25 jul 2017

- 14 - MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA











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Pero los jerarcas se equivocaban. Tal por lo menos, la conclusión que parece inevitable si se analizan los pasos dados por Perón entre 1943 y 1946, el período de su accidentada marcha hacia el poder.

Su choque con la unión Industrial, en rigor, fue menos un efecto buscado que la frustración de una línea política orientada en otra dirección.

Producido el golpe de 1943, Perón eligió para sí la oscuridad del entonces irrelevante Departamento de trabajo, en lo que la posterior mitología peronista habría de rescatar como una prueba de su identificación con la causa obrera.

Se trataba, en efecto, del área más indicada del aparato estatal para entrar en contacto con los trabajadores.


Pero también el organismo estatal más apropiado para tomar contacto con todas las expresiones corporativas de la sociedad argentina, incluida, desde luego la clase obrera organizada, y la historia de ese período presenta fuertes indicaciones de que fue ése precisamente el motivo que guió a Perón en su elección tal puesto. 

Su actuación al frente del Departamento de Trabajo, y de  la posterior Secretaría de trabajo y Previsión, se desarrolló en dos vertientes, con Perón como interlocutor de los sindicatos obreros en una de ellas y de las asociaciones empresarias en la otra.

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Vale la pena releer los discursos pronunciados por Perón en esa etapa de su carrera política.

Son piezas oratorias que lo muestran claramente desdoblado en dos personajes, por momentos hasta contradictorios, según actuara en una u otra vertiente.

En su contacto con los trabajadores recurría a un lenguaje retórico, demagógico, manipulatorio.

En su relación con el empresariado, Perón se abría, se exteriorizaba, exponía su plan político.

Este es quizás el primer dato significativo para reconstruir l papel histórico de Perón más allá de la mitología: su primera enunciación de un proyecto político claramente articulado tiene por marco la vertiente número dos, la de su diálogo con los empresarios.

O, por lo menos, se trata del primer ámbito en el que enuncia un proyecto político desde aquella base de apertura hacia la Argentina corporativa que es el Departamento de Trabajo, ya que antes de 1943 lo había hecho privadamente ante oficiales del ejército y un grupo muy seleccionado de civiles, a su retorno de Italia.

Un proyecto que he venido rumiando y postergando desde que me establecí en Roma es el de rastrear todos los pasos dados por Perón en la etapa italiana de su vida.

Quería excavar cuantas referencias a Perón pudiera haber en documentos políticos y militares de la época así como localizar e interrogar a los pocos testigos que quedaran aún con vida acerca de lo que hizo en este país aquel oficial argentino incorporado durante do años al cuerpo alpino del ejército italiano.

Los datos disponibles de aquel período tan oscuro como crucial en la existencia de Perón son temiblemente confusos y plagados de contradicciones, pero de cualquier manera parece seguro que partió con destino a Europa en febrero de 1939.

Menos seguras son, en cambio, las versiones existentes sobre las finalidades del viaje.

En declaraciones formuladas tres décadas más tarde al historiador Félix Luna, Perón explicaría su traslado a Italia como una misión que le confió el Ministerio de Guerra para estudiar sobre el terreno lo que parecía ser una situación prebélica en el Viejo Mundo.

“En enero de 1937”, recuerda Perón a principio de 1969 en su diálogo grabado con Luna, “yo regresó de Chile, donde había sido agregado militar. Estaba en la División Operaciones del Estado Mayor General y era  a la vez profesor de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra – Historia Militar es estrategia, en realidad de verdad -. Bien me llamaron entonces al Ministerio de Guerra y me dijeron que la impresión que tenían era que se venía la guerra; la información que mandaban en ese sentido los agregados militares era reducida, limitada a aspectos técnicos, y no daba la ministerio la sensación real de lo que estaba sucediendo en Europa; el ministerio necesitaba tener información cabal de ese proceso sangriento y apasionado que sería la guerra. Me mandaron, pues, en misión de estudios y me dijeron que eligiera el país adonde iría. Yo elegí Italia por una cuestión personal: porque hablo el italiano tanto como el castellano… ¡a veces mejor…!.

Igual explicación de aquel viaje puede encontrarse en un relato autobiográfico de Perón, grabado en Madrid a principios de los años ’70 por los periodistas Torcuato Luca de Tena, Luis Calvo y Esteban Peicovich.

