HORACIO VERBITSKY
“La Iglesia es el cerebro que arma el brazo militar”
En esta entrevista, el periodista cuenta por qué la Iglesia argentina estuvo siempre del lado de las clases dominantes y conjetura los paisajes posibles que la elección del nuevo Papa dibujará aquí y en el mundo.
Allí era donde, hace más de cincuenta años, debía permanecer junto a dos compañeros mientras el resto del curso escuchaba la clase de religión.
“Cuando terminaba y salían todos, siempre había alguno que nos decía ‘ustedes mataron a Jesús’ y se armaba la de trompadas.
Treinta contra tres.
No paraba hasta que alguna nariz sangraba o algún diente volaba.
Si de mi abuelo (un judío practicante) tengo el recuerdo del ritualismo y el formalismo, de la religión católica recuerdo la agresividad, el triunfalismo, el fundamentalismo.
También me acostumbré a pelear contra eso: éramos tres, pero no siempre eran nuestras narices las que sangraban.
A menudo era la de alguno de los otros.
Para mí también fue formativo”, señala el periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).
La propiedad donde funcionó provisoriamente el centro clandestino del Delta había sido el lugar de recreo del cardenal arzobispo de Buenos Aires y, según figura en las escrituras, fue vendido a los marinos –que usaron documentos falsos a nombre de un ex detenido de la ESMA– por quien era secretario del vicariato castrense durante la dictadura, Emilio Teodoro Grasselli.
“La Iglesia –explica Verbitsky– no sólo bendijo las armas de la dictadura y justificó la tortura con argumentos teológicos, sino que también fundamentó, a lo largo de todo el siglo XX, el desprecio por la democracia, por la voluntad popular, por la libertad de expresión y por la libertad crítica que está en la base de todas las intervenciones militares en la política.
La Iglesia es el fundamento dogmático de lo que viene después: define los conceptos y se los predica a los militares. Es el cerebro que arma el brazo militar.”
Según revela, la elaboración que llega a Argentina está hecha por la organización integrista Cité Catholique que desembarcó en Buenos Aires en 1958, tuvo una inserción importante en el ejército francés, participó a través de militares y capellanes en la guerra de Algeria y justificó los métodos empleados en esa batalla, los mismos que usarían años después los represores argentinos.
El cimiento dogmático hay que buscarlo en un libro de Jean Ousset, Le Marxisme-léninisme, donde se señala que el aparato revolucionario es antes ideológico que político, y antes político que militar.
Verbitsky sostiene que éste es el fundamento de la amplitud de la represión: “En Francia, si bien tuvo una implantación fuerte en las capellanías castrenses y entre los propios militares, este sector fue rechazado por el Episcopado francés, que lo denunció y lo condenó.
En Argentina, en cambio, esa línea fue hegemónica.
El libro de Ousset fue traducido al castellano por un coronel del Ejército y prologado en su primera edición en castellano por quien era cardenal arzobispo de Buenos Aires y al mismo tiempo vicario general castrense, Antonio Caggiano, cuyo secretario familiar era monseñor Grasselli”.
Pero mientras hacía la investigación, Verbitsky fue acumulando material que le permitió escribir más de mil quinientas páginas y que guardó para un próximo proyecto: un siglo de historia política de la Iglesia argentina (1884-1983).
Tiene que ver con la estructura de clases del país, del clero y con la inserción de la Iglesia en las respectivas sociedades.
La Iglesia argentina ha sido históricamente la Iglesia de las clases dominantes, aunque hubo una ruptura histórica importante con el liberalismo a fines del siglo XIX.
Pero en la década del 20 esa fractura se cierra y la Iglesia pasa a ser el gran mentor ideológico de la oligarquía argentina y de las Fuerzas Armadas a partir del temor al comunismo, a partir de la revolución fallida de 1905 y la exitosa del ‘17.
Descubrí que las grandes fortunas argentinas son aportantes de primer nivel a las finanzas del Vaticano.
Hay reconocimientos explícitos por parte de la Iglesia por los aportes económicos que se hacían no sólo para sostener a la Iglesia argentina, sino para sostener al Vaticano con colegios e iglesias en Roma.”
Las palabras de Scilingo –que el martes fue condenado en España a 640 años de prisión– iniciaron una nueva etapa en la relación de la sociedad argentina con los crímenes del terrorismo de Estado.
Para muchos fue el momento a partir del cual ya no era posible negar los hechos.
El nuevo período se nutrió con la aparición de una generación encarnada en los hijos de desaparecidos y de una mayor voluntad de escuchar a los sobrevivientes que –junto con el resto del movimiento de derechos humanos– denunciaban a los militares desde que lograron salir de los campos de concentración.
Y además reactivó los juicios, en Argentina y en el exterior.
No cree en Dios. Ni siquiera tuvo un atisbo de pensamiento místico cuando hace seis años estuvo “al borde de la muerte”.
Pero admite que con El Silencio “pasan cosas muy misteriosas”: en el momento en que aparece –fue entregado a la editorial en septiembre del año pasado–, el vicario castrense Antonio Baseotto dice que hay que tirar al mar al ministro de Salud porque osó manifestarse a favor de la despenalización del aborto; se muere Juan Pablo II y Bergoglio es candidato al papado. “Si yo fuera creyente... diría que Dios lo quiso”, bromea el periodista.
¿Puede influir en Argentina el nombramiento del nuevo Papa?
Ahora, en su primera misa como Papa, Ratzinger planteó retomar las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que es justamente la crítica del integrismo.
Y estamos haciendo este reportaje antes de saber cuál va a ser su primer pronunciamiento doctrinario.
Podría pensarse que si Ratzinger se comportara en el papado como en el Santo Oficio, reforzaría todas esas tendencias y desalentaría cualquier intento de renovación.
En esa última homilía se refiere a esas cosas como “modas” y dice que hay que luchar contra las modas.
La Iglesia tampoco. Hubiera sido distinto si Bergoglio hubiera sido Papa. Tal vez hubiera puesto todo el peso del Vaticano en la reivindicación de la dictadura, así como Juan Pablo II lo puso para acabar con el gobierno comunista en Polonia.
Tal vez hubiera sido el surgimiento de un poder paralelo que hubiera creado una crisis política en Argentina, pero por suerte, o gracias a Dios, el Espíritu Santo eligió a un alemán, o sea que el problema lo va a tener Schroeder.
No tengo temor de que la Iglesia les dé a los militares un espacio de aglutinación.
Así como no lo han condenado a Baseotto, ningún obispo salió a reivindicar la dictadura.
Hay serios indicios de que los militares procedieron como lo hicieron porque la Iglesia les dijo que lo hicieran.
Pero la idea de que ellos iban a evitar la condena de la Iglesia y con eso se solucionaba todo el problema es una idea anacrónica, propia del fundamentalismo y del integrismo.
Es creer que la sociedad se rige todavía por lo que dice el Vaticano o la Conferencia Episcopal Argentina, y eso no va más.
Esta es una sociedad pluralista, diversa, predominantemente laica; no porque no haya creyentes, sino porque el Estado es laico y la sociedad también, en el sentido en que no es admisible que los preceptos de la religión guíen las instituciones del Estado y la vida cotidiana de las personas.
Es un tema privado, de la conciencia de cada uno, y nada más.
Participarán el artista plástico León Ferrari, Víctor Basterra (sobreviviente de la ESMA) y el sacerdote Eduardo de la Serna.
fuente
"Página/12", 24.04.2005
Fotos e ilustración han sido seleccionadas por el blog.
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