Práctica religiosa en la que se rinde culto a un ídolo.
2.
Amor y admiración excesivos que se sienten por una persona o por una cosa.
La perversa fe de las masas
¿Cuándo
dejaremos de ser seguidores de líderes carismáticos y empezaremos a ser
ciudadanos?
Desear que le vaya bien a un presidente, de Nayib Bukele a Andrés
Manuel López Obrador, también implica criticarlo cuando falla.
Por Diego
Fonseca
El autor
es escritor y periodista.
28 de febrero de 2020
WASHINGTON — Miles, millones de personas han abrazado la fe
y se golpean el pecho de amor y orgullo cuando ven a Donald Trump, Jair
Bolsonaro, Nayib Bukele, Evo Morales o Cristina Fernández.
Son las masas: los creyentes.
Votan gobiernos abiertamente
autócratas o autoritarios y en ocasiones de vocación totalitaria que recortan
derechos y flamean soluciones milagrosas (e imposibles).
Y lo hacen porque, por
fin, los han escuchado.
No importa si son candidatos misóginos, xenófobos y
racistas; mentirosos y corruptos; sectarios y violentos.
El enojo y frustración
de esas masas de votantes creyentes al fin encontró justificación: alguien les
dice lo que querían oír.
El resultado: la calidad democrática de nuestros países no
ha mejorado con los mesianismos.
En nombre de una entelequia que llaman
“pueblo” y solo existe en tanto les rinda culto, muchos de los nuevos líderes
de los últimos treinta años se han cargado instituciones, gobiernos, economías,
futuros.
Trabajaron para convertir a ciudadanos en devotos.
Pero hay camino.
A las democracias latinoamericanas no las
salvarán sus jefazos sino algo más pedestre: nosotros. Sus ciudadanos.
Vivimos tiempos turbulentos.
La política de los
sentimientos patea en el piso al racionalismo.
Podemos explicar mil veces qué
está mal, y dará igual: mientras un elector sienta que el líder lo representa
—incluso con caos y brutalidad—, seguirá idealizándolo.
Y todo mesiánico saca provecho de la fe de las masas para
perpetuar su credo personalista sin importarle el daño que produzca a la
calidad democrática.
¿Para qué división de poderes si es más práctico cuando
uno solo decide?
Pues bien, hay límites a la fe ciega y esas fronteras las
dibujan colectivos e individuos que cuestionan, reclaman derechos y piden
cuentas cuando desde el poder se les pide —u ordena— silencio, obediencia o fe.
Al cabo, la mejor inteligencia, defendía Susan Sontag, tiene naturaleza
crítica, dialéctica, escéptica y compleja.
Cuesta entender cómo, con tanta agua corrida bajo el puente
de la Historia, puede haber tantos que eligen creer antes que hacer su trabajo
como ciudadanos: criticar, exigir, demandar más y mejores derechos.
No comprar
una sola palabra de un demagogo. Dudar.
No es que no lo hayan hecho, claro: si votaron al líder
mesiánico para vociferar su cabreo con el statu quo es innegable que
se activaron como ciudadanos.
¿Pero por qué bajaron la guardia?
¿Por qué
decidieron que ya no era necesario seguir movilizados?
¿Por qué renunciar a la
voz, la identidad personal y zambullirse en un colectivo anonimizado?
Sin duda hay una verdad incómoda detrás: si las masas aman
a esos líderes es porque todo lo demás que debía funcionar, falló.
El fracaso del aparato de partidos para gestionar la demanda
social nos dio a Trump, Bukele, Jimmy Morales, Hugo Chávez, Evo Morales y
siguen las firmas.
Ningún líder carismático nació por generación espontánea.
Lo parieron las contradicciones de nuestras sociedades y los fracasos de un
sistema político que ha ensanchado la brecha de la desigualdad y olvidado la
agenda social que prometía jubilaciones justas, salarios dignos, salud pública,
empleos.
Es un enojo pragmático que llevó al líder al poder, pero no debe parar
una vez que el líder llega al poder.
Whatsapp y Twitter han ayudado a millones en el mundo a
ganar las calles para exigir resultados y cambios. Funciona.
En la Guatemala de 2015, miles de ciudadanos exigieron
la renuncia de su presidente y vicepresidenta por corrupción y lo lograron.
En
Argentina, las mujeres llenan plazas para reclamar sus derechos reproductivos y
están a punto de cambiar la legislación del aborto.
En Bolivia, miles salieron
a pedirle a Evo Morales que dejara de perpetuarse en el poder.
Desde hace meses
en México reclaman el fin de los feminicidios.
Reclamar lo justo en la calle —y en las redes, los
congresos, los clubes y más— es un acto de ciudadanía.
Cuestionar es vital para
desactivar la operación masificadora de la creencia.
Pero también es necesario
que los líderes reflexionen ante la visualización del reclamo.
Cuando el líder
responde convocando a su puebloa defenderle de la crítica,
niega importancia al disenso.
No pocos, además, inoculan a las masas el odio
por el distinto.
Los mesiánicos son buenos para crear enemigos donde nada más
hay adversarios políticos y ciudadanos exigentes.
