El colegio electoral, una institución cuestionada, se prepara para sellar la victoria de Donald Trump
La demócrata Clinton superó al presidente electo en cerca de tres millones de votos populares
En los últimos días han proliferado las iniciativas para cambiar el voto de los compromisarios.
Lo habitual es que sea un formalismo.
Pero, como ocurre con todo lo relacionado con Trump, esta vez el formalismo se ha convertido en un evento excepcional.
Y ha puesto nervioso al presidente electo, que en 2012 dijo que el colegio electoral era “un desastre para la democracia” y que, desde su victoria, no ha dejado de reclamar erróneamente que su victoria había sido arrolladora
The Washington Post citaba el domingo a una compromisaria republicana de Arizona que recibe 50 cartas al día y tres mil emails para que reconsidere su voto.
El resultado final lo declarará el vicepresidente Joe Biden el 6 de enero en el Capitolio de EE UU, tras el recuento oficial de los votos del colegio electoral.
No existe una ley federal que impida cambiar el voto a los compromisarios, aunque 30 estados exigen por ley cumplir con el voto comprometido.
En la historia de EE UU ha habido, según el recuento de la organización Fair Vote, 173 electores sin fe, el nombre que reciben los que no votan por el candidato de su partido.
De estos, 71 cambiaron el voto porque su candidato falleció antes de la elección, y 83 lo hicieron por iniciativa propia.
El último, un demócrata anónimo de Minnesota que votó al candidato a la vicepresidencia John Edwards en vez de al candidato a la presidencia, John Kerry.
VOTO POPULAR O VOTO ELECTORAL
Este número se corresponde con la suma de los miembros de la Cámara de Representantes por cada estado más lo senadores, que a su vez refleja vagamente refleja el peso demográfico.
Los menos poblados, como Delaware, Montana o Vermont, tres.
No importa que un candidato haya ganado con una ventaja de millones de votos, como la demócrata Hillary Clinton en California, o por un puñado de votos, como el republicano Donald Trump en Michigan, Wisconsin o Pensilvania: todos los votos electorales son para el ganador.
En 2016, Trump se ha impuesto con holgura en el colegio electoral —ganó por poco en los estados donde necesitaba ganar— aunque perdiese con claridad en la suma total de votos.
Diez electores pidieron sin éxito a los servicios de espionaje una sesión informativa sobre el robo y distribución de correos electrónicos de los demócratas durante la campaña.
Alexander Hamilton escribió en los Papeles federalistas, en 1788, que el colegio electoral garantiza que “el cargo de la presidencia nunca recaiga en un hombre que no esté dotado en un grado eminente de las calificaciones requeridas”.
Según Hamilton, “los talentos para la baja intriga y las artes pequeñas de la popularidad” son insuficientes para ser presidente de EE UU.
El colegio electoral es, según Hamilton, una protección contra “el deseo de potencias extranjeras para ganar un ascendente impropio en [los] consejos [de EE UU]”.
“¿Cómo podrían lograr una mejor gratificación en esto que elevando a una criatura propia a la magistratura principal de la Unión?”
La injerencia rusa en favor de Trump reaviva este argumento.
Estos estados, aunque no consideraban ciudadanos a los negros, sí los contaban a efectos del censo, con lo que contribuían a aumentar su peso demográfico y por tanto político.
Si ocurriese, podría provocar una crisis sin precedentes en Estados Unidos.
Clinton aceptó la victoria de Trump desde la misma noche electoral.
Nadie duda de que, con el sistema aceptado por todos de antemano, Trump es el justo vencedor.
Una rebelión de compromisarios, aunque no alterase el resultado, daría la medida del descontento que ha causado la llegada al poder del magnate neoyorquino, un candidato que en campaña agitó el racismo y que llega a la Casa Blanca sin experiencia política.
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