2 jun 2018

AURELIANO BUENDIA Y… OTROS













AURELIANO BUENDIA Y… OTROS


{Llevar al blog una opinión, solo significa que vale la pena conocerla,analizarla, compartirla en lo que vale y cuestionarla en lo que corresponda - a nuestro leal saber y entender - . Si bien la caracterización de lo regímenes autoritarios es correcta, no es sostenible que sea un fenómeno exclusivamente sudamericano, a modo de ejemplo basta recordar a Silvio Berlusconi y toda una larga lista de autócratas en todo el mundo, todos con la misma ambición: eternizarse en el poder. Tal vez sería más acertado referirse al factor humano}


La vuelta del caudillo

Por ENRIQUE KRAUZE  27 de mayo de 2018


 Martin León Barreto


CIUDAD DE MÉXICO — El líder recorre el país. 

La gente se vuelca a su paso con delirio y devoción. 

Unos le besan la mano, otros lo abrazan con lágrimas, todos lo vitorean. 

Hay un éxtasis colectivo. Una genuina comunión. 

El líder representa la esperanza, la redención. 

“Nosotros sentíamos que no éramos nadie, que no teníamos valor, que no importábamos. Eso fue lo que nos dio”, dice una mujer humilde en la novela Patria o muerte de Alberto Barrera Tyszka. 

Ante la multitud, el Comandante declara: “Amor con amor se paga”, hermosa frase que José Martí acuñó para otro contexto, pero que recoge el sentimiento irresistible entre el caudillo y el pueblo. 

Por eso Hugo Chávez, el fallecido presidente de Venezuela, pudo exclamar al final de su vida: “Ya tú no eres Chávez, tú eres un pueblo”.

La escena no es privativa de Chávez. 


Con variantes, en América Latina este hechizo mutuo caracterizó el liderazgo carismático de Eva y Juan Domingo Perón, el de Fidel Castro, en un principio el de los sandinistas, en menor medida el de Evo Morales, Correa, los Kirchner. 


Y es también muy visible en el ascenso de Andrés Manuel López Obrador.

 Fidel Castro en un discurso en La Habana en la década de los setenta 
Credit
OFF/AFP/Getty Images



Asistimos al renacimiento del caudillismo bajo una faceta muy distinta a la del siglo XIX. 

Aquellos personajes novelescos, terribles y atractivos, eran poderosos sobre todo por su carisma personal y su uso de la fuerza. 

Los caudillos modernos son caudillos populistas. 

Encabezan vastos movimientos sociales, pero ya no llegan al poder por la vía de las armas (como Castro o los sandinistas). 

Llegan por vías democráticas, pero no representan un cambio de gobierno, sino de régimen

Buscan instaurar un nuevo orden de justicia, refundar el Estado, abrir una nueva era histórica ligada a su nombre, pero lo hacen con daño severo, a veces definitivo, a las costumbres, instituciones, leyes y libertades propias de la democracia, a la que deben su ascenso.

En un libro de aparición reciente titulado El pueblo soy yo me propuse esclarecer las raíces históricas (digamos que el ADN) del caudillismo populista. 

Su proliferación parte de agravios de toda índole, reales y dolorosos: la desigualdad, la pobreza, la marginación, la impunidad, la inseguridad y, desde luego, la corrupción de los partidos políticos.

A estas explicaciones he querido aunar otra, de índole cultural, que discurrió hace más de medio siglo el historiador estadounidense Richard M. Morse (1922-2001) en su libro El espejo de Próspero.

El derrumbe del edificio imperial español, a principios del siglo XIX, dejó un vacío de legitimidad.

Lograda la Independencia, el poder central se disgregó regionalmente y se fortalecieron los caudillos surgidos en las guerras de independencia. 

Aquel espectáculo —según Morse— era la impronta de Maquiavelo, no leído, sino reencarnado en caudillos como José Antonio Páez en Venezuela, Facundo Quiroga en Argentina o Antonio López de Santa Anna en México. 

Morse escribe: “Casi en cada página de sus Discursos y aun de El príncipe, Maquiavelo da consejos que parecen extraídos de la trayectoria de los caudillos americanos”; la presencia física, el valor personal, el conocimiento de montañas y llanos, ríos y pantanos.

 Para celebrar el aniversario de Simón Bolivar, el entonces presidente de Venezuela Hugo Chávez, reveló un busto en 3D del libertador el 24 de julio de 2012. 
Credit
Carlos García Rawlins/Reuters



Pero la legitimidad carismática pura no se sostenía. 

El propio Maquiavelo —aducía Morse— reconoce la necesidad de que el príncipe se rija por “leyes que proporcionen seguridad para todo su pueblo”, lo cual implicó en casi toda la América hispana la adopción, al menos formal, de una nueva legitimidad, inspirada en las constituciones francesa, española y estadounidense. 

El resultado fue un híbrido. 

Bajo la delgada superficie de nuestras repúblicas democráticas y federales lo que predominó fue la convergencia de los caudillos con la tradición del Estado que dominó la América hispana por tres siglos. 

En una palabra, las ideas de Locke sobre el individualismo liberal, los derechos cívicos y la tolerancia eran ajenas a un continente regido por la doctrina política neotomista española, representada sobre todo por el teólogo jesuita Francisco Suárez (1548-1617).

La tradición escolástica —explica Morse— ha sido siempre el sustrato más profundo de la cultura política en América Latina. 

Se caracteriza por un concepto paternal de la política, y por la idea del Estado cristiano, construido como una arquitectura orgánica, un “cuerpo místico” cuya cabeza es la de un padre que provee el bien común, ejecuta, legisla y juzga. 