Pues bien, señor votante del Amado Líder: sentirse
representado por un mandatario no quita su responsabilidad primaria de vigilar
al poder como ciudadano.
Señalar pasos en falso, molestarse con errores,
advertir contradicciones.
La ciudadanía no se agota en el voto. Si su trabajo
es “transformar” México, hacer que Brasil sea grande otra vez, que Argentina
salga de su cíclica crisis económica, Venezuela recupere la cordura, Nicaragua,
la humanidad o El Salvador no sea corrupto, nuestro trabajo es empujarlos a que
lo hagan.
Debemos vencer esa maldita fe de las masas.
Sacudir al
devoto.
Mudarnos de “el pueblo” —esa palabra hueca que revolean desde López
Obrador a Fernández de Kirchner— a “ciudadanos”.
Los redentores que ofician de
presidentes no son dioses ni figuras marginales: son individuos comunes que han
sido elegidos por otros individuos comunes para que cumplan el trabajo que
prometieron.
Les dimos el poder, ahora hay que obligarlos a que laburen. Para
todos.
Hay margen, porque nada dura para siempre.
Las masas no
responden todo el tiempo solo a la promesa de amor del mesías.
Nuestros
hijos no comen carisma.
El líder es líder mientras da resultados.
Cuando falla
sistemáticamente —como aquellos a los que desplazó—, la ruptura del
enamoramiento monolítico corroerá su poder.
La dialéctica del amor entre las
masas y el líder acaba cuando las personas comparan y cuestionan.
Me atrevo a interpelar, por sentirlos muy cercanos, por más que las apariencias parecieran indicar lo contrario; insisto en lo de la cercanía, por que estamos en el mismo bote – que hace agua - , tenemos pesares, angustias y problemas comunes, recién después vienen las diferencias.
La idea es dialogar, hablar de nuestras cosas, hay textos que nos proporcionan la información básica – no única-, solo es una propuesta como para empezar. La continuidad depende de Ustedes, un eventual resultado adicional depende de todos.La idea es hablar desde un “nosotros” y sobre “nuestro futuro” desde la buena fe, los problemas exigen soluciones que requieren racionalidad, honestidad intelectual que jamás puede nacer desde la parcialidad, la mezquindad, la especulación.
Encontraran en “HASTA EL PELO MÁS DELGADO ...”, textos y opiniones sobre una temática variada y sin un orden temporal, es así no por desorganizado, sino por intención – a Ustedes corresponde juzgar el resultado -.Como no he vivido en una capsula, ya peino canas, tengo opiniones y simpatías, pero de ninguna manera significa dogmatismo, parcialidad cerrada.Soy radical (neto sin adiciones de letras ninguna), pero no se preocupen no es contagiosos … creo, solo una opción en el universo de las ideas argentinas. Las referencias al radicalismo están debidamente identificadas, depende de Ustedes si deciden “pizpear” o no.
El acá y ahora, el nosotros y el futuro constituyen la responsabilidad de todos.Hace más de cuatro décadas, en mi lejana secundaria, de una pasadita que nos dieron por Lógica, recuerdo el Principio de Identidad, era más o menos así: “Si 'A' no es 'A', no es 'A' ni es nada”, por esos años me pareció una reverenda huevada, hoy lo tomo con mucho más respeto y consideración. Variaciones de los mismo: no existe un ligero embarazo; no se puede ser buena gente los días pares.
Llegando al Bicentenario – y aunque se me tildé de negativo- siento que como pueblo, desde 1810, hemos estado paveando … a vos ¿qué te parece?. En algún momento perdimos el rumbo y ahí andamos “como pan que no se vende. Cuentan que don Ángel Vicente Peñaloza decía: “Como ei de andar, en Chile y di a pie, cuando hay de que no hay cunque, cuando hay cunque no hay deque”.
De tanto mirarnos el, ombligo y su pelusa, tenemos un cerebro paralitico, cubierto de telarañas y en estado de grave inanición. Padecemos una trágica concurrencia de factores que nos impiden advertir – debidamente -, este, nuestro triste presente y lo que es peor aún, nos va dejando sin futuro.
A los malos, los maulas, los sotretas, los villanos, los mala leche, los h'jo puta, los podemos enfrentar pero … ¿qué hacemos con los indiferentes, con los que solo se meten en sus cosas, y no advierten que el nosotros y el futuro por más que sean plurales son cosas personalisimas? Y luego dicen que quieren a sus hijos y su familia; ¡JA!, ¡doble JA!, ¡triple JA! (il lupo fero).
¡¡EL REY ESTÁ EN PELOTAS!!, dijo el niño de la calle, hijo de padre desconocido y madre ausente, ese niño es mi héroe favorito.
¿QUÉ ES PEOR LA IGNORANCIA O LA INDIFERENCIA?
¡¡NO LO SÉ Y NO ME IMPORTA!!
El impertinente, el preguntón es nuestra esperanza, nuestro “Chapulin Colorado”.
Mis querido “Chichipios” - diría don Tato- no olviden que además de ver el vaso medio vació o medio lleno, hay que saber que contiene – sino que le pregunten a Socrates - ¡Bienvenidos! Adelante. Julio
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