MÉXICO:
OFICIOS DE ALTO RIESGO
El asesinato de políticos locales tiñe la precampaña en México
Un policía vigila una casilla en el estado de Durango, después de que grupos armados robaron urnas durante las elecciones locales de 2010. Este julio se realizará la elección más grande de la historia de México: se disputan 3416 cargos.
Credit
Jorge Valenzuela/Reuters
CIUDAD DE MÉXICO — El viernes 9 de febrero, a dos días del final
de la precampaña en el país, el líder estatal de un partido minoritario en el
Estado de México, Vicente Onofre, fue baleado y
resultó herido.
Al día siguiente, el precandidato a
una alcaldía en el estado de Puebla, Francisco Lenin Portal Sánchez, fue
atacado a balazos también cuando iba a bordo de su vehículo.
Portal Sánchez
salió ileso.
Pero otros no corrieron la misma suerte.
Una semana antes de estos ataques fue asesinado Francisco
Rojas San Román, precandidato a la alcaldía de Cuautitlán Izcalli, un municipio
del Estado de México.
Y antes de él murió baleado en Oaxaca
el exlíder municipal Teodoro Ortiz Barragán.
Tan solo en enero fueron
asesinados Jorge Montes González,
líder municipal y regidor de Celaya; Santiago Cháidez Jiménez,
exalcalde de un municipio en Durango; Juan Manuel Hernández Martínez,
regidor del estado de Tamaulipas; Víctor Molina Dorantes,
exalcalde de Veracruz, y Miguel Ángel Licona,
antiguo presidente municipal de Hidalgo.
En total, desde que el periodo electoral empezó oficialmente a
nivel federal el 8 de septiembre hasta el final de la precampaña el 11 de
febrero —periodo durante el cual se registran los aspirantes y se definen los
candidatos al interior de cada partido— fueron asesinados por lo menos
diecinueve políticos locales entre alcaldes (electos o en funciones),
exalcaldes o precandidatos a presidente municipal.
En comparación con esta
cifra, algunos conteos indican
que durante todo 2016 fueron víctimas de homicidio nueve presidentes
municipales y alcaldes electos o antiguos.
El
número es representativo de la violencia que se vive en todo el país, dado que
México acaba de cerrar su año más mortífero desde
que hay registro.
Sin embargo, un estudio reciente encontró
que es doce veces más probable que un político local sea asesinado que alguien
de la población civil.
“Vemos
una descomposición social en el país debido a esta escalada de violencia”, dijo
Enrique Vargas del Villar, presidente municipal de Huixquilucan, en Estado de
México, y dirigente de la Asociación Nacional de Alcaldes, una de las
organizaciones que reúne a representantes a nivel local y que lleva un conteo
de violencia contra líderes municipales.
“Y esto genera un ambiente muy raro y
muy tenso en un año electoral”, añadió Vargas del Villar, quien atribuyó buena
parte de la violencia a “mafias” que quieren enviar un mensaje de miedo a los
candidatos o a los dirigentes en funciones para afianzar su control sobre
territorios disputados.
De izquierda a derecha: Adolfo Serna, precandidato a la alcaldía de Atoyac, Guerrero, y quien fue asesinado el 31 de diciembre; Francisco Rojas, aspirante a la alcaldía de Cuatitlán Izcalli atacado el 2 de febrero, y Arturo Gómez Pérez, alcalde de Petatlán, Guerrero, asesinado el 29 de diciembre.
De cara a las elecciones del 1 de julio, en las que en total se
renovarán 3416 cargos de elección popular —la mayor cantidad de puestos que se
han votado en una sola jornada en la historia del país, y la mitad de los
cuales son a nivel local o municipal—, la irrupción de la violencia en la
política implica un costo elevadísimo para la democracia.
“Nuestra construcción de la democracia fue a nivel local, de
abajo para arriba, con el municipio”, indicó Sandra Ley, politóloga del
Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) —una universidad de la
capital mexicana— especializada en violencia electoral y sus consecuencias.
Ahora, en vez de una construcción democrática, el nivel municipal se ha vuelto
también “la primera entrada de grupos de delincuencia organizada que están
peleando para tener acceso o empezar a tener acceso e influencia en la composición
de puestos clave en seguridad, de presupuesto, de finanzas”.
La experta explicó que los ataques contra autoridades
municipales en México, que tienden a aumentar durante periodos de elecciones
locales, posiblemente se han agudizado este año —y seguirán haciéndolo— porque
también coinciden con las elecciones federales, “y esa concurrencia hace que
veamos más operación del crimen organizado”.
Ley recalca que no todos los asesinatos o intentos de homicidio
de regidores son por parte de grupos criminales, también pueden deberse a, por
ejemplo, disputas políticas o a temas personales.
Aun así, determinados estudios ya han encontrado que
el hecho de que esos grupos criminales estén logrando deshacerse de candidatos
o políticos cuando consideran que no les permitirán controlar ese territorio —o
que respaldarán a otro grupo criminal en caso de llegar al poder—, lleva a que
muchas personas que buscarían competir en elecciones decidan no hacerlo.
