DESMEMORIA Y…
DÍAS SALVAJES
-II-
El pueblo que no conoce su
historia está condenado a repetirla
20 DE JUNIO DE 1973 - EZEIZA
Días
salvajes
EL REGRESO
Después de diecisiete años de
proscripción y exilio, Perón decide establecerse en la Argentina-
Una movilización, la más
multitudinaria de la historia del país,
e prepara para recibirlo en Ezeiza.
El 20 de junio de 1973. Esa tare, la
disputa interna del peronismo quedan expuesta a los balazos.
Y determinan el final de la
presidencia de Cámpora.
“LES RUEGO A
LOS PERONISTAS QUE NO HAGAN USO DE LA ARMAS”
LEONARDO
FAVIO
Era un día
de regocijo
La gente
caminaba por la autopista Riccheri.
Llegaban
grupos del conurbano, del interior del país.
Había
banderas de gremios, de la JP, de FAR y de Montoneros, de sindicatos, de
municipios.
Un
helicóptero de la organización se acercaba al palco, armado sobre un puente de
la autopista, para supervia o desplazamientos de la multitud.
Era un día de regocijo. Había banderas de gremios, de JP, de FAR y Montoneros, de municipios. infobae
El palco era
custodiado por la Juventud Sindical Peronista (JSP) y el Sindicato de Mecánicos
y Afines del Transporte Automotor (SMATA), identificados con brazaletes.
A mediodía
se calculaba que ya había medio millón de personas.
El cineasta
Leonardo Favio desde el micrófono arengaba sobre el peronismo y la vuelta de
Perón.
Convocaba a
cantar con paz y armonía.
La Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires tocaba la marcha peronista.
El General
estaba en vuelo, junto al presidente Cámpora.
Faltaba poco
más de una hora de una hora para que la nave aterrizara.
Perón les
hablaría a millones de personas, desde una cabina blindada, en su segundo y
definitivo retorno.
La Columna
Sur de Montoneros bordeaba la parte de atrás del palco, con la intención de
colocarse en el frente.
En un
momento, Favio le pidió a la gente que estaba arriba de los árboles que se
bajara, dijo que era peligroso.
Poco
después, a las 14.35, se escuchó una descarga de ametralladoras contra la
Columna Sur.
Querían
frenar su avance.
Desde el
palco comenzaron a disparar y también desde el Hogar Escuela, ubicado a 300
metros.
Se produjo
el desbande: hubo fuego cruzado, corrida, autos que se desplazaban por el pato
con velocidad.
Favio estaba
cuerpo a tierra, pero no soltaba el micrófono.
Pedía paz.
A las 15.20,
los tiros cesaron.
Se veía un
automóvil en llamas.
Las
ambulancias del Ministerio de Bienestar Social llevaban heridos y levantaban
militantes dispersos y los trasladaban al Hotel Internacional del Aeropuerto.
Sus
habitaciones se habían transformado en un improvisado centro de interrogatorios
y tortura.
En el palco se
escucharon disparos aislados.
Los músicos
se habían retirados.
A las 16.15,
Favio volvió a pedir que bajaran de los árboles, que lo hicieran de inmediato,
porque en las ramas había francotiradores.
Veinte minuto
después, algunos custodios e internaron en la zona arbolada del bosque, a cien
metro del palco, para desalojarlo.
Comenzó otro
tiroteo.
A las 16.55,
Favio dio una consigna desesperada por los altavoces: “Les ruego a los peronistas que no hagan uso de
las armas”.
Después se
informó que el avión que traía a Perón había aterrizado en la base aérea de
Morón.
El acto en
Ezeiza se suspendía.
No habría
fiesta.
El cuerpo
orgánico del peronismo estallaba en pedazos.
Quedaban
trece muertos y una cantidad indeterminada de heridos.
Ezeiza era
la primera expresión de violencia interna y había dejado tres datos políticos.
. A partir de ese día, en el peronismo se estaba de un
lado o del otro y no había lugar para los matices.
. Cámpora no pudo presentarse como el hombre que había
traído a Perón al país, con su victoria.
