Ricardo Kirschbaum
Es seguro que ni el Príncipe saudí Mohamed bin Salmán ni el presidente ruso Vladímir Putin estuvieran pensando en cómo perjudicar a la Argentina cuando discutían el precio del petróleo.
El saudita, que está sospechado entre otras cosas de haber permitido que su consulado en Estambul se convirtiera en una carnicería humana, dispuso bajar 30% el precio del petróleo porque no se puso de acuerdo con Rusia.
Putin, por su parte, estaba planeando cómo quedarse hasta el ¡2036! en el poder.
A ninguno de los dos se le derramó una lágrima por los argentinos.
Todo esto en medio de la pandemia de coronavirus que conmociona y altera al mundo profundamente.
Ni el premier italiano ni el presidente español ni, tampoco, el jefe de la Casa Blanca, entre otros, se quejaron de que el mundo se les había puesto en contra.
Alberto ve las cosas desde sus urgencias.
Habrá dicho algo así como ¡para colmo parió mi abuela! cuando se enteró consternado el lunes por la mañana de que toda la economía mundial rechinaba mientras se iba para abajo por la irrefrenable expansión del virus y el jueguito entre Mohamed y Putin.
Alberto Fernández: “El mundo se confabula para hacer más difícil nuestra salida de la crisis”
Cuando no es la FIFA con el arbitraje que nos privó de un Mundial, es el VAR que nos eliminó de la Copa América o es un acuerdo macabro en el que todos coinciden para perjudicarnos.
Todavía tiene vigencia aquel famoso apotegma de Eduardo Duhalde: “Los argentinos estamos condenado al éxito”.
Pues parece que la condena tarda demasiado en llegar, si es que algún día se le ocurre cumplir con aquella profecía.
El Gobierno dispuso dificultar la importación de petróleo, que ahora está a un precio más bajo que el local.
El objetivo declarado es defender la producción nacional.
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