La presión tributaria alcanzó niveles extremos.
Cualquier atraso en el cobro de impuestos por la crisis local e internacional deberá ser compensado con ahorro de gasto público
Lo cierto es que de extenderse en el tiempo esta crisis, inevitablemente cambiará la forma de trabajar.
Desaparecerán millones de puestos de trabajo y se crearán otros.
Incluso los salones que se alquilan para conferencias pierden ingresos al suspenderse congresos, seminarios, etc., lo cual afecta, por carácter transitivo, al sonidista que contratan y vive del trabajo que le brindan esas conferencias, los servicios de catering, el que filma la conferencia, etc.
De manera que cabe prever mucha gente que la va a pasar muy mal, y esa gente es toda del sector privado.
Si ya venían mal, con este tema es muy probable que la gente postergue las escasas decisiones de invertir en una propiedad o cambiar el auto.
¿Quién suelta un dólar ahora?
Otro que va a sufrir las consecuencias económicas.
Ellos viven de los impuestos que genera el sector privado, el cual estará colapsado por la falta de ventas que le impedirá pagar impuestos.
Por lo tanto, no habrá plata para sostener un aparato burocrático sobredimensionado.
Ese menor sueldo se lo puede compensar parcialmente con los empleados estatales quedándose en sus casas y ahorrándose transporte y comidas fueras del hogar.
Justamente, en este momento de crisis, es fundamental que el gobierno decrete una amplia desregulación de la economía para que se tengan que hacer menos trámites que complican la operatoria del sector privado, al punto que en épocas normales tienden a paralizar las operaciones de las empresas.
Eliminando regulaciones, habrá menos trámites que realizar, menos movimientos de personas y menos empleados públicos utilizando medios de transporte con el riesgo de esparcir el virus.
No luce lógico que mientras el sector privado agoniza económicamente, la burocracia estatal siga cobrando como si en el mundo no pasara nada. Justamente, en este momento de crisis, es fundamental que el gobierno decrete una amplia desregulación de la economía
Un camión con que lleva hamburguesas a los comercios de un partido a otro tiene que hacer el trámite para abonar ese cargo, que es una especie de aduana interna.
Esto es muy común en la provincia de Buenos Aires, y puede eliminarse, hay en toneladas de casos en todo el país.
Por ejemplo, las secretarias pueden trabajar perfectamente desde sus casas y comunicarse con sus jefes por Skype, WhatsApp, mail, teléfono o celular.
Pueden hacerse puentes para recibir y transmitir llamados telefónicos.
Mi hermano, fallecido, fue un pionero en dar clases de postgrado por internet.
De manera que las clases de colegios y universidades pueden seguir dándose sin problema.
Hay aulas virtuales que permiten seguir normalmente con las clases.
También el Papa Francisco optó por esa modalidad para mantener sus compromisos con la comunidad.
Lo mismo se pueden seguir haciendo conferencias online en meeting rooms que aceptan hasta 200 participantes simultáneamente.
El Papa Francisco en teleconferencia Estación Espacial Internacional (Reuters)
Si la epidemia se extiende en el tiempo, posiblemente los supermercados tiendan a desaparecer y aparezcan más comercios de barrio.
No es nuevo el delivery. 50 años atrás existía el almacén de la esquina al que uno le llevaba el pedido y lo traía “el chico del almacén” en un gran canasto de mimbre.
Ahora se modernizó y hay aplicaciones en los celulares que permiten hacer las compras online y llega la moto o un camión de reparto.
El que tenga el sistema más eficiente para recibir y entregar los pedidos ganará más mercado.
Ya no es tan común que en las industrias haya legiones de operarios en la planta.
Un auto lo fabrica un robot, no legiones de operarios pintando el auto, poniendo tornillos y ruedas.
El tema consistirá en tener un buen servicio de Internet y logística de distribución.
Esos también tienen que reconvertirse como cualquier ser humano del sector privado que todos los días se levanta para ver cómo hace para sobrevivir.
Se advierte que muchos puestos de trabajo en el Estado no cumple ninguna función útil, y obligan a mantener muchos trámites que sólo constituyen trabas que inventan los mismos burócratas para justificar su puesto de “trabajo”. Esos también tienen que reconvertirse
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