El día que los mapuches rechazaron las tierras del magnate Benetton
Luciano Benetton
Gonzalo Sánchez
Se habían sentado con sus usos y costumbres sobre el cuartel Santa Rosa, de la estancia Leleque: 600 hectáreas todas pertenecientes al grupo italiano, que los mapuches reclamaban como territorio sagrado, como la tierra de sus ancestros.
El caso había obtenido trascendencia mundial.
Tanto o más que en esta época de RAM, Gendarmería y ausencia de Santiago Maldonado.
Y era para Benetton, verdadero rey de la tierra en la Argentina, con un millón de hectáreas compradas legalmente en su haber, más que un dolor de cabeza: una guerra de poderosos contra débiles que comprometía su predica de inclusión United Color.
Pero se complicó todavía un poco más porque en aquel tiempo también apareció la Gendarmería con una orden judicial y los mapuches terminaron desalojados, devueltos a una casa de mampostería en la periferia de Esquel.
La primera carta, del nobel argentino, convertido en vocero de los mapuches, está fechada el 14 de junio de 2004. Es una misiva post desalojo.
Sigue: “Debe saber que cuando a los pueblos originarios les quitan las tierras los condenan a muerte; o los reducen a la miseria y al olvido: Pero siempre existen los rebeldes que no claudican frente a las adversidades y luchan por sus derechos y la dignidad como personas y como pueblos”.
Fue también por carta. Y también fue nota de tapa del diario La República.
"Estoy convencido -planteó el millonario- de que un diálogo civil entre las partes representa el único camino para poner de acuerdo las distintas posiciones. Con más razón si se trata de un tema complejo como el de las tierras patagónicas que presenta complicados aspectos históricos, sociales y económicos, que toca a numerosos grupos étnicos además de dos gobiernos latinoamericanos, que presenta interrogativos morales y filosóficos antiguos como el mundo".
Y no dejó de lado aspectos filosóficos y sociológicos en su respuesta al Premio Nobel, que había puesto en tela de juicio la propiedad de la tierra preguntándose en su carta "quién ha comprado la tierra de Dios". "Con esa pregunta -respondió Benetton- usted reinicia un debate sobre le (sic) derecho de propiedad que, no importa lo que se piense, representa el fundamento de la sociedad civil".
Para Benetton, la propiedad entendida según el derecho romano.
Para los mapuches, el sentido de pertenencia a la tierra, pero no de dominio.
Pero en noviembre de 2005, en medio de las cartas intercambiadas, Luciano Benetton, hizo su jugada: ofreció donar 7500 hectáreas a los mapuches en el corazón de Chubut.
Concretamente en Piedra Parada, un paraje lunar, al pie del rastrillado río Chubut.
Una tierra prometida, llena de posibilidades.
El magnate pretendía resolver el asunto, utilizando como mediador al gobierno argentino.
Proponía que fuera el garante de la operación, que recibiera las tierras y luego se las otorgara con un fines de desarrollo social a las comunidades.
NO querían cualquier tierra, sino el territorio ancestral, el lugar de los suyos, ese predio de arbustos y felichilla patagónico, destemplado y desabrido, en los bordes de la estepa, que había sido, según palabras de Atilio y Rosa, el lugar de sus padres y abuelos.
No era cuestión de aceptar un gesto de filantropía, como parecía prentender el magnate. Sino, de reclamar el espacio sagrado.
Las tierras de Piedra Parada, un final posible del mundo, se quedaron sin destinatorio, en la soledad de la meseta chubutense.
Años después fueron compradas por un inversor francés.
Años, después, Atilio y Rosa volvieron al predio de Leleque. Volvieron a ocupar la tierra reclamada.
Consiguieron permanecer porque una ley que impide los desalojo, y que en noviembre se podría caer, les dio al amparo para vivir allí, en la tierra del magnate, sin sobresaltos.
Pero la historia podría ser escribiéndose en un tiempo para nada lejano.
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