CFK, una buena y una mala: logró politizar su causa judicial pero desnudó su debilidad para liderar la oposición
14-04-2016 El acto en Comodoro Py confirmó la habilidad de la ex presidenta para transformar una causa judicial en hecho político.
Con alta convocatoria, su acto demostró fortaleza, pero también un punto débil: admitió que pese a tener mayoría legislativa no logra frenar las políticas de Macri en el Congreso
La auto-victimización ante las acusaciones.
El uso y abuso de las analogías históricas para explicar la situación actual.
Y una sobredosis de "relato" para una masa deprimida y con síndrome de abstinencia.
La actitud de Cristina Kirchner en su regreso al centro de la escena política -y judicial- argentina parece sacada del manual del kirchnerismo básico.
Esto no es de extrañar si se considera que, desde el conflicto con los sojeros de 2008, siempre ha salido de cada crisis con la receta de "redoblar la apuesta".
Una vez más, como diría el analista Jorge Asís, "el kirchnerismo debe ser interpretado a través de sus recuperaciones".
Pero claro, esta vez hay una diferencia fundamental respecto de las crisis anteriores: ocurre con Cristina y sus seguidores en la oposición y no en el poder.
Entonces, lo que está por verse es si alcanza con la innegable capacidad de convocatoria y movilización -más allá de cuál haya sido el número de concurrentes, no hay dudas que fue muy importante-.
Resta saber si es suficiente el carisma de Cristina y la fascinación que sigue ejerciendo sobre los medios, que cubrieron el antes, el durante y el después de su audiencia con el juez Claudio Bonadio en Comodoro Py.
En la hora y cuarto que duró su discurso, todos los canales -los de cable y los abiertos, los afines al kirchnerismo y los que siempre se quejaron de sus cadenas nacionales- transmitieron sin cortes su discurso.
Incluso, en un momento coincidió el discurso de Cristina con un acto oficial de Mauricio Macri en Salta, y ningún canal interrumpió para pasar a la palabra del Presidente.
Con el carisma intacto
El primer objetivo de la ex mandataria parece haberse cumplido: logró que la imagen temida y ominosa de la entrada a los tribunales no tuviera el efecto negativo y transformó el evento judicial en un hecho político.
Frases como "no les tengo miedo", o "me pueden citar 20 veces más, me pueden meter presa pero no lograrán callarme" o "estoy segura de que si pudiesen prohibir la letra K del abecedario, lo harían" cumplieron con el objetivo de desestimar la causa judicial del dólar futuro como una mera persecución política.
Ayudó a los intereses de la ex presidenta el hecho de que la investigación que sigue el juez Bonadio sea vista como poco sólida en términos jurídicos, incluso por gran parte del ámbito político.
Cristina repitió, en buena medida, los argumentos que habían planteado el ex ministro de Economía, Axel Kicillof, y el ex titular del Banco Central, Alejandro Vanoli.
El planteo es, básicamente, que las medidas de política económica no pueden ser judicializables.
Que si un funcionario del Banco Central debiera pedir permiso a un juez para tareas que están dentro de sus potestades, tales como vender dólares a futuro, fijar tasas de interés o emitir bonos, entonces resultaría imposible la política monetaria.
Y que, en todo caso, si hay alguien a quien culpar por la pérdida de $77.000 millones que le costó al BCRA la venta de esos contratos a los bancos, es al propio Macri, por haber devaluado la moneda.
Su defensa, como quedó demostrado en el escrito que dejó en el juzgado de Bonadio, tuvo un sustento mucho más político que jurídico.
Para Cristina, lo que se pretende es juzgar al propio "modelo K".
O, por usar una de sus frases preferidas, acusa y pretende castigar al gobierno kirchnerista no por lo que hizo mal, sino por lo que hizo bien: desde ese punto de vista, vender dólar a futuro a $10 cuando en Wall Street cotizaba a $16 era una forma de defender el poder adquisitivo y la producción nacional.
Es en esa línea que la líder del Frente Para la Victoria se explayó, tanto en el escrito como en su discurso, en uno de sus temas favoritos: ella como continuadora de la línea histórica de gobiernos nacionales y populares.
Ya en muchas ocasiones, durante su mandato, había apelado a figuras de la talla de Manuel Belgrano para justificar sus políticas.
Ahora, comparó el acoso judicial que está viviendo después de haber dejado el poder con las persecuciones que sufrieron los gobiernos derrocados por golpes de Estado.
Así, se planteó como seguidora de Hipólito Yrigoyen tras el golpe de 1930 y de Juan Domingo Perón luego del derrocamiento de 1955.
Y, aunque se cuidó bien de no compararse a sí misma con Isabel Perón, sí insinuó que el macrismo puede ser encuadrado con cada una de las dictaduras del siglo 20.
El argumento de Cristina estaba servido en bandeja: para ella, es obvio que sólo con la persecución política y la distracción mediática que supone citarla a declarar, se puede llevar adelante un programa económico de ajuste como el que impulsa Macri.
