“No nos vamos nunca más”, aseveró.
Es un clown, pero siempre anticipa las intenciones reales de Su Majestad.
Es el mismo que anunció la llegada del Ministerio de la Venganza, que evidentemente está en marcha a paso de ganso.
En sintonía con esa línea regresiva y programada para atravesar el infinito, el subordinado más castigado y predilecto de la vicepresidenta se exhibió muy contento por la nueva confrontación con el campo: “Nos sentimos muy orgullosos de que sean los primeros que nos ataquen”.
Es la quintaesencia del arcaísmo ignorante, más improductivo, más agresivo y más burdo, pero todo aunado por su confesa delectación.
Es una preconcebida esquematización de la venganza.
Volver para hundirnos en más batallas revanchistas.
Volver para doblegar a los opositores de antaño con el listado de los viejos rencores bien agendados y la espuma del desquite en las comisuras vampíricas.
El espectro de los talibanes volvió a la cancha bandereando esa filosofía de la represalia que envuelve al presidente.
El peso del conocimiento histórico acumulado no fue suficiente para evitar la reincidencia de los antiguos vicios.
El vociferado avance unitario sobre la Justicia de Jujuy para liberar a esa mujer violenta y cleptocrática manifiesta el espíritu avasallador de la demagogia capitalina que los jujeños refutaron, en principio, con una gran manifestación en las calles de San Salvador en favor de la debida autonomía de la justicia provincial.
Gerardo Morales: “No voy a indultar a Milagro Sala, antes que me peguen un tiro en la cabeza”
Pero aquí hay una vuelta de tuerca argentina: los vengadores consuman su tarea repitiendo el mal que ya habían producido en su momento.
La venganza no es un daño novedoso infligido a los castigados por los castigadores con carnet sino la réplica de lo hecho.
Es la reiteración, el calco de lo que habían perpetrado.
“Volvimos” es la consigna y el alarde. Ni peores, ni mejores.
“Volvimos” iguales.
Y así el tiempo queda detenido en el ayer.
Esto no es una anécdota ni una escena más del país que libera corruptos como si fueran víctimas y no victimarios.
Las víctimas fueron las de Once, los ensangrentados y muertos por la desidia y la avaricia de quien fuera ungido por el comando matrimonial santacruceño con la potestad sobre los negocios y negociados gubernamentales.
Su jefa, pocos días después de la masacre de Plaza Miserere, ese literal atentado a tantos trabajadores, enunció aquella sentencia inolvidable y lamentable: “Vamos por todo”.
Murieron 51 personas y 701 quedaron heridas.
La pruebas que incriminan a los burócratas enriquecidos y responsables del desastre son abrumadoras.
El psicópata político es el que tras cometer un crimen se desembaraza de su culpa acusando a quienes él mismo ha damnificado.
Ellos, son tan peligrosos como parecen.
Son los ultras que ya están desatados.
Tienen tiempo, tienen poder, y tienen dinero.
Y ganaron.
No perdonan a los que consideraron réprobos ni a los que los investigaron, denunciaron y difundieron sus maniobras y su angurria.
Y se van a vengar.
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