Tampoco la reivindicación de una tradición anterior a los conquistadores blancos ha impedido que uno de sus líderes más conocidos se identificara como flogger en su no tan lejana juventud.
RAM aspira a que los mapuches constituyan un estado étnico, usando argumentos similares a los de Bismarck, Cavour o Roca para los estados nacionales.
Su identidad se asienta en ideas de pureza racial dignas del nazismo.
Un marxismo esquemático, anticapitalista y antiimperialista alimenta sus proyectos futuros.
Incluso hay un lugar para la tradición liberal y democrática, en sus reclamos al Estado por sus derechos humanos.
Pero simultáneamente, en nombre de un anarquismo radical, le niegan a ese Estado legitimidad y obediencia.
Oxymoron puro, pero les va muy bien.
Lo de RAM entronca con otro “relato” exitoso, elaborado por el kirchnerismo y sólidamente instalado en el sentido común de los argentinos.
Sin limitarse por cuestiones lógicas, ese “gran relato” articula la tradición histórica nacional y popular, en la versión violenta del setentismo, con la deriva, a su modo también violenta, de la tradición liberal de los derechos humanos.
En esta síntesis quedaron en el camino, como trastos viejos, algunas de las ideas más valiosas de la refundación democrática de 1983, como el Estado de derecho, el pluralismo y las garantías de las minorías.
Ambos relatos son indiferentes a cualquier test de racionalidad argumental.
Pero a juzgar por su eficacia, a sus sostenedores les sobra racionalidad acerca de los fines y los medios.
Ambos explotan con éxito el gran descubrimiento de quienes, a fines del siglo XIX, exploraron el entonces novedoso mundo de la política de masas.
Allí, la eficacia no se funda en la parte racional de la mente humana sino en otra, más confusa y a la vez más poderosa, cuya naturaleza fue explicada por Freud.
La conexión entre el mundo de Freud y el de la política fue estudiada por Carl Schorske en un libro clásico sobre Viena al fin del siglo XIX.
Allí analiza los casos del caballero Schönerer, el doctor Lueger y Theodore Herzl, a quienes el joven Hitler conoció y siguió con interés.
Para asombro de los rivales políticos, sus mensajes no se sustentaban en ideas orgánicas, claras y distintas, donde lo progresista y lo reaccionario se distinguieran claramente.
Por el contrario, eran un collage fragmentario, heterogéneo y contradictorio de valores, sentimientos, opiniones y actitudes de procedencias diversas.
En esta confusa mezcla coexistían lo viejo y lo nuevo, la tradición y la innovación vanguardista, el radicalismo democrático y el nacionalismo xenófobo.
El modo de sostenerlas importaba tanto como el contenido.
Se trataba de provocar y obstruir, combinando intransigencia, intolerancia, gritos destemplados, palabras hirientes, bandas camorreras, cristales rotos y adversarios aporreados.
Se hicieron de un contrincante a medida: los “liberales”, insensibles a lo popular y lo nacional, elitistas, cosmopolitas, excluyentes y fracasados, que no tenían ni un pasado en que arraigar ni un futuro creíble que ofrecer.
Los “liberales” no se ocuparon de discutir esta propuesta, que juzgaban absurda.
Pero tuvo mucho éxito.
Schönerer se quedó en el camino, pero Lueger fue alcalde de Viena durante muchos años y Herzl fundó el movimiento sionista mundial.
La clave residió en su capacidad para congregar a todos los que tuvieran algún tipo de agravio con el sistema establecido, modulando libremente su discurso desde el radicalismo democrático hasta el nacionalismo xenófobo y el antijudaísmo.
Ellos pusieron de relieve el valor político de lo simbólico, de la imaginación, de la magia.
Herzl decía que con una bandera y una ilusión podía mover el mundo.
Su gran sueño sionista conmovió por su desmesura y utopismo, algo parecido sucedió con quienes imaginaron una nación homogénea o un mundo sin judíos.
Con estos materiales se construyeron los grandes movimientos políticos de la primera mitad del siglo XX y algunos otros muy recientes.
Mutatis mutandis, de ellos podemos aprender algo sobre la actual coyuntura argentina.
RAM, el kirchnerismo y otros han construido un enemigo identificable y cómodo.
El presidente Macri es cuestionado tanto por lo que es como por lo que no es.
Macri practica una política racional y utilitaria, y aspira a la normalidad.
Seguro de su carácter fundacional, prescinde de un relato propio, que explique por la historia e inspire por la emoción o la fantasía.
A la vez, se dice de él que es igual a la dictadura: neoliberal, opresor del pueblo, y dispuesto a usar la represión clandestina.
Como en el caso de los 30.000 desaparecidos, son verdades de fe, imposibles de refutar con argumentos, pero que marcan la cancha.
En ese terreno, los críticos pocas veces enfrentaron una respuesta adecuada, y quedaron dueños del terreno.
Los relatos míticos y la pequeña violencia están hoy presentes entre los mapuches, los movimientos sociales, los estudiantes, los docentes, los defensores de los derechos humanos, los sectores de izquierda y otros cien grupos que se alternan para ocupar las calles y llenar las plazas.
Sus objetivos no son grandiosos: libran combates de retaguardia, tratando de evitar el desbande.
Su método es la obstrucción: exacerbar cualquier descontento y tapar con gritos y actos violentos los intentos de diálogo y de acercamiento de posiciones.
Es una táctica eficaz, pues consiguen integrar y dar una voz única a reclamos y protestas muy diversos y hasta contradictorios.
Con ello mantienen la tensión cotidiana, y ganan los titulares de los diarios.
También conservan su ventaja en la batalla cultural: el relato kirchnerista del setentismo y los derechos humanos sigue dominando esta escena, y hasta obtiene victorias contundentes, como en el caso del 2x1.
Es cierto que en la batalla electoral no les va tan bien.
Pero las batallas son muchas y diferentes, y quien quiera imponerse al final debe tener fórmulas ganadoras en cada uno de los campos y no abandonar ninguno.
El gobierno está teniendo una buena performance en muchos campos, pero regala un terreno y abre un flanco.
Debería preocuparles.
fuente
"LOS ANDES", 26.09.2017
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