El Gobierno que sostuvo el gradualismo como una religión, ahora deberá ajustar más de lo previsto.
La inflación, que era una rara avis en el mundo y se arreglaba fácil, este año se duplicara.
El dólar, que flotaba libre y feliz. ahora insiste para salirse del agua.
Las cifras de aprobación del Gobierno caen en picada pero ellos mismos se consuelan: ”No hay nadie enfrente que pueda capitalizarlo”.
Consuelo de tontos: como si nunca en la Argentina no hubieran aparecido personajes imprevistos que ganan la carrera en los últimos cien metros. Alfonsín, Menem, Nestor Kirchner…
Hemos creado una mística de las tarifas.
En un país donde la mitad de los chicos abandona el secundario, un tercio de la población es pobre, las asignaciones y los planes se han transformado en permanentes y ya nadie piensa que alguna vez vuelvan al trabajo, el 40% de la economía es en negro y 200 mil millones de dólares argentinos duermen en el exterior, nuestro principal problema es el boleto.
Recién frente al FMI el Gobierno decide bajar 20 mil millones los gastos de la política.
¿No estaban desde que llegaron al poder convencidos de bajar los gastos?
La oposición ha sido ganada por la “protesta preventiva”.
-Paramos porque hay un plan para despedir a miles de trabajadores.
-¿Qué dice el plan?
-Todavía no se lo conoce, pero seguro que lo están implementando.
Encerrado en su propia trampa de las tarifas el Gobierno intenta cambiar de tema con una idea extemporánea: la llegada de las Fuerzas Armadas para pelear contra el narcotráfico y cuidar las fronteras.
Los “preventivos” ya se encadenaron contra la represión interna.
“Macri basura”. Es cierto que los 80 mil integrantes de las fuerzas tienen que tener un rol, pero también lo es que esa decisión costo en México decenas de miles de muertes.
En cualquier caso, hubiera sido mejor hablar del clima.
Quienes quieran cambiar la Argentina deberían convocarnos a una discusión que trascienda a nosotros mismos.
Deberíamos luchar por resultados que no vamos a ver.
¿Es demasiado? Sí, pero es lo único real.
Todos ya lo hacemos sin darnos cuenta.
Pelear por la educación de nuestros hijos, invertir en futuros inciertos, buscar la felicidad sin saber si vamos a encontrarla.
Argentina no cambia porque no trabajamos lo suficiente para cambiarla.
Y no hablo de los sumergidos, de los que nunca pueden elegir, esos no tienen más que tratar de soportar al destino.
Me refiero a los que no somos capaces de ver hasta mas allá de la semana que viene.
La semana que viene el país probablemente este peor.
¿Pero que hicimos para qué mejorara?
La culpa no es de todos en la misma medida, claro.
Pero esa discusión tiene algo de ocioso.
Todos vamos a hundirnos juntos.
¿Fue Ortega y Gasset el que dijo que una nación es un sueño colectivo?
En “Las buenas inversiones” Julio Cortázar escribe la historia de un tipo que decide comprar un metro cuadrado de tierra y vivir en el.
Lleva a su metro cuadrado una reposera verde y un calentador Primus con el que todos los días hierve un choclo. El tipo se llama Gómez.
Somos –al menos parecemos- un país con cuarenta millones de Gómez, cada uno en su metro cuadrado.
Nos preocupa la inclinación de la reposera y la temperatura del agua para que hierva el choclo.
Mientras sólo nos preocupe nuestro metro cuadrado sólo podrán producirse, y en el mejor de los casos, cambios superficiales.
Somos tan frívolos que si mañana bajara el dólar y el Gobierno retrocediera con las tarifas y volviera la escenografía populista, muchos estarían felices creyendo que estamos bien.
Y sin advertir que estaríamos peor.
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