. Montonero no pudo exhibir su poder de movilización
frente al líder, para lograr su bendición. Nunca sucedería.
Al contrario,
al día siguiente, el 21 de junio, Perón marcó los límites por cadena nacional: “Los que ingenuamente piensan que pueden copar
nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se
equivocan… Por eso deseo advertir, a los que tratan de infiltrarse en los
estamentos populares o estatales, que por ese camino van mal”.
Los
acontecimientos del 20 de junio de 1973 en Ezeiza pueden interpretarse como una
consecuencia irreversible de la propia victoria de Cámpora.
Como la
consumación o la implosión, de enfrentamiento en el peronismo, gestados en los
meses previos.
Perón no
podía ser candidato a Presidente.
Había
rechazado la cláusula electoral impuesta por el general Lanusse, que lo
obligaba a residir en el país ante del 25 de agosto de 1972.
No lo hizo.
Perón necesitaba una distancia en su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas.
Entendía que
el mando estratégico jamás debía estar en el campo táctico de las operaciones.
Era un
conductor.
Tenía a la
guerrilla que actuaba en su nombre para desgatar a Lanusse.
Perón quizá
no hubiese resistido participar de la campaña y el acto electoral con la
Fuerzas Armadas en el poder.
Necesitaba
una instancia intermedia.
Ese fue el
rol de Héctor Cámpora.
El 17 de
noviembre de 1972, Perón regresó al país y nominó a su delegado como candidato
presidencial.
El congreso
justicialista lo avaló por disciplina, pero no sin sobresaltos.
El peronismo
era entonces una magna proclive a la incorporación vertiginosa de distintos
sectores – de la izquierda tradicional, de la disidente, del nacionalismo, del
cristianismo -, pero la disputa interna estaba signada por el aparato gremial y
político – los ortodoxos – y la “nueva estrella
del Movimiento”, la representada por la Tendencia Revolucionaria,
cause en el que abrevaban la Juventud Peronista y Montoneros, que habían
contado con el aliento de Perón, desde el secuestro y crimen del general
Aramburu.
El conflicto
entre las últimas líneas mayoritarias del peronismo permaneció latente.
La
candidatura presidencial no resultaba ajena en la disputa.
Antonio
Cafiero era el dirigente preferido por los gremios.
Cámpora, por
la Tendencia.
Perón eligió
a este último.
Su opción
provocó la reacción gremial.
“Ahora se pudre todo…”, presagió el jefe
de la CGT, José Ignacio Rucci, a modo de preaviso.
Sin embargo,
hasta entonces, la lucha interna del peronismo se manifestaba con acusaciones
verbales o atentados aislados.
Pocos
imaginaban que ya se estaba incubando el germen de la violencia que abriría
paso a la etapa más desgarradora de su historia.
Lo
acontecimiento de Ezeiza serían la primera revelación de esa lucha.
La figura de
Cámpora representaba una garantía de lealtad para Perón.
Y aunque
nunca había avalado en forma expresa la lucha armada, también lo era para la
izquierda peronista y Montoneros.
Cámpora les
hablaba a ellos cuando en sus discursos en sus discursos de campaña mencionaba
a “los mártires que cayeron en la lucha por el
retorno de Perón”, en referencia a los presos fusilados en la base
de Trelew en 1972.
Con los gremios
a disgusto de su candidato – organizaban actos y movilizaciones propias -,
Cámpora obtuvo el 49.59% de los votos.
Desde el
mismo día de las elecciones, Perón empezó a mostrarse molesto y distante con
Cámpora y también con la Tendencia Revolucionaria.
Rodolfo Galimberti y Héctor J. Cámpora
Temía que el
caudal de movilizaciones de esa corriente se representara en el futuro
gobierno.
Por eso tomó
con desprecio la larga lista de ministros y funcionarios que solicitó la
conducción montonera y que el presidente electo le trasladó a Puerta de Hierro.
Perón ya no
los quería, o los quería disciplinados, subordinados a su jefatura.