“Una mayor violencia hace menos competitivas las elecciones en
los municipios”, sostiene un análisis del politólogo Aldo Ponce, también del
CIDE. Y ello “potencialmente podría facilitar el surgimiento de autoritarismos
a nivel local”.
Lo que termina ocurriendo en esos casos es que aquellos que sí
compiten o se postulan lo hacen ya partiendo de que harán política a favor de
intereses como el de grupos de delincuencia organizada, y no a favor de la
gente.
Así lo señala la profesora Ley en uno de sus análisis, realizado en coautoría
con Guillermo Trejo, profesor de la Universidad de Duke: estos políticos, por
miedo o conveniencia, pueden terminar por “ceder el poder hasta que es difícil
distinguir entre el gobierno local y el crimen organizado”.
Funcionarios de casilla cuentan las boletas durante la elección presidencial de 2012, en una casilla de Guerrero.
Credit
Reuters
El efecto de la violencia electoral es todavía más grave para la
democracia mexicana, porque excede a los candidatos que disputan un espacio de
poder.
Si los ciudadanos ven que ni siquiera los políticos y funcionarios se
salvan de una situación de violencia, pueden decidir no participar; al fin y
al cabo, si el crimen organizado ya determinó el resultado electoral matando,
secuestrando o ejerciendo amenazas contra los candidatos —o bien cooptándolos—,
se reduce el incentivo para
acudir a las urnas.
Más aún, ¿cuál es el incentivo para esos ciudadanos de
participar no solo con su voto, sino ayudando a contar las boletas como
funcionarios de casilla o a revisar que no haya irregularidades durante la
jornada electoral como observadores?
En el mismo sentido, cuando alguien
resulta electo, esos ciudadanos también ven poca cabida para exigir una
rendición de cuentas.
“Es un gran costo participar tan públicamente en un proceso que
es tan relevante para el crimen organizado” si los mexicanos no se sienten
protegidos al hacerlo, recalcó Ley.
“Y ese eslabón ciudadano, que fue fundamental para la transición
democrática del país, lo perdemos poco a poco y se reduce con ello aún más el
espacio que hay entre el crimen organizado y el Estado”.
Un hombre vota durante las elecciones a gobernador de Estado de México, en junio de 2017.
Credit
Brett Gundlock para The New York Times
Integrantes del Instituto Nacional Electoral, dependencia que
monitorea los comicios a nivel federal, se han limitado a
decir que ese órgano no es de seguridad pública: que solo les compete propiciar
“reuniones con las instituciones que llevan el tema de seguridad” para fomentar
que haya posibles medidas de protección. Por su parte, expertos y políticos han
exigido que el tema no quede de lado durante la campaña ni después de que esta
termine.
“Hemos estado pidiendo ya desde hace tiempo un protocolo de
seguridad para los alcaldes”, recalcó Vargas del Villar, el dirigente de una de
las asociaciones de líderes locales y municipales.
De hecho, el Congreso de México solicitó desde julio de 2016 a los
órganos de seguridad nacional que adoptaran medidas de protección para los
alcaldes, aunque no se han retomado propuestas legislativas afines.
Vargas del
Villar asegura que se ha buscado establecer estos mecanismos con la administración
federal, pero que aún no se ha concretado, en parte porque cambió el titular
del ministerio que debería gestionarlo, la Secretaría de Gobernación.
(El
exsecretario Miguel Ángel Osorio Chong dejó el puesto a
principios de enero para hacer campaña para el senado).
La solicitud del congreso de 2016 fue hecha a partir de una
propuesta de la senadora Angélica de la Peña, presidenta de la comisión de
Derechos Humanos de la Cámara Alta, quien destacó en entrevista que debe haber
mejores canales de comunicación entre los niveles municipal, estatal y federal
para combatir la “ingobernabilidad” y asegurar “la necesaria prevención que
debe haber para evitar asesinatos o amenazas de todo tipo por parte de estas
mafias”.
“Es grave que en el país haya una especie de ambiente de
zozobra”, añadió la senadora en una entrevista telefónica, e indicó que hace
falta empezar a discutir y adoptar medidas que, entre otras acciones, promuevan
la coordinación a varios niveles para la investigación de este tipo de delitos,
la profesionalización de quienes realicen esas investigaciones y un mejor combate
al control que ya tiene la delincuencia organizada sobre rubros
gubernamentales.
“Seguramente son soluciones que nos van a llevar varios años,
pero hay que empezarlo ya”, sostuvo la senadora.
Aunque quizá sea más fácil
decirlo que hacerlo.
Desde la solicitud de 2016 no ha habido propuestas legislativas
específicas relacionadas con este problema, incluso con la reciente aprobación de
una Ley de Seguridad Interior que presuntamente buscar mejorar el combate a
nivel local de la delincuencia organizada.
Y parece poco probable que surja una
iniciativa afín de aquí a las elecciones: los cargos de De la Peña y los demás
627 integrantes del congreso son algunos de los más de tres mil puestos que
serán renovados en las urnas el 1 de julio de este año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario