunciando una
línea de acción y convocando a seguirla.
(*)El trabajo de Luca de Tena, Calvo y
Peicovich también recoge pocos años después declaraciones de Perón que rinde un
testimonio similar de su continuada admiración por la figura y obra de
Mussolini. “No me hubiera perdonado nunca”, expresa perón en ese relato
autobiográfico, “el llegar a viejo, el haber estado en Italia, y el no haber
conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un
coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede decirse que fuera yo
en aquella época un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Yo
había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi
castellano. Entre directamente a su despacho donde estaba él escribiendo;
levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que
conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber
estrechado su mano”.
35
El
proyecto político que fue delineado por Perón a partir del ideario expuesto en
aquellas charlas descansaba sobre dos premias aparentemente contrapuestas: por
un lado la convicción de que sólo un ordenamiento político-social que rescatara
los componentes esenciales del fascismo podía oponer defensa eficaces al avance
comunista; por el otro lado, la certeza de que el fascismo sería derrotado en
la segunda guerra mundial.
Yo
no apostaría a que ya en 1941, el año de aquellas charlas, Perón hubiera
alcanzado la certeza de triunfo aliado.
Me
parece indudable, en cambio que esa certidumbre figuraba ya entre los
fundamentos de su actuación política en los casi dos años que mediaron entre su
designación como titular del Departamento de Trabajo y el efectivo colapso del
Eje.
Las
referencias de Perón al desarrollo de la guerra en sus declaraciones,
conferencias y discursos e este período ya encierran claramente el supuesto de
la victoria aliada y expresan una visión apocalíptica de lo que ocurriría en el
mundo después de ella.
Ideológicamente
condicionado a ver otra disyuntiva que la de “Roma o Moscú” – fascismo o
comunismo -, según el conocido lema mussoliniano, Perón considera inevitable
que la caída de Roma sólo abriría caminos a la expansión soviética.
Las
democracias occidentales que habrían de compartir el triunfo con la Unión
Soviética no podían constituir una alternativa válida al comunismo para una
línea de pensamiento como la de Perón, que en su desprecio por los sistemas
demoliberales no les asignaba otro papel histórico que el de alfombrar el
kerenskianamente el camino de la expansión bolchevique.
De
ahí que las fórmulas de acción delineadas por Perón para contener la amenaza
comunista en le etapa abierta por la derrota del Eje no se orientaran, por lo
menos en los primeros años de la posguerra, a buscar la protección de las
grandes potencias capitalista occidentales que también formaban parte del
victorioso bando aliado.
Bajo
un esquema ideológico como el suyo, sería absurdo defenderse de Moscú por vías
de una asociación con ese demoliberalismo que él visualizaba como la antesala
histórica del bolcheviquismo.
Perón
hombre de Occidente, entendía que la contienda entre la cultura Occidental y la
nueva cultura política emanada de la Revolución Rusa tendría un desenlace
mortal para la primera si ésta se limitara a encararla como mera defensa de sus
propias estructuras capitalistas prerrevolucionarias.
Occidente
tenía que generar en sí mismo una evolución que lo colocara a la altura del
desafío.
La
revolución Rusa era, para Perón, un acontecimiento irreversible, como la
Revolución Francesa.
Y,
como ésta, solo podía ser neutralizada a partir de una estrategia que apuntara
no a destruirla, sino a absorberla.
Occidente
debía destilar frente a ella una doctrina y una práctica de absorción similares
a las que destiló la Iglesia Católica con la Rerum novarum de León XIII, frente al cataclismo de 1789.
“Si
no tienes la fuerza suficiente para matar a tu enemigo de un golpe, mátalo de
un abrazo”, solía decir Perón.
Esa
era, en síntesis, la fórmula de su estrategia anticomunista.
Frente
a un enemigo que no puede ser destruido, Occidente debe encontrar cursos de
acción que le permitan asimilarlo, incorporarlo y digerirlo en términos
compatibles con una consigna de auto preservación.