Publicado bajo el título de Yo, Juan Domingo Perón, este trabajo incluye, en adición a la historia que cuenta el entrevistado de su propia vida, intercalaciones aclaratorias de sus autores presumiblemente recogidas también de Perón o, por lo menos, insertadas con su aprobación.

En una de tales inserciones se relata que, ante los crecientes indicios de una nueva guerra mundial no tardaría en producirse, Perón fue llamado un día al despacho del entonces ministro de Guerra, general Carlos Márquez.

“Lo considero uno de los oficiales más capacitado”, le expresó Márquez, de acuerdo con este relato.

“Quiero que se vaya usted inmediatamente a Europa. Le daremos credenciales como agregado militar, pero su trabajo verdadero será estudiar la situación. Queremos saber quién va a ganar la guerra y cuál cree usted deberá ser la actitud de Argentina. Estudie usted el ejército italiano, especialmente su escuela de alpinismo. Visite Alemania, hable con sus amigos de las fuerzas armadas – sus antiguos profesores alemanes -, y cuando haya formado una opinión, regrese para hacerme un informe exhaustivo”.

Tales explicaciones del viaje llevan a la lógica presunción de que en el Ministerio de Guerra se aguardaba el regreso de Perón con su informe  para antes del estallido bélico.

Se justifica por ello alguna perplejidad ante el hecho de que el coronel sólo retornara guando (sic) la guerra llevaba ya más de un año de duración, aunque también a este respecto la información disponible encierra algún grado de confusión.

La foja militar de Perón, citada por su biógrafo Enrique Pavón Pereyra, señala como fecha de retorno el 8 de enero de 1941.

También Luca de Tena, Calco y Peicovich dan cuenta de su regreso a la Argentina en ese año, aunque sin precisar la fecha exacta.

Parece razonable, en consecuencia, atribuir a una falla en la memoria de Perón el hecho de que éste, en su diálogo de 1969 con Luna, dijera haber pasado “la mayor parte de 1940 en Mendoza”.

En realidad el pase de Perón al Centro de Instrucción de Montaña en Mendoza aparece anunciado en el Boletín Militar del 8 de enero de 1941, el mismo día consignado en la foja militar del futuro presidente como fecha de su retronó a la Argentina.

También abundan las controversias y las contradicciones sobre lo motivos de este pase a Mendoza, medida explicada por Perón en su diálogo con Luna como una suerte de castigo aplicado en reacción a los puntos de vista que había expuesto acerca de su experiencia italiana en una serie de conferencias dictadas ante oficiales de ejército a su regreso de Europa.

“Cuando terminé esas conferencias, resultó que para el sector cavernícola que siempre tienen los ejércitos, yo era una especie de nihilista, ¡un socialista que llevaba una bomba en cada mano!”, explicó Perón a Luna.

También Luca de tena, Calvo y Peicovich, citando al financista argentino Jorge Antonio, atribuyen un carácter punitivo al pase de Perón a Mendoza, aunque fundamentan de otro modo la sanción.

La medida, según estos autores, habría reflejado la irritación de la oficialidad germanófila del ejército ante el hecho de que Perón vaticinara en aquellas conferencias la derrota del Eje.

La hipótesis del castigo, con todo, no parece resistir la evidencia de que el anuncio oficial de la nueva misión asignada a Perón coincidió con la fecha de su retorno de Italia, reflejando así una decisión tomada antes de que el coronel dictara sus conferencias.

Algunos autores, dudan incluso de que esta charlas hubieran existido, en vista del escaso tiempo que se supone debió de haber trascurrido entre la asignación de nuevo destino militar de Perón y su efectivo traslado a la provincia cuyana.

Pero tales dudas no tienen mayor asidero. Al margen de los múltiples testimonios – incluido del propio Perón – que citan aquellas disertaciones como un elemento clave para comprender la actuación posterior de Perón, recuerdo que las razones aducidas en 1943 por los fascista italianos para explicar su inicial confianza en el coronel se cifraban básicamente en noticias que tenían ya entonces – sospecho que a través de la embajada – sobre el contenido de conferencias ofrecidas por el futuro presidente en círculos cerrados del ejército argentino.

Por lo que se sabe de aquellas charlas a la luz de los datos disponibles – incluidos los suministrados por su propio autor -, Perón explicó con franco entusiasmo a sus camaradas de armas lo que era a su entender la fórmula encontrada por Mussolini para combatir al comunismo mediante un sistema político que asumía desde el poder la representación uniforme de toda la sociedad, superando los problemas de clase inaugurados por la burguesía.

