Uno de los hábitos más clásicos de la historia
argentina consiste en debatir alrededor de una pregunta que es casi siempre la
misma: ¿Quién tiene la culpa?
Esa pregunta se puede aplicar a cientos
de episodios.
¿Quién tuvo la culpa del golpe del 76, de la caída de Alfonsín,
del lamentable episodio de la resolución 125, del golpe del 55, de la crisis
del 2001, de la desaparición del ARA San Juan, de la muerte de Santiago
Maldonado, de la crisis de la educación pública, de que la Argentina haya
dejado de ser un país rico?
Y así hasta el infinito.
Esas preguntas, habitualmente, generan debates encarnizados
que, sin embargo, ocultan la existencia de dos consensos básicos.
El primero es
que cada una de ellas refiere a un fracaso.
Cuando
alguien tuvo la culpa de algo, quiere decir que ese "algo", ocurrió.
El segundo consenso es más profundo.
Los
distintos polos de estas discordias coinciden, siempre, en que la culpa la
tienen "los otros".
Los otros son neoliberales, bolches,
destituyentes, kirchneristas, caceroleros, fachos, montoneros, tibios,
kukarachas, macristas, peronchos, gorilones o canallas.
Esa saga, en el día de ayer, ha sumado otro capítulo de
dimensiones aún difíciles de calibrar.
El
tratamiento de la reforma previsional empieza a adquirir una dinámica que, si
no se encarrila a tiempo, podrá marcar a fuego el destino del gobierno de
Mauricio Macri.
Los fracasos de un país afectan a todos sus habitantes,
pero sus consecuencias políticas inmediatas y directas se abaten sobre la
persona o el sector político que lo gobierna.
Por eso, el principal
desafío, hoy, es para Macri y la dirigencia de Cambiemos, y no es un desafío
sencillo de resolver.
La discusión sobre quién tuvo la culpa de lo que sucedió
alrededor del Congreso tendrá un recorrido muy previsible.
Según quien lo
cuente, la culpa la habrá tenido el kirchnerismo salvaje, el gobierno represor,
el ajuste contra los jubilados, la irresponsabilidad K de gobernar sin atender
a los números, el intento opositor de derribar a Macri, la incapacidad política
del oficialismo, la conducta extorsiva de los gobernadores peronistas, la
insensibilidad del empresariado que no cede nunca nada, la gimnasia
revolucionaria del así llamado "campo nacional y popular", con esa
debilidad por tirar piedras contra lo que no pueden evitar por número.
Si los protagonistas, por un momento, pudieran
sustraerse de su propio rol y de sus intereses, tal vez verían que, más allá de
quién sea el culpable, son todos protagonistas de un espectáculo trágico y
triste.
Entre esos protagonistas, es el Gobierno quien tiene la
principal responsabilidad de evitar que todo se desmadre.
A las tres de la tarde de ayer, la tensión había llegado a un
pico que parecía inmanejable.
Ya hacía varias horas que, en la calle, la
Gendarmería y distintos grupos de manifestantes encapuchados intercambiaban
balas de gomas, pedradas y gases lacrimógenos.
Las imágenes eran
estremecedoras: una inverosímil remake del 2001.
Adentro del recinto, solo se
escuchaban gritos y empujones.
Fuera del horario reglamentario, el oficialismo
intentaba arrancar la sesión con una efímera e ínfima mayoría: había logrado el
quórum por una diferencia de un voto.
A esa hora, Elisa Carrió desactivó una bomba cuyas esquirlas
hubieran dejado heridas aún más tremendas.
Si el proyecto de empujar la reforma provisional con fórceps
se mantenía unas horas más, el desastre hubiera escalado, en el recinto, en la
calle, en los medios internacionales.
Por eso, en un rapto de realismo
político, propuso que se levantara la sesión.
Al contrario de lo que sugeriría
una evaluación apresurada, eso le permitió ganar tiempo al Gobierno: a veces el
camino más rápido entre dos puntos no es una recta.
Será, de todos modos, un
tiempo muy complicado.
Desde que se levantó la sesión, en el oficialismo arrancó un
debate que lo cruzará hasta que se resuelva el tema, si es que se resuelve.
La
reforma previsional es un asunto extremadamente sensible.
Aun en países de
democracia muy estable y avanzada, como Francia, se trata en medio de una
tensión extrema.
En el correr de los días, el clima se fue enrareciendo.
En ese
contexto, ¿tenía sentido convocar a la sesión con los números tan
justos?
Cuando la ley se aprobó en el Senado, no había nada que se
podría haber hecho desde la calle, porque el proyecto contaba con un respaldo
abrumador.
Si ayer a las dos de la tarde, se hubieran sentado en sus bancas 140
diputados para dar quórum, todo se hubiera desinflado.
Pero no estaban. Con
mucha suerte, había 130.
Eso potenciaba el efecto de los disturbios callejeros
y de la la militarización de la zona.
Con
mayoría clara, todo se afloja. Si se juega al límite, todo se potencia.
Eso es
lo que entendió Carrió. ¿Lo habrán entendido en la Casa Rosada?
Mauricio Macri enfrenta una tarea dificilísima desde
el mismo día en que asumió.
Encabeza un gobierno de minorías.
Está obligado a
negociar cada ley.
Pero, encima de eso, muchas de esas leyes son
impopulares, como el recorte que propone ahora al aumento que le correspondía a
los jubilados.
