VENEZUELA
Morir lejos de casa: el exilio médico de los
venezolanos
Cuando llegó a Argentina por insistencia de su hijo, resignada a no tener atención médica en Venezuela, los doctores le dieron una esperanza de vida de un mes.
El tumor que estaba alojado en su páncreas ya había hecho metástasis en los riñones cuando le hicieron el diagnóstico.
Sin embargo, resistió tres meses.
Era sábado, 2 de septiembre de 2017.
A su lado, tomándole la mano con dulzura, estaba Jorge Márquez, su hijo mayor.
En Venezuela le había ocultado la enfermedad a sus familiares para evitar que se preocuparan, pero cuando supo que no podría realizarse ni siquiera un examen exploratorio en su propio país, tomó la decisión de llamar a sus hijos.
Aunque tuviese el dinero, en Venezuela no era sencillo adquirir los insumos para la biopsia que le indicó el oncólogo.
Y, si por casualidad conseguía la aguja, también era complicado conseguir un patólogo que analizara el examen.
Solo cinco profesionales en el país se graduaron de esa especialidad en 2017, según Andrés Ruiz, el presidente de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica.
Consciente de las fallas tan elementales que había en los hospitales, Zaida no quería ni imaginar lo que debía enfrentar para hallar el tratamiento una vez que tuviera un diagnóstico claro.
Ambos eran ingenieros jubilados y pensionados del Estado, vivían en el hogar familiar en Barquisimeto, en el estado Lara.
En 2014 habían tenido que cerrar la tienda de repuestos de computadoras que tanto les había costado emprender, porque se había vuelto poco rentable debido a la situación económica.
En esa época, los dos hijos menores del matrimonio se mudaron a Panamá y el mayor, Jorge, a Argentina.
Sacó de sus ahorros poco más de 1000 dólares y, días más tarde, le dio la bienvenida.
Para ella hubiese sido imposible reunir el dinero para adquirir un pasaje que costaba más de 8 millones de bolívares, el equivalente a 41 salarios mínimos de ese entonces.
Tenían más de treinta meses sin abrazarse, pero no había tiempo que perder.
Del aeropuerto de Ezeiza fueron hasta el Hospital Penna para asistir a una primera consulta.
Hasta ese momento, Zaida no tenía idea de la gravedad de lo que ocurría dentro de su cuerpo.
Una aguja, una odisea
Desde hacía dos años, encontrar el medicamento para la diabetes de Zaida se había convertido en una tarea titánica.
En 2017 se volvió imposible.
Las razones detrás de la falta de medicamentos responden a las deudas que tiene el gobierno venezolano con las farmacéuticas y a que muchas se han ido.
En el resto de la región, cuando se reportan problemas por carencia de medicamentos, estos fallos suelen ser generados por bloqueos que ejercen las multinacionales a los medicamentos genéricos a través de patentes o presiones a los gobiernos, pero nunca por falta de pago.
Traerlo desde afuera tampoco era fácil por las limitaciones para el envío de fármacos desde el exterior, que aún siguen vigentes.
Se resignó a controlarse el nivel de azúcar en la sangre solo con una buena alimentación, como si eso fuera suficiente.
Pero además, para un par de jubilados, afrontar una dieta balanceada en el país con la inflación más alta del mundo (1113 por ciento según la proyección para 2017 del Fondo Monetario Internacional) no era cosa sencilla.
La ayuda económica de sus familiares los mantenía a flote.
Al llegar al hospital bonaerense no pidieron más que un documento de identidad y una dirección en Argentina para anotarla en la historia médica de Zaida.
Tampoco solicitaron nada distinto para realizarle los exámenes que el médico le indicó.
Habitantes de otras naciones visitan Argentina exclusivamente para verse en los hospitales, pero en su mayoría se trata de ciudadanos de los países limítrofes: Bolivia y Paraguay.
El colapso de Venezuela ha impulsado la inmigración de cientos de ciudadanos y casos como el de Zaida se repiten.
Uno emblemático fue el de una mujer que, con ocho meses de embarazo, viajó once días en bus para dar a luz a su hijo en Córdoba, una ciudad en la región central de Argentina.
En una edición del programa Periodismo para Todos, dirigido por Jorge Lanata y transmitido a fines de 2016, la periodista Romina Manguel resaltó negativamente la cantidad de no residentes que, según sus cifras, fueron atendidos en hospitales bonaerenses en 2015.
