Por Carlos Salvador La Rosa
Incluso muchos de ellos creían que ella era el verdadero obstáculo para reconstruir la unidad del peronismo.
De allí sus dos grandes errores.
El primero, es que la unidad del peronismo la gestó, indiscutiblemente, Cristina.
Sin ella, aunque se hubieran unido todos los demás, nada hubiera sido posible.
El segundo es tan o más extraño: que pese a que Cristina gestó la unidad, ella lo único que cedió fue la presidencia, pero los no K tuvieron que ir al pie de ella, mientras que ella no fue al pie de nadie.
En otras palabras, todos debieron cambiar muchas cosas de las que dijeron antes para hacer la alianza, mientras que ella no cambió absolutamente nada.
La esperanza de los que cambiaron casi todo lo que pensaban para aliarse con la que no cambió nada, es que teniendo la presidencia y por ende la firma y la plata, tarde o temprano podrán imponerse a ella.
Incluso hay sectores de la oposición que creen que apoyando a Fernández en lo que se diferencie de Cristina, contribuirán a que ella vaya esfumándose.
Muy difícil.
Lo cierto es que hoy el albertismo y sus aliados están gobernando una tormenta que no les da tiempo para otra cosa que tratar de calmarla, mientras que Cristina está construyendo poder a cuatro manos en todo lo que dice o hace decir.
Ella sabe que su pensamiento en general no coincide con el sentido común del argentino promedio.
Por eso acepta gobernar con gente que en el fondo no piensa como ella pero, de a poco, está intentando construir un nuevo sentido común de los argentinos, que coincida mucho más con lo que ella piensa.
Y para ello, sin enfrentarse ni obstaculizar necesariamente a Alberto, en cada cosa que éste hace ella emite o hace emitir una opinión diferenciadora.
Como diciendo, ustedes son la transición, pero la transición hacia mí.
Nada indica que quiera ceder el poder que tiene luego de que la tarea central que le asignó al gobierno se cumpla: la de liberar a ella y los suyos de toda acusación o condena por corrupción.
Cosa que se va cumpliendo según lo previsto por ella.
O mejor.
Pero lo que decimos acerca de la diferenciación en los otros temas, se ve en casi todas las acciones de gobierno.
Para el albertismo es necesario, a fin de solucionar el problema de la deuda, una alianza internacional parecida a la que tuvo Macri, con los mismos países desarrollados.
Y necesita que el FMI lo apoye para convencer a los acreedores privados de que cedan.
En tanto, el cristinismo pide una quita a la deuda del FMI en vez de pedir su apoyo contra los privados.
Es porque para la concepción K el FMI es el principal enemigo.
Y su estrategia de alianzas está más cerca del menguado eje bolivariano y de las alabanzas a los despotismos políticos de Rusia y China porque supuestamente estos privilegian el papel del Estado en contra de EEUU y Europa que son privatistas (eso a pesar de que China, a pesar de su autoritarismo estatista, tenga la política económica más neoliberal del mundo).
En la política judicial, salvo en el tema de la liberación de los “presos políticos” o de las “detenciones arbitrarias” en que hay un pacto de coincidencias, en el resto Alberto quiere una reforma judicial en serio, que su asesor estrella, Gustavo Béliz viene proponiendo desde los años 90, siendo por ella eyectado tanto del gobierno de Menem como del de Néstor Kirchner.
Cristina, en cambio, quiere colonizar el Poder Judicial, partidizarlo ideológicamente hasta extremos incompatibles con la lógica republicana.
Alberto no.
Es que Alberto, si por él fuera, estaría más cerca de una especie de peronismo republicano o renovador (por eso no entiende por qué Schiaretti no está con él) mientras que Cristina hace tiempo que está definida por ese progresismo populista que hoy hegemoniza casi todas las izquierdas de Occidente quienes, en vez de tender hacia un socialismo democrático, avanzan hacia una antiglobalización antinorteamericana que los hace considerar a países como Irán entre sus principales aliados.
Alberto no se cansó de decir que se fue de la presidencia de Cristina por cómo se trató la cuestión del campo y desde que asumió propone al sector como su socio estratégico.
Cristina lo considera su gran enemigo, la expresión de la oligarquía, de los piquetes de la abundancia, de los grupos de tareas de la derecha.
De allí los éxitos de alguien que piensa igual a Cristina pero en forma más extrovertida: el militante peronista papal Juan Grabois, que está librando una triunfante lucha contra lo que él considera los dos principales enemigos a combatir para imponer el modelo de país que comparte con Cristina (Alberto jamás explicitó su modelo de país, Cristina y los suyos lo tienen más que claro): la industria del conocimiento y el campo.
No casualmente en ambos sectores debió ceder Alberto aumentándoles los impuestos.
Se trata del sector más dinámico de la economía nacional, y del que más futuro tiene en un país con una amplia y preparada clase media disponible.
Precisamente para atacar a esa clase media es que la última ocurrencia del cristinismo es luchar contra la evaluación educativa, porque, según ellos, en vez de buscar información para mejorar la educación, lo que busca es promocionar el individualismo competitivo por sobre la solidaridad.
Y usar esa información para controlar y manipular a los alumnos a la manera de los servicios de inteligencia.
Algo parecido piensan del coronavirus los émulos europeos del kirchnerismo, que lo ven no como una pandemia real sino como una forma de dominación mundial para doblegar a los pueblos.
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