El tiempo le corre en contra.
Pero está obligado a un ejercicio
extremo de paciencia y negociación, que requiere una sensibilidad no habitual.
Casi que no hay posibilidad de no errar en ese camino.
Enfrente, tiene un
sector importante de la oposición que nunca le reconoció su presidencia: le
negó la entrega del bastón, lo injurió de la manera más despreciable, lo acusó
de haber ordenado la desaparición de un joven, le deseó la fuga en helicóptero.
Es un laberinto. Si no ajusta, pierde por un lado. Si ajusta, pierde por el
otro.
Y poderosos enemigos lo acechan, lo están esperando.
A ese desafío, el Gobierno respondió con sutileza: estableció
lazos con otros sectores de la oposición y el sindicalismo que, en medio de la
tirantez natural de la competencia, le permitió gobernar en relativa paz la
primera mitad del mandato y ganar las elecciones de medio término.
Pero el sector
moderado de la oposición obtenía siempre mejores condiciones gracias a la
amenaza extrema del kirchnerismo.
El peronismo sabe ejercer la oposición, de
tal manera que un gobernante no peronista sufra el rigor de conducir un país
indómito.
Los errores, en este contexto, se pagan caros.
Luego del triunfo de octubre pasado, el Gobierno se
sintió legitimado.
Sin embargo, una vez más, su respaldo fue
minoritario: un 42% del país es una gran minoría, pero una minoría al fin.
Tal
vez esa confusión, una victoria electoral es muy importante pero no da la razón
ni el poder para siempre, empujó al Gobierno a esta encerrona.
Confiaron
demasiado en sus fuerzas, que no eran tantas, o en su olfato político, que no
era tan agudo.
Ayer mismo quedaron expuestos los dilemas que deberá resolver
el Gobierno: son gigantescos.
¿Estuvo bien pensada la negociación? ¿No se les
concedió demasiado a los gobernadores desde un principio, cuando la batalla
real se jugaría luego en el Congreso? ¿Erraron al apurar la sesión de ayer?
¿Utiliza el Gobierno a sus espadas más capaces en la cámara de Diputados?
¿Tiene sentido hacer una demostración grosera de fuerza militar en la calle?
Más aún: ¿es políticamente viable la reforma así como está?
¿No se exagera con un ajuste donde hay muchos costos para sectores débiles de
la sociedad y pocos para los poderosos? ¿Es sensato, por ejemplo, que en pocos
días se vuelvan a reducir las retenciones a la soja? ¿Es este el único ajuste
posible?
Y, en el medio de eso, la sucesión de detenciones sin condena previa a
dirigentes de la oposición: ¿favorece o perjudica la capacidad del oficialismo
de lograr consenso, divide o abroquela a la oposición?
No hay respuestas lineales a todo esto.
Realmente, no las hay.
Cada una de ellas obliga a buscar un punto de equilibrio finito e inestable.
Sin embargo, los brutos encuentran una misma respuesta a todo.
Le piden al Gobierno que pase por encima de los demás: cuanto
más ajuste, mejor; cuando más gendarmes, mejor; cuanto más desprecio ante
cualquier crítica, mejor; cuando más respaldo a las fuerzas de seguridad, hagan
lo que hagan, mejor.
Para sumar complejidad, brutos hay por todos lados.
¿Quiénes eran los que tiraban piedras durante horas a los gendarmes? ¿Y los que
quemaban autos? ¿A qué juegan? ¿Y los que no tienen ni una palabra de repudio
contra ellos? ¿Dónde estuvo ayer el huevo y la gallina?
Otra vez: entre todos
los brutos, ¿quién tuvo la culpa?
Ahora Macri tiene que encontrar una salida a la encerrona.
A
primera hora de la tarde, insinuó tensar al máximo las cosas con la firma de un
decreto.
Gente de su equipo consideró que era momento de hacer jugar la
autoridad presidencial a fondo, de demostrar que no se lo iban a llevar puesto
tan fácil.
Finalmente, primó, otra vez, la
intención de negociar con un peronismo que, otra vez los brutos, no conoce otra
forma de hacer oposición: firma pactos que no cumple, coloca al gobierno al
borde del abismo, como si no fueran responsables, nunca, de nada.
La
historia de siempre: los problemas serios de un país se tornan mucho más serios
cuando la dirigencia baila en la cubierta del Titanic.
Los argentinos de cierta
edad ya los hemos visto a todos hacer, varias veces, lo mismo.
La Argentina está cruzada en estos tiempos por dos
imágenes delirantes.
Una es la que expresa el cántico: "Macri,
basura, vos sos la dictadura".
En esta percepción, Macri sería, por
ejemplo, una reedición del revanchismo del 55.
La otra es la que sostiene que
todos los males del país se resumen en una palabra: peronismo.
Y que Macri, en
este caso, sería como Alfonsín, la víctima del golpismo peronista, de una mafia
agazapada para tomar el poder.
Si esta experiencia fracasa, habrá un nuevo,
fascinante y encarnizado debate sobre quién fue el responsable.
Cuando los brutos se imponen,
un país está condenado a discutir quién tuvo la culpa de su fracaso.
Y brutos, como se sabe, hay por todos lados y de todos los
colores.
Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.
La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.
Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.
El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.
Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.
De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.
A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).
¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.
¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?
¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!
El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.
Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio
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