Trata de la rebelión de varios personajes que fueron creados por la mente del autor pero, finalmente, no terminaron incluidos en ninguna obra.
Personajes sin destino, flotando en un ambiguo abandono.
Nadie sabe como actuar y cuando finalmente lo hacen, actúan de un modo confuso, sin interpretar del todo ningún rol.
En estos días Argentina se convirtió en un homenaje a Pirandello: a comienzos de la semana todavía crecía el eco de la televisión del sábado en la que una señora que trabaja de puta y se reconoce como tal (perdón pero prostituta me parece una palabra mucho menos amable) acusó de pedofilia a una serie de periodistas y dirigentes.
Lo hizo sin prueba alguna y días más tarde, cuando se le preguntó en la Justicia salió corriendo luego de afirmar que las iniciales CP no correspondían a un conocido columnista sino a un tal “Carlos Pérez”.
Lo de “salió corriendo” no es una mala metáfora sino una descripción exacta.
Con las acusaciones en el aire, las redes sociales se comportaron como un turba y Argentina se transformó en un Congreso Mundial de Pedofilia.
Ganados por la cultura del paneleo, los medios y las redes resucitaron a Lombroso, el teórico del derecho penal que en el siglo XIX sostuvo que el crimen está basado en causas físicas y biológicas.
Para Cesare Lombroso había “orejas de asesino”, “ojos de ladrón” o “frente de criminal”.
Así, muchos comenzaron a apoyar la denuncia basados en las caras de los denunciados:
“¿Y éste? Y sí, este tiene cara de pedófilo”.
Todos sospechaban del origen de la denuncia, y escuché cientos de teorías: ¿Una operación de los servicios? ¿Una maniobra de extorsion de la señora puta? ¿Un escándalo totalmente menor o la Tercera Guerra Mundial?
En cualquier caso, la puta logró que el nivel del debate fuera similar al de un burdel: se acusaron de cornudos, violadores, traficantes, fiolos, mafiosos y demás.
En la Argentina de roles confusos hasta los familiares de las víctimas de Malvinas estuvieron a punto de agarrarse a las trompadas.
“El día anterior, durante el vuelo, se mataron –me dijo en la radio Natasha Niebieskikwiat, periodista de este diario que los acompaño en el vuelo- La grieta existe, se mataron en diferencias. Después vino la emoción y parecían unidos”.
—¿Cuántos son, doscientas personas?
—Sí —¿Cuántas divisiones tienen?
—Tres o cuatro, es tremendo.Hubo hasta golpes y empujones en el hotel, previos al viaje. Los divide el sí o el no a las muestras de adn, o la discusión de si fueron víctimas o héroes, parados sobre las tumbas de sus familiares.
El escándalo del uso discrecional de pasajes entre los legisladores también desató una batalla de roles en el Congreso.
Conozco el tema de memoria: hace treinta años, cuando escribía en El Porteño, fui declarado persona no grata por la Sala de Periodistas del Congreso por denunciarlo.
Ya entonces sucedía, y también con pasajes se compraban periodistas y favores.
El absurdo de que diputados de Capital recibieran pasajes aéreos volvió a destapar los distintos suplementos salariales:el plus por desarraigo (plus por saudade, porque el legislador extraña), las pocas veces que asisten a la Cámara, la cantidad ridícula de asesores personales, etc.
En su defensa, los diputados reconocen una irregularidad: necesitan volver a su territorio a hacer campaña, algo que tiene que ver con sus intereses personales y no con los que le impone el cargo.
Sin autor, los personajes de la Legislatura se siguen preguntando si la política debe ser un servicio público.
La respuesta, sin embargo, es corporativa: no hay divisiones políticas sino unidad en sobresueldos.
Y fue también en el Congreso, donde otros personajes exhibieron su rol en crisis.
Luis Caputo le escribió un mensajito a la diputada Gabriela Cerrutti, y se lo pasó de banco a banco.
Pero no decía “te quiero”, sino “tengo hijas, no seas tan mala”.
El dibujito tenia un “smile”.
El ministro Caputo tiene 52 años.
La diputada Cerrutti, muy avejentada, tiene la misma edad pero, se ve, otro sentido del humor.
Dijo que el mensajito era “violencia de género” (??????).
Un boludo y una oportunista.
Todos quieren actuar, pero no saben cómo.
Desde el público deberíamos decirles que les esta saliendo horrible, y que devuelvan la plata de la entrada.
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