NICARAGUA
Augusto Céar Sandino
Y…
EL FALSO LIBERTARIO
Sábado, 29 de junio de 2019
George Orwell en Nicaragua
El presidente Daniel Ortega, ha confiscado medios independientes, entre
otras censuras a la libertad de expresión.
Por Gioconda Belli* - New York Times. 2019
Estamos a
un año de la rebelión cívica y popular en Nicaragua que dejó más de 300
muertos en cuatro meses, casi 1.500 heridos, más de 50.000 personas en el
exilio y 700 presos políticos.
Desde
entonces ha quedado claro que aunque la mayoría de los ciudadanos piden la
salida del presidente Daniel Ortega y de su vicepresidenta y esposa, Rosario
Murillo, el binomio presidencial pretende seguir en el poder a cualquier
precio.
El modo
de operar de la pareja en el poder es cada vez más ambiguo e impredecible y con
más frecuencia recurre a discursos que aumentan en inverosimilitud: al
principio argumentaba que las protestas ciudadanas eran un intento de golpe de
Estado, pero después empezaron a advertir que los que se les oponen son
“diabólicos”.
Quizás por eso Nicaragua se parece cada vez menos a un país y
más a una distopía totalitaria.
A Murillo, incluso, se le conoce como la
Gran Hermana, por 1984 de George Orwell.
La versión distorsionada de Nicaragua
de los líderes está cada vez más lejos de la Nicaragua que sus ciudadanos
anhelan.
Orwell parece estar instalado en mi país.
El 12 de
junio desperté con un susurro: “Ayer liberaron a los presos, a todos”.
Pero
pronto supimos que no eran todos.
La Alianza Cívica -que integra un grupo de
organizaciones no gubernamentales y ciudadanos que representa a la oposición en
los diálogos titubeantes con el régimen de Ortega-Murillo-, se rehúsa a
regresar a la mesa de negociación hasta que no se liberen 83 presos más que la
dictadura acusa de delitos comunes.
Los temas
que quedan pendientes no son menores: instaurar urgentes reformas electorales y
adelantar la convocatoria a elecciones.
Pero hay poca confianza en que el diálogo
avance.
Ahora las negociaciones están estancadas, la represión se ha
endurecido y el relato que se impone en mi país es uno que parece escrito por
Orwell.
Después
de aplastar la rebelión cívica del año pasado, el gobierno ha confiscado
ilegalmente los principales medios de comunicación independientes, ha
encarcelado a periodistas, ha cerrado centros de pensamiento y organizaciones
de derechos humanos y ha prohibido las manifestaciones multitudinarias.
Hoy,
las calles de Managua son vigiladas sin descanso.
Los intentos de la
población de reunirse y protestar atraen decenas de patrullas y antimotines.
Frente a
la actuación represiva del régimen, lo más positivo ha sido el civismo de la
población que ha demostrado una disciplina admirable en su compromiso de no
recurrir a las armas o la violencia.
Han recurrido, en cambio, al ingenio.
Los
opositores de la sociedad civil usan los colores de la bandera nacional para
retar a la dictadura.
Quizás por ello portar la bandera nacional se ha
convertido en razón suficiente para ser arrestado.
El 8 de
junio en sesión extraordinaria, la Asamblea Nacional -compuesta, en su mayoría,
por legisladores fieles al gobierno- aprobó una legislación que llamó Ley de
Amnistía.
Bajo la máscara de absolver a quienes son inocentes, se exime a
policías y paramilitares represores.
Y, aún más preocupante, imposibilita a los
liberados a seguir protestando.
El artículo 3 de la ley usa la figura de “no
repetición”: si los ex presos políticos repiten el “delito”, no solo vuelven a
la cárcel, sino que se reactivan sus sentencias.
El periodista Miguel Mora me
dijo: “¿Quieren decir que si hago otro reportaje, me encarcelan de nuevo?”.
La ley
fue condenada por expertos en derechos humanos, pero, en el giro orwelliano de
mi país, así fue como ese 11 de junio liberaron sorpresivamente a 56 presos
políticos.
En Nicaragua las celebraciones son intermedias: la ley repudiada
permitió que salieran del encierro algunos de los líderes más reconocidos de la
rebelión.
Y, de
inmediato, empezó una nueva ola de hostigamiento.
Patrullas y antimotines
rodearon las misas que se ofrecieron en honor de los liberados.
La Catedral fue
asediada por grupos de choque que hirieron con piedras y golpearon a los
asistentes.
La casa de Irlanda Jerez, quien se ha convertido en una figura de
la resistencia civil, fue tomada por paramilitares.
“Voy a seguir […] aquí, en
Nicaragua, luchando y exigiendo justicia y libertad para todos”, dijo Jerez.
A pesar
de las condenas internacionales y evidencias sobre la represión indiscriminada,
la dictadura desestima los informes de atropellos a los derechos humanos con un
cínico discurso que los convierte de victimarios en víctimas: convierten la
opresión de su gobierno en una defensa ideológica.
Pese a ese delirante
discurso oficial, Ortega y Murillo saben que pisan arena movediza.
El
aislamiento, la crisis, la Ley Magnitsky que Estados Unidos aplicó a
funcionarios de alto nivel del régimen y las sanciones de Canadá, les han
aguado la fiesta totalitaria.
Temen que si se les aplica el Nica Act o la Carta
Democrática de la Organización de los Estados Americanos (OEA), sumadas a la
peor crisis económica y social de sus años en el poder, frustre sus intenciones
de perpetuarse indefinidamente.
Estamos
frente a un matrimonio astuto y hábil en dividir a sus adversarios y en
tergiversar el discurso público, pero la oposición continúa en un proceso de
diálogo para fortalecer y ampliar la fuerza civil bautizada como Unidad Azul y
Blanco.
Con las reformas electorales, este grupo sería el partido idóneo para
derrotar a Ortega en unos comicios futuros.
Para lograr el objetivo de sacar a
la pareja presidencial del poder por la vía electoral, los ciudadanos deben
continuar la presión en las calles a pesar de la represión, pero también es
necesario que se mantenga y profundice la presión internacional.
En ambos
frentes se trabaja con ahínco.
Esa perseverancia tendrá que dar fruto.
Solo así
Nicaragua dejará de ser una distopía autoritaria y comenzará a parecerse a la
democracia que los ciudadanos queremos.
* Gioconda
Belli es
escritora y activista. Es presidenta de PEN Internacional, capítulo Nicaragua.
Su libro más reciente es la novela “Las fiebres de la memoria”.
es un matrimonio hábil para dividir a sus adversarios y tergiversar el discurso
público.
Fuente
“LOS ANDES”, 29.06.2019
Descripción
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