Contraste entre la ejemplaridad y la corrupción
El control de la administración pública realizado por la AGN durante los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y los dos períodos de Cristina Fernández de Kirchner ha sido ejemplar.
Su titular pudo dirigir la institución en minoría en el Colegio de Auditores, mostrando así que el pluralismo político es practicable.
Contundentes revelaciones confirieron altos niveles de credibilidad y estima ciudadana al organismo, que se transformó así en un referente confiable.
Frente a un relato falaz y sesgado como el que se instaló desde la cúspide misma del poder, disfrazando de logros grandes fracasos y ocultando los rasgos más oscuros de la gestión estatal, los informes de la AGN han constituido preciosos insumos para reseñar la verdadera historia del país en estos años y, al mismo tiempo, fueron una crónica contundente de la corrupción kirchnerista.
La tarea de la Auditoría ha tenido un significativo valor pedagógico, al poner al desnudo las graves consecuencias económicas del manejo oscuro de los fondos públicos y el impacto letal de la corrupción.
La tragedia de Once, que costó la vida a 51 personas y más de 700 resultaron heridas, mostró en forma patética cuán cierta y verificable es la idea que vincula el delito con la muerte.
"La corrupción mata" es una consigna que ha calado hondo en el sentir popular.
Desde 2002, fueron aprobados por este órgano más de 3000 informes, algunos de ellos emblemáticos, tales como el del PAMI o los referidos a los programas Sueños Compartidos y Fútbol para Todos.
Muchos de ellos se encuentran en la Justicia e integran el testimonio imborrable de un manejo fraudulento, irresponsable y despiadado de los recursos públicos.
Sería imperdonable que estas pruebas fueran sepultadas en una bochornosa impunidad.
Como presidente de la AGN, Despouy fue acosado con maniobras de destitución del kirchnerismo en el Congreso y hasta de un sector de su propio partido.
Con el cambio de gobierno y en cumplimiento de la legislación vigente, le correspondió al Partido Justicialista elegir al nuevo presidente de la AGN.
La elección, impuesta por el dedo de Cristina Kirchner, recayó en Echegaray, quien asumió pese a las fundadas sospechas que sobre él pesan por falta de idoneidad moral para encabezar el principal órgano de control de la administración pública.
Paradójicamente, gran parte de lo que debería auditar es justamente su propia gestión al frente de la AFIP y de otras dependencias por las que pasó tristemente, como la Aduana y la Oncaa.
Incluso su reciente y burdo intento para que no se lo audite a él ni a quien lo impuso fracasó estrepitosamente por el rechazo público.
La AGN alcanzó prestigio y autoridad.
Para obtener ese noble espacio en la consideración pública, se invirtieron muchos años de trabajo y honradez, pero con hombres como Echegaray bastarán pocas semanas para transformar a la Auditoría en todo lo contrario.
Echegaray es la contracara de Despouy y se ubica en las antípodas del control republicano.
Este irritante contraste, cercano al despropósito y a la provocación, agrede la moral pública y desafía el sentido común.
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