Otros ciudadanos argentinos han hecho públicas sus inquietudes y hasta han pedido que las leyes cambien para que los foráneos paguen por los servicios de educación y salud.
Pero, de acuerdo con la Constitución argentina, la atención médica se presta a todos sin distinción.
Los venezolanos pasaron de ser 13.049 en 2015, a 24.347 al final de 2016.
Ambos calculan que para finales de 2017 serán alrededor de 30.000 nuevos venezolanos los que habrán llegado a Argentina para quedarse.
Sobran los motivos para la emigración masiva.
Pero, para Zaida y para su hijo, uno de los principales fue el contraste entre ambos sistemas de salud.
Ningún centro público de Venezuela está en condiciones de subvencionar todas las pruebas diagnósticas o de hacerlas de forma gratuita.
En muchos laboratorios no hay reactivos, los aparatos están dañados, no hay personal calificado o no hay insumos.
En el país caribeño el desabastecimiento intrahospitalario de material quirúrgico y medicamentos se encuentra entre el 75 por ciento (según la Encuesta Nacional de Hospitales 2017) y el 95 por ciento (de acuerdo con cifras de la Federación Médica Venezolana).
Estos no reciben los dólares preferenciales que administra el Estado para importar lo necesario, por lo que los costos se calculan con base en el dólar paralelo.
Para fines de noviembre, un dólar estadounidense equivalía a 97.000 bolívares.
El salario mínimo mensual no llega a los 457.000 bolívares: unos cinco dólares en el mercado paralelo.
Su precio en dólares es cerca de 300, pero en internet se puede encontrar por 37.982.100 bolívares.
Esto ubicaría a Venezuela dentro del promedio regional con una tasa de 82,74 muertes por cada 100.000 habitantes.
Es el país, asegura Olivares, que tiene mayor tasa de mortalidad de pacientes con cáncer en América Latina.
El derecho a morir dignamente
En el 80 por ciento de los casos exitosos, estos procedimientos solo sirven para alargar la vida unos cuatro o cinco años.
Zaida no lo dudó en ningún momento: bajo ningún concepto deseaba continuar con su sufrimiento.
Rechazó cualquier promesa.
El cáncer de páncreas es de los más complejos y mortales, así que de cualquier manera tenía mucho en contra.
Se resignó a aguantar hasta que su cuerpo quisiera.
Quiso darle una última sorpresa a su mamá y compró los pasajes para que la hermana menor, el esposo y la madre de Zaida —su abuela, de 82 años— llegaran a Buenos Aires.
Cinco años antes había visto morir a su hermana por la misma enfermedad, pero esto no era igual.
Ver a su hija irse así era demasiado doloroso para ella.
La anciana no resistió la impresión y pasó varios días en cama.
La última visita que le hizo a Zaida en el hospital concluyó con un beso en la frente.
Siente una mezcla de enfado y tristeza.
Está convencido de que su país es un enfermo terminal.
Dice que allí no hay nada que hacer.
Pero no es solo eso: hasta un moribundo, por derecho, debe tener acceso a unos últimos cuidados médicos que le permitan fallecer dignamente.
Se trata de un tratamiento paliativo, algo que en Venezuela también escasea.
Sabe que ni en Caracas ni en Barquisimeto los medicamentos como el tramal o tramadol —de la familia de los opiáceos, para reducir el dolor— se consiguen con facilidad.
Los médicos le habían recetado 22 ampollas diarias y sus padres, desesperados, pidieron por todos los medios.
Llegaron donaciones a cuentagotas y durante los últimos días las enfermeras se vieron obligadas a reducir las dosis aunque el tumor en el tórax le había fracturado las costillas y los dolores eran muy intensos.
El medicamento llegó un día después de su muerte, el 1 de enero de 2017.
En el hospital le administraron todo lo que necesitó hasta su último suspiro.
Zaida murió el 2 de septiembre de 2017 en la cama número 303 del Hospital Udaondo, a 7500 kilómetros de su hogar y separada de sus dos hijos menores.
Jorge Márquez padre no quería regresar a Venezuela, pero en octubre retornó a su tierra para terminar de vender las propiedades que aún le quedaban en el país.
Su plan es vivir con sus hijos menores en Panamá o volver a Buenos Aires con el mayor.
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