En abril de
1973, en sus “Instrucciones” desde
Madrid, Perón dio el primer “grito de
Alarma” por la “infiltración” de “elementos disolventes empeñados o hacer naufragar
el propósito justicialista de unidad nacional”.
Ese mismo
mes relevó a su delegado juvenil Rodolfo Galimberti que había llamado a
conformar las “milicias populares peronistas”.
No alcanzó
la posterior aclaración de Galimberti – que el llamado a las milicias era para “el control de precios” – para evitar su
despido.
Tampoco
esperaba Perón que en la transición de la entrega del poder, de Lanuse a
Cámpora, la guerrilla multiplicara sus acciones: continuaron las tomas de
pueblos, los robos a bancos, los secuestros a empresarios.
No eran
acciones exclusivas del ERP u otras organizaciones guerrilleras no peronistas.
El 04 de
abril, Montoneros mató a un jefe de inteligencia del III Cuerpo del Ejército en
Córdoba, el coronel Héctor Iribarren.
Perón
suponía que con el peronismo en el poder, la guerrilla desaparecería.
Lo entendía
como una ley natural:
“Desaparecidas
las causas, deben desaparecer los efectos”, decía.
Cámpora era
más cauto.
Sólo
esperaba una tregua.
Entonces,
para José López Rega, que convivía con el matrimonio Perón en Puerta de Hierro
desde 1966, la preocupación era menos la guerrilla que Cámpora. O el “camporismo”.
Así se lo
transmitió al secretario del Movimiento, Juan Manuel Abal Medina, en un
restaurente de Madrid: “Es una
vergüenza que todo el poder quede concentrado en su familia – le
dijo - . Llega al gobierno por nosotros y deja afuera a todos los que luchaos
por el retorno de Perón. No vamos a permitir que él actúe por su cuenta”.
Parecía una
petición conjunta, Isabel se plegó a sus prevenciones en silencio.
López Rega e
Isabel no querían quedar afuera del nuevo poder que se gestaba en torno al
presidente Cámpora.
¿Esta era
también la opinión de Perón?
O mejor
dicho: ¿Qué quería Perón de Cámpora, después de la victoria?
“Si tengo que estar a lo que le dijo a Cámpora, Perón no
quería ser presidente. Pero dicho ‘a lo Perón’, que era un gran ambiguo. A cada
uno le decía una cosa distinta. No estaba claro si Cámpora pensaba ser
presidente por cuatro años, pero su renuncia no estaba pactada. Creo que la
renuncia de Cámpora, en cambio, Perón la tenía en mente desde el principio,
porque siempre quiso ser presidente. O bien lo adquirió por influencia de su
núcleo más íntimo, o por cómo se dieron los hechos. Perón tenía la imagen vieja
de la Argentina. Veinte años provocan una distorsión enorme de cómo está el
país. Él creía que volvía y todo se tranquilizaba. Lo que le reclamábamos era
que fuera claro. Que dijera: ‘Acepto ser presidente’”, afirmó el ex ministro del Interior
de Cámpora, Esteban Righi.
López Rega
obtuvo un lugar en el gabinete.
Perón lo
colocó en el Ministerio de Bienestar Social, pese a que Cámpora había propuesto
a Isabel.
Si bien la
liberación de los presos políticos el 25 de mayo no había sido prolija – Perón
imputó el percance a Cámpora por no “haberlo sabido
manejar”-, más le preocupó el descontrol inicial de su gestión.
En los
primeros días se ocuparon 180 dependencias estatales – 66 en Capital, 114 en el
interior-, tanto por sectores de la Tendencia Revolucionaria como por la ortodoxia
peronista.
Las tomas –
en muchos caso por críticas a la continuidad de funcionarios de la dictadura, y
en otros por reivindicaciones salariales- expresaban las dificultades de
Cámpora para gestionar la disputa interna.
EL PROTOCOLO
Y LA CONSPIRACIÓN
Desde Puerta
de Hierro, Perón entreveía un progresivo caos político e institucional.
Se disgustó.
Y ese disgusto se advirtió cuando Cámpora se decidió viajar a Madrid para
acompañar su regreso al país el 20 de junio.
