Cristina Kirchner presiona en la interna y apunta al Gobierno.
Los jefes provinciales del PJ buscan evitar la pelea pero rechazan pegarse a la ex presidenta.
Eduardo Aulicino
De golpe, aparecen un par de voces kirchneristas que pronostican un futuro cercano de enfrentamientos civiles en el país.
Difícil medir cuánto de elucubración propia o de síntesis del clima interno -¿y deseo?- reflejan las frases que agregaron combustible a las erupciones en las redes sociales, pero no da para suponer un accidente verbal.
El discurso extremo asoma como parte de la naturaleza del kirchnerismo duro, que empuja y necesita un contexto conflictivo para la batalla política de este año.
En un sentido lineal, podría decirse que juega como contraparte del oficialismo y hasta alimenta su cálculo electoral, aunque el tema es más grave si se mide su potencial riesgo en la calle.
Las organizaciones y sectores que responden a Cristina Fernández de Kirchner apuntan al desgaste en continuado del Gobierno y, como exhibió el áspero mes de marzo, necesitan de un clima agitado.
No les resulta sencillo dominar la escena: la CGT o al menos sus principales gremios no se muestran atraídos por ese camino y el conflicto docente no tiene la potencia inicial, con fatiga en algunos distritos y acuerdos parciales o para el resto del año en buena parte de las provincias.
El discurso alcanza, con todo, para mantener la tensión en el PJ, disperso en su conducción y con jefes provinciales que, en la perspectiva de octubre, piensan en asegurar su poder local antes que en los planes de la ex presidenta.
Los gobernadores peronistas exhiben en estas horas más silencios que declaraciones. Los que se perfilan como más críticos de la expresidenta, dentro y fuera del PJ orgánico, han marcado distancias en público.
Es el caso del cordobés Juan Schiaretti, peronista desalineado, que pone la energía en conservar su sostén en la legislatura provincial y no esconde la buena relación con Mauricio Macri.
Y también, el del salteño Juan Manuel Urtubey, que acaba de ratificar que a su juicio, “no hay más espacio para Cristina” en el peronismo.
La cuestión es cómo se evalúa el silencio de muchos otros referentes provinciales.
Para fuentes conocedoras de la interna, sólo se trata de construir políticamente en cada distrito para garantizar su propia gobernabilidad y sentarse después a la mesa que definirá la pelea presidencial de 2019.
“No hay que pelearse, pero menos aún y de ninguna manera quedar pegados al cristinismo”, define un operador de relación cercana con varios gobernadores.
En otras palabras, según la realidad de cada distrito, la fórmula sería reunir y liderar a las distintas vertientes del peronismo alrededor del jefe político de la provincia, es decir, el gobernador.
Ese criterio se aplicaría a un amplio conjunto de mandatarios, entre ellos el entrerriano Gustavo Bordet, el sanjuanino Sergio Uñac, el chaqueño Domingo Peppo, la fueguina Rosana Bertone y el tucumano Juan Manzur.
El caso más cercano, por calendario, es el del Chaco, que en menos de dos meses irá a elecciones primarias locales.
El gobernador ha tejido un acuerdo con el kirchnerista Jorge Capitanich, intendente de Resistencia, que ya en el anterior realineamiento interno había perdido el control del PJ provincial.
Algo similar sucede en San Juan, donde Uñac convive y va trascendiendo el entramado que manejó José Luis Gioja.
Y también en Entre Ríos, territorio de fuerte competencia política en el que Bordet busca afirmarse sin romper con la estructura de legisladores que armó Sergio Urribarri en sus ocho años de gestión.
Los objetivos de varios jefes provinciales son ambiciosos en la lógica de reagrupación partidaria y, dejan trascender, también en el cambio de simbología.
“Se está hablando para tratar de sumar también a quienes abandonaron el PJ en la era kirchnerista”, dice una fuente.
En esa línea, anotan a referentes que se sumaron al Frente Renovador de Sergio Massa, con quien, de todos modos, algunos de ellos mantienen puentes.
Y apuntan otra decisión: dejar de lado el sello delFrente para la Victoria y definir una nueva marca electoral.
El kirchnerismo ha mostrado poder propio o de presión especialmente en el peronismo bonaerense y también sobre la conducción formal del PJ, encabezada por Gioja y Daniel Scioli, de escaso peso cuando los gobernadores toman distancia.
El Consejo Nacional viene sintonizando con el discurso de la ex presidenta, que logró su máximo nivel de alineamiento en Buenos Aires, con una declaración de rechazo y condena expresa a las causas que enfrenta por distintas investigaciones de corrupción.
Ese tipo de definiciones, motorizadas por los operadores de La Cámpora, el titular del PJ provincial, Fernando Espinoza, y varios intendentes kirchneristas, alimentaron la diferenciación de otros jefes comunales.
Y el mensaje posterior de Florencio Randazzo, asegurando que dará batalla interna, activó el armado más concreto de un frente que reúne a intendentes fuertes del GBA, empezando por los de Lomas de Zamora y San Martín, y comienza a congregar a jefes sindicales.
Se producen, en ese terreno, algunos ruidos. Oscar Romero, activo impulsor y participante de esa convergencia interna, está en la conducción del bloque cuya principal referencia es Diego Bossio.
Y otros que miran con buenos ojos este movimiento integran las filas de Massa.
Como se ve, son vaivenes que trascienden la interna.
El líder del Frente Renovador rechaza involucrarse en la disputa del PJ y mantiene el armado más amplio con Margarita Stolbizer, pero sabe que su mayor desafío en estas horas es romper con la lógica de confrontación excluyente entre el oficialismo y el kirchnerismo.
Bossio, a su vez, cree que la postulación de Randazzo para enfrentar a la ex presidenta o a sus delegados es una especie de trampa política, porque, dice, favorecería el esquema más amplio de polarización.
Esos elementos externos a la interna del PJ orgánico generan también acercamientos o contactos entre referentes, en algunos casos de sí mismos, pero en buena medida dependen del camino de mayor o menor tensión y atractivo que tome finalmente la interna peronista.
No es tampoco, este último, un dato que pase inadvertido para la ex presidenta y sus operadores.
Además del juego interno, buscan presionar desde el exterior tratando de radicalizar el clima social, alternativa en la que, por supuesto, se sienten más cómodos: mantienen un núcleo duro cuyo peso real quedará expuesto recién en las elecciones.
Por esa razón, miran con cierto escepticismo e inquietud la evolución de la estrategia de la CGT, luego de las cargas que tal vez no determinaron pero sí confluyeron en la protesta y el paro nacional.
El triunvirato cegetista y los jefes de los principales gremios se reunieron la semana pasada para ir dibujando los pasos a seguir.
Dieron dos señales: la primera, es el rechazo a que los acuerdos sectoriales que impulsa el Gobierno reemplacen la negociación o el diálogo con la CGT; la segunda, es la apuesta a las paritarias, que estarían oscilando -destacan- alrededor del 25 por ciento, es decir, cerca de la inflación pronosticada o con unos puntos de mejora sobre la marca que finalmente anoten los precios.
El otro frente, el del conflicto docente, dependerá de la extensión de los acuerdos provinciales y en particular, de Buenos Aires, donde se combina la dureza de María Eugenia Vidal y una nueva instancia de diálogo.
Fuentes del oficialismo dicen que ya acordaron alrededor de veinte distritos.
Para el kirchnerismo duro, cualquier señal de distensión no suena a buena noticia.
fuente
"Clarin.com", 16.04.2017
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