Y, sobre todo, se comprobará qué tan sensible sigue siendo la clase media argentina ante el poder del líder sindical para congelar toda la logística.
La prolongada falta de atención en sucursales no sólo afecta la operatoria comercial sino también el cobro de jubilaciones y, además, complica la reposición de los cajeros automáticos.
Además, el viernes empezó una medida de "trabajo a reglamento", lo que en definitiva significa un servicio reducido, en otra área sensible, como la recolección de residuos urbanos, que suele tener mayor impacto en épocas de altas temperaturas.
Para completar el cuadro del "poder de fuego" de Moyano, otros dos gremios que le responden directamente están bordeando el conflicto, con el argumento de reclamos salariales.
Es decir, la "paralización del país" podría llegar a ser literal si las estaciones de servicio se quedan sin nafta, al tiempo que el malhumor social podría crecer si se agravaran los problemas de abastecimiento de efectivo en los cajeros.
Hay que remontarse a 2012, en los días en que Moyano estaba enfrentado políticamente con la entonces presidenta Cristina Kirchner, para recordar una acción combinada de tal magnitud por parte del líder camionero.
Hay algunas similitudes entre aquella época y la actual: sobre todo, que en ambas sentía el acoso judicial por sospechas de enriquecimiento ilícitoy lavado de dinero; y que en ambas, el sindicalista creía ver una instigación por parte del Gobierno para que avanzaran esas investigaciones.
Pero ahí terminan los parecidos.
En esa marcha acotada al gremio camionero y algunos aliados circunstanciales de organizaciones piqueteras y de la central sindical de izquierda -la CTA-, el desafío que tiene es convencer a la opinión pública de que, efectivamente, lo que lo mueve es la oposición a la política económica y no el cuidado de su propia situación judicial.
Todo un contraste con los días en que ostentaba el liderazgo indiscutido del movimiento sindical, de la mano de su alianza con el fallecido presidente Néstor Kirchner.
El presidente recién asumido con apenas 23 por ciento de los votos se garantizaba un fuerte respaldo político y el alineamiento de la fuerza social con mayor capacidad de movilización.
Cuando la inflación empezó a ser un problema, Kirchner negociaba con él cuál sería el tope para los ajustes salariales, de manera de que no hubiera desbordes que provocaran la temida espiralización de precios y salarios.
El camionero, por su parte, lograba para su gremio una acumulación de poder, afiliando a miles trabajadores de otras ramas, como los repositores de supermercados y los obreros de descarga en los puertos.
Mientras la Argentina recibía de lleno las ventajas del boom global de la demanda agrícola, el sistema de transporte pasó a depender más que nunca de los camiones y menos de otros medios de transporte tradicionales, como los ferrocarriles.
Fue así que en menos de una década la carga transportada por rutas aumentó 50%, debido a la suba en la exportación agrícola y también la mayor producción industrial.
En los viejos tiempos, el gremio de los camioneros lograba aumentos salariales bien por encima del resto de los trabajadores.
Atraídas por esas conquistas, varias ramas de actividad cayeron en la tentación de pasar a ser representadas por el gremio transportista, lo cual le valió a Moyano el enojo de los dirigentes rivales de la CGT.
Pero no solamente los trabajadores se beneficiaron con sus gestiones, sino que muchos empresarios del transporte lograron exoneraciones fiscales.
Fue en esos días de acumulación de poder que en el ámbito político se empezó a atribuir a Moyano la participación societaria en empresas de recolección de residuos, logística, correos y proveedoras de sanatorios dependientes de los sindicatos.
También fue allí que su ambición política le ganó enemistades.
Hoy, aquel Moyano con el que Kirchner no se animaba a confrontar suena a cosa del pasado.
El macrismo no sólo no cree que siga vigente la capacidad desestabilizadora del sindicalista sino que hay un sector del Gobierno que argumenta que la pelea resulta funcional en términos electorales.
No siempre fue así, por cierto.
Hoy nadie parece recordar que en 2016 Moyano era invitado a la Casa Rosada, casi como en un acto de desagravio luego del destrato que el sindicalista había recibido por parte de Cristina Kirchner.
En una de las tantas paradojas de la política argentina, hoy el líder gremial aparece en los medios de comunicación pidiendo públicamente "un café" con Cristina, mientras amenaza con develar secretos sobre Franco Macri, el padre del Presidente.
Y, en la vereda de enfrente, se consolida la idea de que, involuntariamente, Moyano le puede estar haciendo un favor al Gobierno.
De manera que el malhumor de la clase media ante los paros en bancos, recolección de residuos y varias ramas de logística terminan sirviendo como recordatorio de por qué los macristas votaron a Macri: no tanto por amor a su plan sino por espanto al peronismo.
De hecho, hace un año, en una situación parecida a la actual, cuando también se verificaba una escalada de conflictividad sindical y arreciaban las alusiones al "helicóptero" por parte de sectores afines al kirchnerismo, fue que surgió el espontáneo acto masivo de apoyo que revitalizó al macrismo.
Es posible que el propio Moyano perciba la situación, pero actúa con la lógica de quien no tiene alternativa.
De momento, el choque parece inevitable: el macrismo evaluó la situación y da señales de haber llegado a una conclusión lapidaria: pelearse con su ex aliado le trae, en este momento, más beneficios que problemas.
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