A Clarence Matthews, de 110 años, le sacaron sangre el año pasado como parte de un proyecto para examinar los genes de los supercentenarios. Matthews murió hace poco.
Credit
Ivan Kashinsky para The New York Times
Como una de los excesivamente raros miembros de su especie en
vivir más allá de los 110 años, Goldie Michelson divulgó sus secretos para la
longevidad incontables veces antes de morir el año pasado a
los 113 años.
“Caminatas por la mañana y chocolate”, le decía la habitante de
Worcester, Massachusetts, y alguna vez la estadounidense viva de mayor edad, al
constante flujo de curiosos que marcó sus últimos años.
A diferencia de los crecientes grupos de nonagenarios y
centenarios, aquellos que llegan a la decimosegunda década, conocidos como
supercentenarios, rara vez enfrentan enfermedades o incapacidad prolongadas antes
de morir, un beneficio que muchos de ellos han atribuido a sus hábitos
personales.
“Trato de vivir conforme a la verdad”, dijo Shelby Harris, quien
lanzó la primera bola en el juego inaugural de la temporada 2012 del equipo
local de ligas menores pocos meses antes de morir a los 111 años en Rock
Island, Illinois. Emma Morano de Verbania, Italia, quien aún cocinaba su pasta
hasta unos cuantos años antes de morir en abril pasado a los 117 años,
recomendaba comer huevos crudos y no tener marido.
Sin embargo, a pesar de regodearse en la idea de que una
longevidad excepcionalmente sana puede explicarse por el estilo de vida, todos
accedieron a donar ADN a un esfuerzo privado para encontrar los secretos que
guardan los genes supercentenarios.
Las secuencias genéticas completas de Michelson, Harris y Morano
se encuentran entre los cerca de 35 genomas de supercentenarios
norteamericanos, caribeños y europeos que una organización sin fines de lucro
llamada Betterhumans puso a la disposición de cualquier
investigador que quiera profundizar en ellos.
Unos cuantos genomas adicionales provienen de personas que
murieron a los 107, 108 o 109 años. Si se puede demostrar que patrones
inusuales en sus 3000 millones de pares de adenina, citosina, guanina y timina
—las nucleobases que conforman todos los genomas— han prolongado su vida y
protegido su salud, señala la lógica, es concebible que pudiera crearse un
medicamento o una terapia genética para replicar esos efectos en el resto de
nosotros.
“Espero que encuentren algo que le haga bien a alguien”, dijo
Clarence Matthews, de 110 años. Como una contribución final a la base de datos,
Matthews permitió que le sacaran sangre el año pasado en su casa en Indian
Wells, California, mientras yo estaba a su lado mirando.
James Clement, al centro, observa mientras le sacan sangre a Matthews. Obtener muestras genéticas de supercentenarios no fue fácil: fue difícil encontrarlos y, en ocasiones, murieron antes de poderles tomar muestras.
Credit
Ivan Kashinsky para The New York Times
El excepcional almacenamiento de genomas de supercentenarios, el
más grande hasta ahora que se ha secuenciado y hecho público, se da en un
momento en que los estudios de longevidad comunes han brindado pocas pistas
sólidas sobre el envejecimiento sano. Al parecer son el estilo de vida y la
suerte los factores de peso para que la gente viva hasta los 90 o 100 años.
Parece que el grado en que cuentan con una ventaja genéticaproviene
en parte de haber heredado menos de las variaciones comunes de ADN que
se sabe elevan el riesgo de presentar cardiopatías, enfermedad de Alzheimer y
otras afecciones.
Eso no es suficiente, afirman algunos científicos, para explicar
lo que llaman “supervivencia realmente rara”,
ni por qué los supercentenarios son más sanos que los centenarios en sus
últimos meses y años. Así que los científicos sugieren que los supercentenarios
podrían poseer un código genético que los protege activamente contra el
envejecimiento.
Formando un almacén
Las secuencias de ADN divulgadas fueron obtenidas casi
exclusivamente por James Clement, de 61 años.
Un autoproclamado científico ciudadano, Clement recolectó
sangre, piel o saliva de supercentenarios de catorce estados de Estados Unidos
y otros siete países en un periodo de seis años. Muchos aún trabajaban en su
jardín, discutían, conducían y coqueteaban.