Para
entonces ya estaba en marcha la conspiración interna contra su gobierno,
gestada por López Rega con grupos ortodoxos afines y los gremios que también
sumaban esfuerzos para su caída.
Perón no
participó de la cena de gala que le ofreció el general Francisco Franco a
Cámpora.
Despreció cualquier
protocolo.
En una
oportunidad recibió al presidente argentino en piyama, por un supuesto
desajuste de agenda.
Cámpora
aspiraba a compartir un regreso triunfal de Perón al país y, si era posible,
con un acto en el balcón de la Casa Rosada, frente a miles de peronistas.
Perón, en
cambio, tomaba distancia institucional del presidente argentino.
La maniobra
de Ezeiza comenzó a ejecutarse cuando se conformó la “Comisión Organizadora”
que tomó el control del acto de retorno.
López Rega
puso la estructura del Ministerio al servicio de la “Comisión”.
Y a ella se
sumaron grupos que habían sido desplazados de la campaña – los gremios y las
agrupaciones ortodoxas -, que querían romper la alianza implícita de Cámpora
con La Tendencia.
El
secretario de Deportes y Turismo del Ministerio de Bienestar Social, coronel de
inteligencia (RE) Jorge Osinde, coordinó a los grupos de seguridad que
controlaron el acto.
El Hotel
Internacional del Aeropuerto de Ezeiza fue utilizado como centro de operaciones.
El coronel Jorge Osinde en el palco de Ezeiza. infobae
Allí cuando
la balacera se desató, trasladarían a detenidos, los interrogarían y
torturarían.
Las
ambulancias del Ministerio transportaron armas.
Los estuches
de los instrumentos de la Orquesta Filarmónica que actuó en el palco ocultaron
ametralladoras.
La Policía
federal no participó de la seguridad.
La “Comisión
Organizadora” argumentó que el peronismo “no podía ser
custodiado por quienes lo persiguieron hasta hace dos meses”.
No hubo
seguridad brindada por el Estado.
En un
momento, después de los tiroteos, Favio llegó hasta el Hotel Internacional.
Entró en la
habitación 108 y se encontró con un grupo de torturados.
Pidió un
médico para ellos.
Les propuso
un pacto a los torturadores: si dejaban de golpear a los detenidos, él se
olvidaría para siempre de sus caras.
Y se llevó
el nombre de los ochos torturados.
Al día
siguiente, Perón, por cadena nacional dejó definitivamente claro que abandonaba
sus discursos de “socialismo nacional” de los tiempos de Lanusse: “No hay nuevos rótulos que califiquen nuestra
doctrina y a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades peronistas. No
es gritando ‘la vida por Perón’ que se hace patria, sino manteniendo el credo
por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran
nuestros muchachos que levantan banderas revolucionarias”.
Ya no era el
Perón de las cintas magnetofónicas, el de las cartas. Era el Perón real que se
presentaba por primera vez en el país.
La CGT, en
sintonía con el discurso de Perón,
aseguró en un comunicado que defendería “a cualquier
precio y en cualquier terreno la doctrina peronista”.
El marte 26
de junio, Clarín publicó una
solicitada de FAR y Montoneros.
Era un texto
de una página.
Allí
levantaron sus acusaciones: “Un puñado de
asesinos con brazaletes del Ministerio de Bienestar Social, Concentración
Nacional Universitaria (CNU) y Comando de Organización (CdeO), desde el palco y
desde los boques, con armas largas, masacró al pueblo con el sucio objetivo de
impedir el ferviente deseo del general Perón y de 4 millones de compañeros de
reencontrarse definitivamente”.
El 21 de
junio, en la reunión de gabinete en la Casa Rosada se intentó determinar las
causas y los culpables de los hechos en Ezeiza.
El
secretario del Movimiento, Abal Medina pidió a Cámpora que responsabilizara a
López Rega y a Osinde por la masacre.
Ambo
funcionarios estaban presentes en la sala de situación.
Cámpora se
preocupó por las posible consecuencias.