A juicio de Perón, se extinguía de esta manera la lucha de clases, que respondía a la presencia exclusiva de una sola de ellas en el poder y al estímulo que recibían de esta situación las clases marginadas para buscar el desplazamiento del sector social dominante.

En esas charlas de Perón, aparecen por primera vez dos expresiones que habrán de hacer historia en la Argentina, tercera posición y socialismo nacional, cuyo sentido, en aquella formulación originaria, era del todo ajeno a lo que años más tarde se conocería como la no alineación, aun cuando Perón reivindicara para sí la paternidad de esta corriente.

Se trataba, en verdad, de conceptos, lisa y llanamente descriptivos del fascismo italiano, de aquel experimento político que Perón había estudiado en la Italia de Mussolini y que lo tenía ostensiblemente fascinado cuando regresó a la Argentina.

Aquella fascinación perduraba aún cuando Perón, en su diálogo de 1969 con Luna, explicó las conclusiones que había extraído de su experiencia italiana y expuesto ante sus camaradas del ejército, argentino.

“… Allí (en Italia), está sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento”, dijo. “Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios de ejecución, que podían ser defectuosos. Pero lo importante era eso: un mundo ya dividido en imperialismo (…) y un tercero en discordia que dice: ‘No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales’.
Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el capitalismo yanqui. Para mí ese experimento tenía un gran valor histórico. De alguna manera, uno ya estaba intuitivamente metido en el futuro”. (*)

Parece claro que Perón, al exponer estos conceptos ante los oficiales del ejército argentino, no estaba formulando una mera tesis académica sino enunciando una línea de acción y convocando a seguirla.

(*)El trabajo de Luca de Tena, Calvo y Peicovich también recoge pocos años después declaraciones de Perón que rinde un testimonio similar de su continuada admiración por la figura y obra de Mussolini. “No me hubiera perdonado nunca”, expresa perón en ese relato autobiográfico, “el llegar a viejo, el haber estado en Italia, y el no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini. Me hizo la impresión de un coloso cuando me recibió en el Palacio Venecia. No puede decirse que fuera yo en aquella época un bisoño y que sintiera timidez ante los grandes hombres. Yo había conocido a muchos. Además, mi italiano era tan perfecto como mi castellano. Entre directamente a su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. Yo le dije que conocedor de su gigantesca obra, no me hubiera ido contento a mi país sin haber estrechado su mano”.

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El proyecto político que fue delineado por Perón a partir del ideario expuesto en aquellas charlas descansaba sobre dos premias aparentemente contrapuestas: por un lado la convicción de que sólo un ordenamiento político-social que rescatara los componentes esenciales del fascismo podía oponer defensa eficaces al avance comunista; por el otro lado, la certeza de que el fascismo sería derrotado en la segunda guerra mundial.

Yo no apostaría a que ya en 1941, el año de aquellas charlas, Perón hubiera alcanzado la certeza de triunfo aliado.

Me parece indudable, en cambio que esa certidumbre figuraba ya entre los fundamentos de su actuación política en los casi dos años que mediaron entre su designación como titular del Departamento de Trabajo y el efectivo colapso del Eje.

Las referencias de Perón al desarrollo de la guerra en sus declaraciones, conferencias y discursos e este período ya encierran claramente el supuesto de la victoria aliada y expresan una visión apocalíptica de lo que ocurriría en el mundo después de ella.

Ideológicamente condicionado a ver otra disyuntiva que la de “Roma o Moscú” – fascismo o comunismo -, según el conocido lema mussoliniano, Perón considera inevitable que la caída de Roma sólo abriría caminos a la expansión soviética.

Las democracias occidentales que habrían de compartir el triunfo con la Unión Soviética no podían constituir una alternativa válida al comunismo para una línea de pensamiento como la de Perón, que en su desprecio por los sistemas demoliberales no les asignaba otro papel histórico que el de alfombrar el kerenskianamente el camino de la expansión bolchevique.

De ahí que las fórmulas de acción delineadas por Perón para contener la amenaza comunista en le etapa abierta por la derrota del Eje no se orientaran, por lo menos en los primeros años de la posguerra, a buscar la protección de las grandes potencias capitalista occidentales que también formaban parte del victorioso bando aliado.

Bajo un esquema ideológico como el suyo, sería absurdo defenderse de Moscú por vías de una asociación con ese demoliberalismo que él visualizaba como la antesala histórica del bolcheviquismo.