Hay
un notable discurso de Perón pronunciado el 7 de agosto de 1945 ante oficiales
de ejército en el Colegio Militar, que urge precisamente a encarar una
absorción “evolutiva” de la Revolución Rusa como la única estrategia de
supervivencia posible para el mundo occidental. (*)
Occidente,
según el enfoque de Perón, había generado ya, con el fascismo, lo mecanismos de
absorción adecuados para hacer frente al peligro rojo, pero se había embarcado
en una guerra suicida que lo llevaría a destruir este anticuerpo en su propio
organismo y que lo dejaría convertido, después de la victoria, en inerme pasto
del Kremlin.
La
única esperanza de Perón era la de ver algún día a las victoriosas potencias
occidentales, apremiadas por las consecuencias de su triunfo, regenerar en sí
mismas aquellos mecanismos de absorción que habían matado en los vencidos.
Hasta
que tal coa ocurriera, sólo cabía convertir a la Argentina, y de ser posible a
Latinoamérica, en un bunker
geopolítico, un bastión enroscado defensivamente, sobre sí mismo y apto para
aguantar el previsto embate comunista de posguerra a la espera de la gran
transfiguración de Occidente.
Para
este dramático interludio histórico, en suma Perón considera urgente construir,
frente al avance comunista, mecanismos de defensa que no fueran dependientes de
la claudicante estrategia demoliberal.
Esta
consigna lo llevó a desarrollar rente a los Estado Unidos de Truman una
política “objetivamente” antiimperialista, pero cuyo contenido subjetivo era
básicamente antikerenskista.
Es
decir en última instancia, anticomunista.
Bajo
el lema de “Braden o Perón” aleteaba todavía mediatizada y retorcidamente, el
viejo dilema de “Roma o Moscú”.
(*) “La revolución Rusa es un hecho
consumado en el mundo. Hay que aceptar esa evolución”, sostuvo Perón en ese
discurso.
“Si la revolución Francesa terminó con
el gobierno de las aristocracias, la revolución Rusa termina con el gobierno de
las burguesías. Empieza el gobierno de las masas populares. Es un hecho que el
ejército debe aceptar y colocar dentro de la evolución. Eso es fatal. Si
nosotros no hacemos la Revolución Pacífica, el pueblo hará la revolución
violenta. Piensen en España, en Grecia, en todos los países por los que ha
pasado la revolución. En este orden de ideas es necesario que el país se
encamine dentro de esas grandes directivas. El gobernante tiene muchas veces la
obligación de no hacer lo que a él le gusta. Se imaginaran ustedes que yo no
soy comunista ni mucho menos. La obligación tampoco es de hacerse comunista,
pero sí adaptar al país a esa evolución, colocarlo dentro de la Evolución
Mundial, pues resistirla es como nadar contra la corriente: no se tarda mucho
en ahogarse. Y si la solución de este problema hay que llevarla adelante
haciendo justicia social a las masas. Ese es el remedio que, al suprimir la
causa, suprima también el efecto. Hay que organizar las agrupaciones populares
y tener las fuerzas necesarias para mantener el equilibrio del estado (…) El
país tiene que meterse dentro de esa evolución; de lo contrario va, a corto o
largo plazo, a una situación de violencia no metiéndose dentro de esa
evolución. Es natural que este otro hecho, que obedece más al fatalismo
histórico que a nuestra voluntad, no le sea grato a los hombres que tienen
mucho dinero, porque , desde que el mundo es mundo, la obra social no se hace
más que de una manera: quitándole al que tiene mucho para darle al que tiene
demasiado poco. Es indudable que eso levantará la reacción y la resistencia de
esos señores, que son los peores enemigos de su propia felicidad, porque no dar
un 30 por ciento, van a perder dentro de varios años, o de varios meses, todo
lo que tienen, y además las orejas.
36
Para
ese Perón que entre 1943 y 1945 observaba con frío realismo el progresivo
derrumbe del Pacto Tripartito, el futuro inmediato era aterrador.