En su salsa, Cristina sacó todo el provecho posible de la devaluación, del tarifazo en los servicios públicos, de los despidos y de la inflación.
Y también, naturalmente, del escándalo Panamá Papers, gracias al cual pudo "bajar línea" a sus seguidores.
Ahora los militantes ya saben que, cada vez que se hable sobre la "ruta del dinero K", ellos deben responder que hay una "ruta del dinero M".
La confesión del punto débil
Hasta ahí, la parte exitosa de la vuelta de Cristina. Pero hubo también un flanco en el que mostró vulnerabilidad.
Porque la ex presidenta no sólo criticó y acusó a la gestión macrista, sino que trazó un diagnóstico del momento político del país.
Y en su análisis estaba contenido, entrelíneas, un reconocimiento de debilidad.
Acusó el golpe de que, a pesar de que el Frente Para la Victoria -y ni que hablar del peronismo en su totalidad- contaba con una amplia mayoría en el Congreso, no consiguió transformar esa fortaleza en una estrategia política capaz de frenar las iniciativas de Macri.
Y dejó en claro que le preocupan las deserciones, rupturas y disidencias que su sector está sufriendo a diario en el Congreso.
De hecho, el único momento en que se puso seria para "retar" a sus seguidores fue cuando, ante un cantito insultante para con el diputado Diego Bossio, advirtió "miren que así no van a convencer a nadie".
Ahí hubo toda una definición política: a diferencia de lo que ocurría antes, cuando el kirchnerismo salía de sus crisis por la vía de radicalizar más su discurso, ahora no es negocio la tendencia al "sectarismo" ni el escarnio a los "traidores" del modelo.
Por eso, el planteo de la ex presidenta fue el de formar un "frente ciudadano" para que el Congreso funcione como una "escribanía del pueblo".
Hace apenas un año, la propia Cristina se mostraba segura de que, quienquiera que ganara las elecciones, iba a tener el condicionamiento de chocar contra su bloque legislativo.
De manera que está admitiendo que algo en su plan político post-presidencia no salió bien.
De manera que dejó en claro cuál es su gran desafío del momento: poder convertirse en figura aglutinante del peronismo pero ya no desde el poder sino desde la oposición.
Algo que, como quedó demostrado en las votaciones para el aval del acuerdo con los fondos buitres, resulta muy difícil.
A fin de cuentas, no hay nada hay más pragmático que un peronista necesitado de asistencia financiera y sin poder pelear con el dueño de la billetera.
Es ahí donde Cristina demostró su punto débil: su propuesta-amenaza de crear un frente capaz de bloquear al Gobierno no resulta creíble en estas circunstancias.
Como analiza el politólogo Sergio Berensztein, esto implica todo un cambio cultural: "El kirchnerismo siempre se concibió como un movimiento Estado-céntrico".
"Todas las manifestaciones kirchneristas han sido desde el Estado, con el uso de los recursos públicos, el liderazgo presidencial, la capacidad de constituir actores desde el Estado. Y lo que plantea ahora Cristina es un desafío, porque construir un movimiento desde la sociedad civil es muy inusual en la historia argentina y más particularmente en la historia del peronismo", apunta Berensztein.
Macri hace su negocio
El otro ingrediente de la vuelta de Cristina no se vio en el acto pero estuvo presente todo el tiempo: Macri.
Y el debate entre los políticos y analistas radica en si esta demostración de fuerza debería preocupar al Gobierno o, más bien al contrario, le resulta funcional.
Hasta ahora, los hechos parecen darle la razón a quienes creen que el Presidente gana con la polarización.
Si algo tiene bien presente la alianza Cambiemos es que muchos de sus votantes estuvieron motivados más por el rechazo al kirchnerismo que por la adhesión a Macri.
Y que, por consiguiente, un momento de duro ajuste económico se torna más tolerable con la presencia protagónica de Cristina.
"Si Macri es inteligente, tiene que prestarle los micros a Cristina para llevar muchos militantes", ironizaba el politólogo Marcos Novaro en la previa al acto de Comodoro Py.
Por otra parte, la posibilidad de ver a toda una oposición unida en contra del Presidente resulta muy difícil de imaginar si ella forma parte de ese frente.
El jefe de Estado, más bien, tiene motivos para temer cuando las críticas provienen de Sergio Massa, Margarita Stolbizer o, por cierto, Elisa Carrió. En esos casos, se muestra dispuesto a revisar actitudes o, al menos, a dar explicaciones.
En cambio, cuando los cuestionamientos llegan desde el kirchnerismo, actúa como si estuviera recibiendo un certificado de aprobación para sus políticas.
Los miles que vivaron a Cristina y que cantaron "vamos a volver" no sólo la deleitaron a ella.
También deben haber sonado como la más maravillosa música para los oídos de Macri.
fuente
"iProfesional", 14.04.2016
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