Un fiscal que denunció penalmente a la Presidenta apareció muerto días después de formular su demanda y sólo un día antes de fundar su imputación ante el Congreso Nacional.
En el centro del poder, allí donde la denuncia tocaba fibras, hablaron de suicidio y de asesinato, acusaron al muerto de ser un padre desatento y un títere de factores que operan en las sombras y hasta afirmaron que una suerte de lucha fratricida entre servicios de inteligencia acabó detonando esa muerte.
Todo lo dicho sería poco importante de no ser que ha salido de la boca de la Presidenta imputada por el fiscal muerto.
Ignorando la tragedia, se indultó a sí misma apropiándose de la verdad, de la Patria y hasta de la alegría y condenó cínicamente a los que quedamos agobiados por lo patético de lo ocurrido.
Conoce que hay una herida abierta por una muerte que estremece y que no se entiende y sabe que el silencio ciudadano la interpela por ella.
Cristina sabe que ha mentido y que el memorando firmado con Irán sólo buscó encubrir a los acusados.
Nada hay que probar.
Merced a ese pacto, la evaluación de los hechos quedaría en manos de una comisión que funcionaría en la patria de los prófugos y en la que la mayoría de sus miembros debería contar con el acuerdo iraní.
¿Para que pactaron ambos gobiernos notificar a Interpol lo acordado, si no era para levantar los pedidos de captura librados?
Ajena
Pero Cristina se siente ajena a la disputa.Está segura de que la ley penal no caerá sobre ella porque perversamente hizo avalar su nefasta decisión con una ley nacional.
Irónicamente, senadores y diputados legitimaron con sus votos el encubrimiento de los presuntos asesinos.
No es la primera vez que se actúa de ese modo.
También encubrió la corrupción de su vicepresidente expropiando una empresa fabricante de moneda y logrando que los votos de diputados y senadores legitimaran el ocultamiento de pruebas.
Sólo un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado.
La imputación que ahora se ventila apenas descubre cómo el Gobierno se embarra en pos de ese objetivo usando marginales de la política como sus mensajeros ante iraníes perseguidos.
Éstas son las cosas que todos debemos saber cuando en silencio marchemos.
Porque nuestro silencio no calla lo que pensamos ni evidencia nuestra ignorancia.
Sólo indica a la Presidenta que su inexplicable arrogancia nada explicó y que con ella no se desataron "golpes blandos", sino "reclamos muy duros".
Para entonces ya no habrá palabras.
Sólo hablará el silencio.
Como en la música, será el silencio el que erice la conciencia de quien traicionó el reclamo de justicia de los 85 muertos en el atentado contra la AMIA y el que deje al descubierto el encubrimiento intentado.
Y será el silencio el que descubra la magnitud de la tragedia vivida.
La misma tragedia que Cristina sólo podrá negar hasta que el silencio la aturda.
El autor fue jefe de Gabinete entre 2003 y 2008
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