En
sus previsiones de aquellos años, el colapso del Eje debía provocar dramáticos cambios en la
relación mundial de fuerzas, precipitando una incontenible marcha Roja hacia el
Oeste.
“…
Toda Europa entrará dentro del anticapitalismo panruso”, vaticinó el entonces
secretario de Trabajo y Previsión en su famoso discurso del 25 de agosto de
1944 en la Bolsa de comercio de Buenos Aires.
Y
un año después en su alocución del Colegio Militar, afirmaría: “La guerra,
señores, la han ganado los rusos. No la ha ganado ni los ingleses ni lo norteamericanos”.
En
su mensaje a los empresarios en la Bolsa de Comercio, Perón los convocó a tomar
conciencia de esta realidad inminente y terrible: un mundo socialista
agigantado por su victoria sobre el Eje, y repentinamente expandido nada menos
que hasta las costas atlánticas de Europa, tendría un formidable poder de
intervención ideológica y política en la vida interna argentina.
“Pueden
venir días de agitación”, advirtió. “La Argentina es un país que no está en la
estratosfera, sino que está viviendo una vida de relación; de manera que las
ideologías que aquí se discuten, no se decidirán en la República Argentina,
sino que ya están decidiendo en los campos europeos; y esa influencia será tan
grande para el futuro que la veremos crecer progresivamente hasta provocar
hechos decisivos que pueden ir desde el grito de ‘Viva esto’ o ‘Viva lo otro’
hasta la guerra civil.
“Está
en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese
extremo, en el cual todos los argentinos tendrán algo que perder, pérdida que
será directamente proporcional con lo que cada uno posea: el que tenga mucho lo
perderá todo, y el que no tenga nada no perderá. Y como los que no tienen nada
son muchos más que los que tienen mucho, el problema presenta en este momento
un punto de crisis tan grave como pocos pueden concebir”.
Más
adelante Perón describió ante los empresarios el sombrío panorama que preveía
para Sudamérica y, en particular, para la Argentina.
“En
América quedarán países capitalistas”, dijo, “pero en lo que concierne a la
República Argentina, sería necesario echar una mirada de circunvalación para
darse cuenta de que su periferia presenta las mismas condiciones rosadas que
tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo
en acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece que les ha
prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es
una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el camarada ‘Orlov’,
que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza,
me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso
cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando
dentro de nuestro territorio se produzca la paralización y probablemente una
desocupación extraordinaria; mientras que desde se filtre dinero, hombres e
ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal y dentro de
nuestra organización del trabajo”.
El
proyecto que ofrecía Perón a los empresarios argentinos como alternativa al
naufragio en la vaticinada inundación bolchevique mundial descansaba sobre la
idea básica de asignar al Estado un papel activo en la organización política de
las masas.
Estudioso
de tema corporativista, Perón veía en los sindicatos el conducto más apropiado
para la instrumentación del proyecto, a condición de que se lograra quebrar el
nexo que en el ordenamiento demoliberal los liga a los partidos políticos.
No
se trataba de promover un sindicalismo autónomo y “apolítico”.
La
concepción del sindicato como “correa de transmisión” de una conducción
política era tan válida y vigorosa en el proyecto de Perón como en el Lenin,
con la diferencia de que el papel de la instancia política rectora quedaba
transferida del partido al Estado.
Este
programa, sin embargo, no podía llevarse a la práctica en términos estables y
duraderos sin la adopción paralela de medidas salariales y sociales que
estimularan el consenso de las masas obreras a los mecanismos diseñados para
controlarlas, medidas inevitablemente costosas para el empresariado, pero que
éste debía aceptar como una sabia inversión en seguridad.
Las
guerras tienen, entre otros inconvenientes, el de ser caras.
Y
ésta era una guerra como cualquier otra – en cierto sentido peor que cualquier
otra -, que debía ser librada con armas ajustadas a la naturaleza del enemigo.
fuente
"MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA" Capítulos 34, 35 y 36
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