El pueblo —dato crucial— no solo está dispuesto a delegar el poder, sino a enajenar por entero al monarca

En la clásica terminología de Max Weber —que Morse aprovechó años más tarde— este tipo de dominación legítima corresponde puntualmente a la tipología patrimonialista. 

“Hoy día es casi tan cierto como en tiempos coloniales que en Latinoamérica […] el grueso de la sociedad está compuesta de partes que se relacionan a través de un centro patrimonial y no directamente entre sí. 

El gobierno nacional no funciona como árbitro de grupos de presión, sino como fuente de energía, coordinación y dirigencia para los gremios, sindicatos, entidades corporativas, instituciones, estratos sociales y regiones geográficas”, escribió Morse en 1987.

Varios casos avalan esta interpretación de la cultura política iberoamericana del siglo XIX: el último Simón Bolívar (el de la presidencia vitalicia), la república aristocrática de Diego Portales en Chile, el propio dictador Juan Manuel de Rosas en Argentina, Porfirio Díaz en México. 

Entre 1929 y 2000, México fue el ejemplo más acabado (y exitoso) de caudillismo patrimonialista. 

El país que adoró a los caudillos Villa y Zapata terminó volviendo, en muchos sentidos, a Nueva España, con un monarca en la silla presidencial cada seis años. 

Por eso Octavio Paz me advirtió una vez, con resignación, sobre la fragilidad de nuestras esperanzas democráticas y republicanas: “Convénzase, usted, México nunca se consolará de no haber sido una monarquía”. 

Se refería a la herencia viva de la monarquía absoluta, tanto de los Habsburgo como de los Borbones.


El presidente de Venezuela Nicolás Maduro, después de tomar protesta, en un evento del 24 de mayo de 2018 en el que las Fuerzas Armadas celebraron su segundo periodo presidencial
Credit
Cristian Hernández/EPA, vía Shutterstock




En los años cuarenta, apareció una variante en Argentina: el caudillismo populista

Con la irrupción de la radio, que Perón descubrió como agregado militar de Argentina en la Italia de su admirado Mussolini, el caudillismo patrimonialista adquirió su moderna impronta populista mediante el uso de la comunicación masiva para azuzar a las masas contra el enemigo interno o externo, polarizar a la sociedad, decretar la verdad única, reescribir la historia

Castro llevó a extremos ese paradigma. Acaso su dilatado dominio (que sobrevivió a su muerte y llega hasta nuestros días) deba tanto al legado hispano y caudillista como al Estado totalitario de inspiración soviética.

Hugo Chávez fue un peronista cruzado de castrismo. 

Nicolás Maduro, su heredero, ya no pertenece a esta clasificación porque carece de legitimidad. 

Es el tirano típico de la historia latinoamericana, con una novedad: induce deliberadamente el hambre, la miseria y el exilio del pueblo.

Con todo, a lo largo de estos dos siglos, nunca pareció imposible la construcción democrática de América Latina. 

En los intersticios de las legitimidades carismáticas y monárquicas, varias figuras del siglo XIX buscaron cimentar una política moderna y liberal: Rivadavia, Sarmiento y Alberdi en Argentina; Balmaceda y Bello en Chile; la generación de la Reforma en México.

Y tampoco faltaron en el siglo XX pensadores y periodistas que intentaron consolidar la democracia liberal. Países como Chile, Uruguay, Argentina (hasta 1931), Costa Rica y aun Colombia construyeron, no sin sobresaltos, una sólida continuidad republicana. 

La propia Venezuela lo logró por cuarenta años. 

De hecho, a fin del siglo XX, la mayoría de los países parecía adoptar ese modelo. 

Hasta México llegó a su cita con la historia: desde el año 2000 es una democracia liberal.



Andrés Manuel López Obrador, candidato a la presidencia de México por Morena, en un evento de campaña en la comunidad de San Marcos en Guerrero, el 17 de mayo de 2018
Credit
Francisco Robles/Agence France-Presse — Getty Images 


Quizá no por mucho tiempo.

Asistimos ahora a un nuevo ciclo, tal vez decisivo, del caudillismo populista. 

El carisma personal de López Obrador alcanza tonos mesiánicos, no solo en la gente que se le acerca como a un rey taumaturgo que cura y salva, sino en él mismo, que ha dicho: “El corazón de Jesús está conmigo”. 

Este aliento redentor, aunado a una oferta que recuerda al antiguo patrimonialismo del PRI, instaurará, con toda probabilidad, un régimen que —al margen de sus éxitos o fracasos en el ámbito económico y social— buscará ser la “la fuente de energía” y “el centro patrimonial”. 

En consecuencia, comenzará por dominar al Congreso para de allí modificar la Constitución, alterar a su favor la naturaleza del Poder Judicial, limitar o anular la autonomía de instituciones clave (financieras, electorales, de transparencia, de competitividad) y acotar la libertad de expresión. 

No está claro si las instituciones y las voces de la libertad resistirán el embate.

Estados Unidos nunca ha ayudado al desarrollo de las democracias en México y América Latina; más bien las ha obstaculizado al apoyar tiranías oprobiosas. 

Pero alguna vez fue un faro al que los demócratas y liberales del continente podían voltear. No más. 

Ahora nuestro vecino del norte ha contraído un mal específicamente nuestro: hay un caudillo populista en la Casa Blanca

Así de poderoso es el paradigma.


Enrique Krauze es historiador mexicano, editor de la revista Letras Libres y autor de, entre otros libros, "Redentores: Ideas y poder en América Latina". Es también colaborador regular de The New York Times en Español.


Fuente
“THE NEW YORK TIMES”, 27.05.2018


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¡BIENVENIDOS, GRACIAS POR ARRIMARSE!

Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.

La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.

Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.

El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.

Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.

De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.

A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).

¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.

¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?

¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!

El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.

Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio


Mendoza, 11 de noviembre de 2009.