Siempre hizo culto del bajo perfil. Es más, se ufanaba de no tener contacto con los periodistas.
Su suerte cambió el 19 de diciembre de 2013, cuando llamó al todavía juez Norberto Oyarbide para “ayudar” a su entonces amigo Guillermo Greppi, dueño de la financiera Propyme.
El escándalo lo había generado un grupo de policías de la siempre sospechada DIFOC, un área de la Policía Federal que trabajaba codo a codo con Oyarbide.
Greppi rompió el molde y denunció que le pidieron una coima de 300 mil dólares.
El episodio nunca se aclaró, aunque desató un escándalo público, con implicancias judiciales y mediáticas.
Liuzzi, un asiduo veraneante de las playas de Miami y Punta del Este, llegó a ofrecer su renuncia (de palabra) ante Cristina Kirchner.
Nunca se la aceptó. Zannini siempre creyó que era una campaña en su contra y decidió protegerlo.
Cuando las denuncias se multiplicaban, lanzó a sus operadores judiciales en los tribunales Comodoro Py.
Hasta un fiscal federal, que solía cruzarse con Zannini y sus hijos en la platea de Boca Juniors, se involucró abiertamente en las gestiones.
El resultado está a la vista: tres sobreseimientos, todos firmados por el mismo juez, Luis Rodríguez. Y ninguno apelado por el fiscal Ramiro González.
“La causa que realmente le preocupaba era la de ADCONSA”, coinciden en el entorno de Liuzzi.
Esa consultora estaba a nombre de un amigo suyo, Gustavo Benvenutto, que a su vez era su socio en su constructora y tenía una financiera, otra casualidad que la Justicia no quiso investigar.
Sin empleados ni experiencia, ADCONSA recibió millonarios contratos desde las oficinas de Legal y Técnica y llegó a hacerse cargo de la digitalización del Boletín Oficial. Tampoco mereció el interés judicial.
Antes de irse de la Rosada, Liuzzi se encargó de resguardar a sus familiares.
Su ex jefe trata de reinsertarse en el mundo laboral desde una humilde oficina del Banco de Santa Cruz.
Ambos se refugian en el silencio.
fuente
"Clarin.com", 26.03.2016
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