Los rasgos complejos, como la estatura, el índice de masa
corporal y riesgos de enfermedades —fenotipos, como se conocen en el léxico de
la genética—, por lo general surgen de la combinación de cientos de lugares en
el genoma en el que el alfabeto del ADN difiere entre los individuos.
Detectar cuáles variaciones afectan a cuáles fenotipos requiere
de la potencia estadística de decenas de miles de muestras de ADN: casi seguro
un impedimento entre los supercentenarios, cuya cantidad comprobada, a nivel
mundial, es de alrededor de 150.
Los genealogistas aficionados dedicados a validar la
edad de las personas más ancianas del mundo calculan que incluso el total no
comprobado es de solo cerca de mil (en largas extensiones del planeta, donde
los registros de nacimiento son escasos o nulos, identificar a supercentenarios
comprobados es virtualmente imposible).
Aun así, algunos investigadores esperan que, a pesar de la
cantidad limitada de genomas disponibles, será posible identificar el
ingrediente secreto de los supercentenarios con métodos utilizados para
descubrir la base genética de otras enfermedades raras. Nadie sabe con exactitud cuántos genomas podrían ser necesarios.
“Esto es lo que llamamos un ‘fenotipo extremo’”, dijo el
genetista de Harvard George Church, quien se encargó de la secuenciación de los
genomas para que Clement pudiera divulgarlos a través de una organización sin
fines de lucro. “Mientras más avances en la campana de Gauss, más probable es
que encuentres algo, aun con una muestra de tamaño pequeño”.
Sin embargo, lo que funciona en organismos de vida corta a
menudo no se traduce a los humanos, cuya supervivencia promedio en países
desarrollados se acerca a los 80 años. Así que, a pesar de las limitaciones de
la base de datos de Clement, varios
investigadores prominentes ya han expresado interés en ella.
“Esto podría demostrar la utilidad de comenzar una colección más
grande”, dijo Paola Sebastiani, una investigadora de la longevidad de la
Universidad de Boston.
Un recuento de lo que Clement llama el Proyecto de Investigación
de Supercentenarios ofrece un vistazo a lo que podría implicar, incluyendo la
perseverancia, la compasión y un sentido del humor que tiende a ser negro.
Vida o muerte
Fue un comienzo poco auspicioso, admitió en un correo
electrónico que envió Clement en enero de 2011 a un amigo. La primera
supercentenaria que Clement había conseguido citar, Mississippi Winn, había
muerto a los 113 años antes de que él pudiera llegar de su casa en San José,
California, a la de ella en Shreveport, Luisiana.
Mississippi Winn celebró su cumpleaños 113 en Shreveport, Lusiana, en 2010.
Credit
Val Horvath/The Shreveport Times, vía Associated Press
No fue la única vez. Después de esa edad, aprendió pronto
Clement, la probabilidad de morir en el año siguiente es de aproximadamente el
66 por ciento.
“Puede ser que incluso cuando estás guardando tus cosas en el
auto, la persona se enferme y diga que no puede recibirte”, dijo Clement,
después del primero de varios planes para que yo presenciara una donación de
ADN que se canceló de pronto.
Clement podría extraer ADN de muestras post mortem, con permiso de
la familia y asumiendo que pudiera llegar al lugar del funeral a tiempo. También es posible la exhumación, en teoría, para obtener muestras.
Sin embargo, por razones comprensibles, dijo, los miembros de la
familia por lo general dejan de comunicarse con él cuando el supercentenario
muere. Para mejorar las probabilidades de obtener muestras —y de que haya un
balance de género, puesto que los supercentenarios son casi en su totalidad
mujeres— bajó su edad objetivo de 110 a 106 años.
“Es mejor llegar cuando están vivos”, dijo.
Guiado por la lista de correo de las Personas Más Ancianas del
Mundo, cuyo moderador, Robert D. Young, verifica las edades en nombre de los
Récords Mundiales de Guinness y rastrea a los supercentenarios para el Grupo de Investigación Gerontológica, Clement
puso alfileres para marcar las ubicaciones de posibles participantes en un mapa
colgado en la pared de su oficina en casa.