Perón hombre de Occidente, entendía que la contienda entre la cultura Occidental y la nueva cultura política emanada de la Revolución Rusa tendría un desenlace mortal para la primera si ésta se limitara a encararla como mera defensa de sus propias estructuras capitalistas prerrevolucionarias.

Occidente tenía que generar en sí mismo una evolución que lo colocara a la altura del desafío.

La revolución Rusa era, para Perón, un acontecimiento irreversible, como la Revolución Francesa.

Y, como ésta, solo podía ser neutralizada a partir de una estrategia que apuntara no a destruirla, sino a absorberla.

Occidente debía destilar frente a ella una doctrina y una práctica de absorción similares a las que destiló la Iglesia Católica con la Rerum novarum de León XIII, frente al cataclismo de 1789.

“Si no tienes la fuerza suficiente para matar a tu enemigo de un golpe, mátalo de un abrazo”, solía decir Perón.

Esa era, en síntesis, la fórmula de su estrategia anticomunista.

Frente a un enemigo que no puede ser destruido, Occidente debe encontrar cursos de acción que le permitan asimilarlo, incorporarlo y digerirlo en términos compatibles con una consigna de auto preservación.

Hay un notable discurso de Perón pronunciado el 7 de agosto de 1945 ante oficiales de ejército en el Colegio Militar, que urge precisamente a encarar una absorción “evolutiva” de la Revolución Rusa como la única estrategia de supervivencia posible para el mundo occidental. (*)

Occidente, según el enfoque de Perón, había generado ya, con el fascismo, lo mecanismos de absorción adecuados para hacer frente al peligro rojo, pero se había embarcado en una guerra suicida que lo llevaría a destruir este anticuerpo en su propio organismo y que lo dejaría convertido, después de la victoria, en inerme pasto del Kremlin.

La única esperanza de Perón era la de ver algún día a las victoriosas potencias occidentales, apremiadas por las consecuencias de su triunfo, regenerar en sí mismas aquellos mecanismos de absorción que habían matado en los vencidos.

Hasta que tal coa ocurriera, sólo cabía convertir a la Argentina, y de ser posible a Latinoamérica, en un bunker geopolítico, un bastión enroscado defensivamente, sobre sí mismo y apto para aguantar el previsto embate comunista de posguerra a la espera de la gran transfiguración de Occidente.

Para este dramático interludio histórico, en suma Perón considera urgente construir, frente al avance comunista, mecanismos de defensa que no fueran dependientes de la claudicante estrategia demoliberal.

Esta consigna lo llevó a desarrollar rente a los Estado Unidos de Truman una política “objetivamente” antiimperialista, pero cuyo contenido subjetivo era básicamente antikerenskista.

Es decir en última instancia, anticomunista.

Bajo el lema de “Braden o Perón” aleteaba todavía mediatizada y retorcidamente, el viejo dilema de “Roma o Moscú”.

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(*) “La revolución Rusa es un hecho consumado en el mundo. Hay que aceptar esa evolución”, sostuvo Perón en ese discurso.

“Si la revolución Francesa terminó con el gobierno de las aristocracias, la revolución Rusa termina con el gobierno de las burguesías. Empieza el gobierno de las masas populares. Es un hecho que el ejército debe aceptar y colocar dentro de la evolución. Eso es fatal. Si nosotros no hacemos la Revolución Pacífica, el pueblo hará la revolución violenta. Piensen en España, en Grecia, en todos los países por los que ha pasado la revolución. En este orden de ideas es necesario que el país se encamine dentro de esas grandes directivas. El gobernante tiene muchas veces la obligación de no hacer lo que a él le gusta. Se imaginaran ustedes que yo no soy comunista ni mucho menos. La obligación tampoco es de hacerse comunista, pero sí adaptar al país a esa evolución, colocarlo dentro de la Evolución Mundial, pues resistirla es como nadar contra la corriente: no se tarda mucho en ahogarse. Y si la solución de este problema hay que llevarla adelante haciendo justicia social a las masas. Ese es el remedio que, al suprimir la causa, suprima también el efecto. Hay que organizar las agrupaciones populares y tener las fuerzas necesarias para mantener el equilibrio del estado (…) El país tiene que meterse dentro de esa evolución; de lo contrario va, a corto o largo plazo, a una situación de violencia no metiéndose dentro de esa evolución. Es natural que este otro hecho, que obedece más al fatalismo histórico que a nuestra voluntad, no le sea grato a los hombres que tienen mucho dinero, porque , desde que el mundo es mundo, la obra social no se hace más que de una manera: quitándole al que tiene mucho para darle al que tiene demasiado poco. Es indudable que eso levantará la reacción y la resistencia de esos señores, que son los peores enemigos de su propia felicidad, porque no dar un 30 por ciento, van a perder dentro de varios años, o de varios meses, todo lo que tienen, y además las orejas.