- ¿Cómo vamos a hacer eso con el General? No va a echar a
todos – dijo.
“Después de Ezeiza, hubo dos reuniones de gabinete - refiere Esteban Righi -.
En esas dos reuniones, a Osinde le va horrible. Y Cámpora va a Gaspar Campos a
contarle a Perón. Y cuando Cámpora regresa no trae la renuncia de Osinde… No sé
qué podía hacer o qué dijo, pero no podía que no viniera con la renuncia de
Osinde después de semejante “perfomance” en Ezeiza.
Y ahí yo pensé: esto está todo claro. El problema ahora es
como nos vamos, si por la ventana o por la puerta. Ezeiza fue el disparador”, indica.
El 25 de
junio, Perón visitó el Ministerio de Bienestar Social.
Acompañado
por López Rega, recorrió los pasillos, las oficinas, saludó a los empleados, le
mostraron planes de viviendas, cuestiones previsionales.
Así fue
recorriendo el Ministerio, piso por piso.
Fue el aval
explícito para López Rega.
Perón nunca
visitaría a Cámpora en la Casa Rosada.
Incluso una
reunión de gabinete se realizó en el domicilio de Perón, en Vicente López.
Fue el
miércoles 4 de julio.
Ese día se
selló la suerte de Cámpora.
Esteban
Righi fue uno de los testigos.
-
¿Fue espontanea la renuncia de Cámpora o ya tenía en mente
renunciar ese día?
-
El 4 de julio fuimos a Gaspar Campos a una reunión de
gabinete con Perón. Yo tenía un conflicto con (el Ministro de Economía José
Ber) Gelbard sobre telecomunicaciones, y no me acuerdo qué resolvió Perón.
Estabamos todos alrededor de él, en la pieza de Perón en el primer piso.
Después él e queda, y todos los ministros bajamos. Y abajo, López Rega plantea
cuál va a ser el rol de Perón en este gobierno. Y entonces, Cámpora le contesta
que estando el General en el país el único rol posible era ser presidente de la
República.
-
¿Y por qué dijo eso?
-
Porque lo creía. “Lo único que falta”, agrega Cámpora, “es
que lo diga él”. Como diciéndole a López Rega. “Si es un apriete tuyo no. Si me
o dice Perón, si”. Entonces ahí e acuerda que suban a ver a Perón. Y van
Cámpora (el vicepresidente Vicente) Solano Lima y (el ministro de Educación
Jorge Alberto) Taiana.
-
¿Isabel estaba ahí?
-
Isabel estaba
-
¿Y qué rol tuvo? ¿Presionaba como López Rega?
-
Si, Isabel si, presionaba… pero con un rol menor. Tengo una
pésima opinión de Isabel, decía cualquier disparate. López Rega era un
intrigante interesante. Era una bestia, pero se movía bien en los palacios. La
cosa palaciega la hacía bien. Isabel no tenía ninguna virtud.
-
En esa pregunta de López Rega a Cámpora, sobre el rol de
Perón en el gobierno ¿había un plan previo, una intencionalidad?
-
De que ellos presionaban no tengo ninguna duda. Para mí, lo
que se discutía era: “Estos tipos se van empujados a tomatazos o salen por la
puerta grande”. Ésta era la pelea entre López rega, Iabel y compañía contra
nosotros , el “camporismo”. Perón estaba flotando en las nubes. Venía del paro
cardíaco y entonces, cuando subieron Cámpora, Lima y Taiana, Perón les dijo que
sí, que si había que sacrificarse por el país, él se sacrificaba. Y ahí terminó
la reunión. No me sorprendió. Yo tenía claro que nos íbamos del gobierno.
Aunque Perón no iba decir nunca lo que quería.
Al día
siguiente, la prensa dio cuenta de las deliberaciones de la reunión de gabinete,
pero no informó sobre la renuncia de Cámpora.
Se haría
pública una semana más tarde.
La balacera
de Ezeiza se había llevado puesta su presidencia.
Fuente
“LOS DÍA
SALVAJES”
SUDAMERICANA
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