Creó alertas de Google para las frases “cumpleaños 109”,
“cumpleaños 110” y “cumpleaños 111”, y para los obituarios de supercentenarios
conocidos.
A diferencia de muchas zonas llamadas azules, donde se dice que los supercentenarios están
agrupados, no hay un acceso directo geográfico para captarlos. Así
que llamó, mandó correos electrónicos y solicitudes de amistad en Facebook a
cualquier contacto que pudiera encontrar, en cualquier lugar que pudiera
hallarlo.
Una invitación para un cumpleaños
El genetista George Church en la Escuela de Medicina de Harvard en Boston. Church ha dedicado una parte de su laboratorio a investigar cómo revertir el envejecimiento.
Credit
Gretchen Ertl para The New York Times
“Me quito el sombrero por alguien dispuesto a dedicar unos
momentos de su vida para ir a conseguir estas preciadas muestras”, dijo Church,
el genetista de Harvard, que ha dedicado una parte de su laboratorio a
investigar cómo revertir el envejecimiento.
Según creía Church, no era probable detectar el tipo de
mutaciones extremadamente raras que quizá los supercentenarios albergan mediante
técnicas estándar, que solo escanean los lugares en el genoma donde ya se sabe
que el ADN varía entre individuos.
Buscar variaciones aún no catalogadas requeriría una
secuenciación de la totalidad de las 6000 millones de letras genéticas de los
supercentenarios, un procedimiento mucho más costoso. Cuando él y Clement
hablaron por primera vez sobre esa idea en 2010, el costo era de cerca de
50.000 dólares por genoma.
Pero el precio estaba reduciéndose y,
con el apoyo financiero de un puñado de personas ricas con ideas parecidas que
aceptaron invertir en la fase exploratoria del proyecto, “simplemente parecía
algo que podría hacer”, dijo Clement.
Una invitación para la fiesta del cumpleaños 111 de James Sisnett en
Barbados finalmente sirvió como el debut de Clement en febrero de 2011. El
supercentenario murió dos años después.
Pérdida de muestras preciosas
Viajando de aquí para allá por Europa en 2011, Clement logró que
su recolección agarrara ritmo, pero hubo algunos tropiezos. Había ordenado un
equipo barato que le permitía pinchar el dedo de un supercentenario y depositar
una gota de su sangre en una tarjeta para conservarla, que a menudo usan los
genetistas en el campo.
A los pocos meses tenía gotas de quince donadores. No fue sino
hasta que cambió y contrató a un flebotomista para obtener las muestras de
sangre con una aguja cuando se enteró de que las tarjetas con las 15 muestras
originales eran defectuosas. “No podemos detectar el ADN”, señalaba un correo
electrónico del laboratorio de 2011.
Aun así Clement contaba con veintitrés muestras buenas, y el
costo de la secuenciación para entonces se había reducido a unos 15.000 por
genoma. Con los fondos que le quedaban, hizo la secuencia de quince y dejó las
demás almacenadas en frío.
Clement sosteniendo muestras de sangre de Clarence Matthews
Credit
Ivan Kashinsky para The New York Times
Clement descubrió rápidamente 2500 diferencias entre el ADN de
los supercentenarios y los de los sujetos de referencia. Sin embargo, incluso
con la ayuda de los estudiantes de posgrado del laboratorio de Church, era
difícil saber a partir de ese grupo tan pequeño cuáles, en su caso, eran
significativas.
Así que en los siguientes años, Clement —quien trabajaba sin
cobrar un salario— recolectó muestras donde pudo y añadió otra decena de
supercentenarios de todo Estados Unidos.
A principios del año pasado, una compañía confundada por
Church, Veritas Genetics, anunció que haría la
secuencia de genomas humanos por 1000 dólares cada uno. Church le dijo a
Clement que Veritas secuenciaría las muestras restantes, así que se dispuso a
recolectar algunas más.
El consejo del hombre más anciano de Estados
Unidos
Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.
La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.
Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.
El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.
Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.
De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.
A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).
¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.
¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?
¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!
El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.
Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio
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