DIOS ESE DESCONOCIDO
DIOS
NO TOMES EL NOMBRE DE DIOS EN VANO
¿Existe Dios?
Eso depende del Dios que el lector tenga en mente.
¿El misterio cósmico o el legislador mundano?
A veces cuando la gente habla de Dios, se refiere a un
enigma grandioso e impresionante, acerca del cual no sabemos absolutamente
nada.
Invocamos a ese Dios misterioso para explicar los
enigmas más profundos del cosmos.
¿Por qué hay algo, en lugar de nada?
¿Qué modeló las leyes fundamentales de la física?
¿Qué es la conciencia y de dónde procede?
No tenemos respuestas para esas preguntas y damos a
nuestra ignorancia y damos a nuestra
ignorancia el nombre grandioso de Dios.
La característica fundamental de este Dios misterioso
es que no podemos decir nada concreto sobre Él.
Es el Dios de los filósofos, el Dios del que hablamos
cuando nos sentamos alrededor de una fogata en el campo a altas horas de la
noche y nos preguntamos sobre el sentido de la vida.
En otras ocasiones, la gente ve a Dios como un
legislador severo y mundano, acerca del cual sabemos demasiado.
Sabemos exactamente qué piensa sobre la moda, la
comida, el sexo y la política, e invocamos a este Hombre Enojado en el Cielo
para justificar un millón de normas, decretos y conflictos.
Se molesta cuando las mujeres llevan blusa de mangas
cortas, cuando dos hombres practican sexo entre sí o cuando los adolescentes se
masturban.
Algunas personas dicen que a Él no le gusta que
bebamos alcohol, mientras que según otras Él exige absolutamente que bebamos
vino todos los viernes por la noche o las mañanas del domingo.
Se han escrito bibliotecas enteras para explicar hasta
el más mínimo detalle qué es exactamente lo que Él quiere y lo que no le gusta.
La característica fundamental de este legislador
mundano es que podemos decir cosas muy concretas de Él.
Es el Dios de los cruzados y los yihadistas, de los
inquisidores, los misóginos y los homófobos.
Es el Dios del que hablamos cuando nos encontramos
alrededor de una pira encendida lanzando piedras e insultos a los herejes que
están quemándose en ella.
Cuando a los creyentes se les pregunta si Dios de
verdad existe, suelen empezar hablando de los misterios enigmáticos del
universo y de los límites del conocimiento humano.
“La ciencia no pude explicar el Big Bang – exclaman -, de modo que tiene haberlo hecho
Dios”.
Pero, al igual que un mago que engaña al público
sustituyendo imperceptible una carta por otra, los creyentes sustituyen con
rapidez el misterio cósmico por el legislador mundano.
Después de haber dado el nombre “DIOS” a los secretos
desconocidos del cosmos, lo utilizan para condenar de alguna manera biquinis y
divorcio.
“No comprendemos el Big Bang; por tanto, debes cubrirte
el pelo en público y votar contra el matrimonio gay”
No solo no existe ninguna conexión lógica entre ambas
cosas, sino que en realidad con contradictorias.
Cuanto más profundos son los misterios del universo,
menos probable es que a quienquiera que sea responsable de ellos les importe un
pimiento los códigos de la vestimenta femenina o el comportamiento sexual
humano.
El eslabón perdido entre el misterio cósmico y el
legislador mundano suele proporcionarlo algún libro sagrado.
El libro está lleno de las normas más tontas, pero no
obstante se atribuye al misterio cósmico.
En teoría lo compuso el creador del espacio y del
tiempo, pero Él se preocupó de iluminarnos obre acerca de arcanos rituales del
templo y tabúes alimentarios.
Lo cierto es que no tenemos ninguna evidencia, de
ningún tipo, de que la Biblia o el Corán o el Libro del Mormón o los Vedas o
cualquier otro texto sagrado fuera compuesto por la fuerza que determinó que la
energía sea igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al
cuadrado, y que los protones sean 1.837 veces mayores que los electrones.
Hasta donde llega nuestro conocimiento científico,
todos esos libros sagrados fueron escritos por Homo sapiens imaginativos.
Solo son narraciones inventadas por nuestros
antepasados con el fin de legitimar normas sociales y estructuras políticas.
Yo siempre estoy preguntándome acerca del misterio de
la existencia, pero nunca he comprendido qué tiene que ver con las exasperantes
leyes del judaísmo, el cristianismo o el hinduismo.
Estas leyes fueron sin dudas muy útiles a la hora de
establecer y mantener el orden social durante miles de años.
Pero en esto no son fundamentalmente diferentes de las
leyes de los estados e instituciones seculares.
El tercero de los Diez Mandamientos bíblicos instruye
a los humanos a no hacer nunca un uso arbitrario del nombre de Dios.
Muchas personas creen en esto de una manera infantil,
como una prohibición de pronunciar el nombre explícito de Dios (como en la
famosa escena de los Monte Python “Si dices Jehová…”).
Quizá el significado profundo de este mandamiento sea
que nunca hemos de usar el nombre de Dios para justificar nuestros intereses
políticos, nuestras ambiciones económicas o nuestros odios personales.
La gente odia a alguien y dice “Dios lo odia”, la
gente codicia algo y dice “Dios lo quiere”.
El mundo sería un lugar mejor si siguiéramos de manera
de manera más devota el tercer mandamiento.
¿Quieres emprender una guerra contra tus vecinos y
robarles su tierra?
Deja a Dios afuera de la cuestión y encuentra otra excusa.
Al fin de cuentas, se trata de una cuestión semántica.
Cuando uso la palabra “Dios”, pienso en el Dios de
Estado Islámico, de las cruzadas, de la Inquisición y de las banderolas “Dios
odia a los maricones”.
Cuando pienso en el misterio de la existencia,
prefiero usar otras palabras, para evitar la confusión.
Ya diferencia del Dios de Estados Islámico y de las
cruzadas (al que preocupan mucho los nombres y sobre todo Su nombre más
sagrado), al misterio dela existencia le importa un comino qué nombres le damos
nosotros; los simios.
…
Fuente
“21 Lecciones para el siglo XXI”
Yuval Noah Harari
DEBATE, 2018
SOBRE EL AUTOR
Yuval Harari
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Nacionalidad
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Israelí
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Educación
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Empleador
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- Universidad
Hebrea de Jerusalén
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Obras
notables
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