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Para ese Perón que entre 1943 y 1945 observaba con frío realismo el progresivo derrumbe del Pacto Tripartito, el futuro inmediato era aterrador.

En sus previsiones de aquellos años, el colapso del Eje  debía provocar dramáticos cambios en la relación mundial de fuerzas, precipitando una incontenible marcha Roja hacia el Oeste.

“… Toda Europa entrará dentro del anticapitalismo panruso”, vaticinó el entonces secretario de Trabajo y Previsión en su famoso discurso del 25 de agosto de 1944 en la Bolsa de comercio de Buenos Aires.

Y un año después en su alocución del Colegio Militar, afirmaría: “La guerra, señores, la han ganado los rusos. No la ha ganado ni los ingleses ni lo norteamericanos”.

En su mensaje a los empresarios en la Bolsa de Comercio, Perón los convocó a tomar conciencia de esta realidad inminente y terrible: un mundo socialista agigantado por su victoria sobre el Eje, y repentinamente expandido nada menos que hasta las costas atlánticas de Europa, tendría un formidable poder de intervención ideológica y política en la vida interna argentina.

“Pueden venir días de agitación”, advirtió. “La Argentina es un país que no está en la estratosfera, sino que está viviendo una vida de relación; de manera que las ideologías que aquí se discuten, no se decidirán en la República Argentina, sino que ya están decidiendo en los campos europeos; y esa influencia será tan grande para el futuro que la veremos crecer progresivamente hasta provocar hechos decisivos que pueden ir desde el grito de ‘Viva esto’ o ‘Viva lo otro’ hasta la guerra civil.

“Está en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese extremo, en el cual todos los argentinos tendrán algo que perder, pérdida que será directamente proporcional con lo que cada uno posea: el que tenga mucho lo perderá todo, y el que no tenga nada no perderá. Y como los que no tienen nada son muchos más que los que tienen mucho, el problema presenta en este momento un punto de crisis tan grave como pocos pueden concebir”.

Más adelante Perón describió ante los empresarios el sombrío panorama que preveía para Sudamérica y, en particular, para la Argentina.

“En América quedarán países capitalistas”, dijo, “pero en lo que concierne a la República Argentina, sería necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo en acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece que les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el camarada ‘Orlov’, que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso cuál será la situación de la República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca la paralización y probablemente una desocupación extraordinaria; mientras que desde se filtre dinero, hombres e ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal y dentro de nuestra organización del trabajo”.

El proyecto que ofrecía Perón a los empresarios argentinos como alternativa al naufragio en la vaticinada inundación bolchevique mundial descansaba sobre la idea básica de asignar al Estado un papel activo en la organización política de las masas.

Estudioso de tema corporativista, Perón veía en los sindicatos el conducto más apropiado para la instrumentación del proyecto, a condición de que se lograra quebrar el nexo que en el ordenamiento demoliberal los liga a los partidos políticos.

No se trataba de promover un sindicalismo autónomo y “apolítico”.

La concepción del sindicato como “correa de transmisión” de una conducción política era tan válida y vigorosa en el proyecto de Perón como en el Lenin, con la diferencia de que el papel de la instancia política rectora quedaba transferida del partido al Estado.

Este programa, sin embargo, no podía llevarse a la práctica en términos estables y duraderos sin la adopción paralela de medidas salariales y sociales que estimularan el consenso de las masas obreras a los mecanismos diseñados para controlarlas, medidas inevitablemente costosas para el empresariado, pero que éste debía aceptar como una sabia inversión en seguridad.

Las guerras tienen, entre otros inconvenientes, el de ser caras.


Y ésta era una guerra como cualquier otra – en cierto sentido peor que cualquier otra -, que debía ser librada con armas ajustadas a la naturaleza del enemigo.

fuente
"MONTONEROS LA SOBERBIA ARMADA" Capítulos 34, 35 y 36

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La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

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De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.