PERONISMO:
SU YO SU SER
El peronismo, un partido
que se cree iglesia
PARA LA NACION
Mientras la cultura peronista no cambie, la democracia le
quedará chica y más que el buen gobierno le importará el poder, para combatir
enemigos y catequizar fieles
Fuente: LA NACION
23 de mayo de 2019
Ya lo había hecho cuando ella
murió.
El libro de Cristina Kirchner "podría
enseñarse en las escuelas", explicó el jefe del sindicato de docentes:
igual que La razón de mi vida en su momento.
¿La candidatura a la
vicepresidencia?
Parece el renunciamiento de Eva Perón en 1951, pero al revés.
Han pasado casi setenta años y para el peronismo el pasado no pasa nunca: es
objeto de culto, devoción, ritualidad, repetición.
Las religiones, decía el
viejo Fidel Castro, "siempre repiten los mismos temas"; nosotros
"debemos hacer lo mismo: la verdad debe repetirse si queremos que se
difunda".
Lo habían criado los jesuitas: sabía de qué estaba hablando.
Lo
mismo Eva Perón: curas y católicos militantes escribían sus discursos,
orientaban su gran olfato político.
Cuando, mucho más tarde, Hugo Chávez invocó
a "Cristo mi comandante", prometió "la salvación del reino de
Cristo" y la redención del pueblo del pecado capitalista, caminaba sobre
antiguas huellas: es una historia que viene de antaño, hablamos de una extensa
familia.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente, y pocos recuerdan que
aquella fue la fase en la que el régimen peronista se acercó más que nunca al
ideal totalitario: uno es el pueblo; una, la fe. La fe justicialista.
"Ni
un ladrillo que no sea peronista", para decirlo con Eva Perón -aspirante a
beata, modelo para la posteridad-, quedaba en pie.
EVITA: “NO DEJAR EN PIE NI UN LADRILLO QUE NO SEA PERONISTA”
Poderes Ejecutivo,
Legislativo y Judicial estaban bajo su total control.
La sociedad entera estaba
ordenada en cuerpos: la comunidad organizada.
Trabajadores peronistas,
empresarios peronistas, profesionales peronistas, estudiantes peronistas.
Peronistas eran incluso dentistas, arquitectos, ingenieros.
Sobre ellos, rey y
sacerdote, velaba omnipotente el líder.
Eva era María, la virgen mediadora,
consoladora de los afligidos.
Escuela, radio, periódicos, arte, música,
deportes eran lugares de catequesis, sacristías donde se "repetía la
verdad".
¿La oposición? "Herejía"; rimaba con
"oligarquía".
Exageró solo al pretender que peronistas fueran también
la Iglesia y el Ejército: si algo le recordaron derrocándolo era que el
peronismo había nacido católico y militar.
Sé que la extravagante solicitud de la CGT se presta a lecturas más
prosaicas.
Hay elecciones: ¿traerá esto votos?
Entiendo el razonamiento: si no
es ahora, con Bergoglio en San Pedro, ¿entonces cuándo?
También sospecho una
sutil interna peronista: si el peronismo revolucionario ya tiene su beato, ¿por
qué el peronismo sindical no puede tener a Eva en el santoral?
Esta también es
una vieja historia; vieja y truculenta.
Sé, también, que el peronismo de hoy es
diferente al de entonces: bien o mal -más mal que bien- se ha acostumbrado, o
se ha resignado, a vivir en democracia, a respetar sus formas, si no siempre su
espíritu.
De su ideología original permanecen vagos fragmentos, confeti
diseminado que el viento lleva aquí y allá.
Pero la llamada de la selva, el
espíritu de la tribu, la complicidad del clan siguen siendo fuerzas poderosas.
Bajo la
superficie de este barroco revival evitista anida el problema real; un
problema que apesta el aire, envenena el clima, inhibe los acuerdos, socava los
compromisos: la hegemonía histórica de un partido que se cree iglesia, de una
ideología que se cree religión, de un movimiento que antepone el dogma de la fe
al principio de realidad; un partido que no aspira a representar ideas,
valores, intereses específicos, sino a encarnar la verdad, el pueblo, la
nación, entidades etéreas, eternas, metafísicas en cuyo nombre reivindica el
monopolio del bien, de la identidad, de la moral.
Por eso exige ser
beatificado; por eso piensa que tiene una misión redentora; por eso quiere un
santo en el panteón del cristianismo: el peronismo, como el comunismo de Fidel,
se creyó el nuevo cristianismo y algunos se lo creen todavía.
¿Quién les
explica que todo esto es incompatible con la democracia?
Que en una democracia
hay muchas opiniones, no una verdad; hay pluralidad, no monopolio; personas, no
pueblos.
Mientras la cultura peronista siga siendo esa, la democracia le
quedará chica: más que el buen gobierno, le importará el poder, todo el poder,
para convertir paganos, combatir enemigos, catequizar fieles.
¿Exagero?
Apenas: para sacudir la conciencia de los muchos peronistas que, estoy seguro,
de beatificaciones y dogmas de fe no quieren saber nada; que piensan en el suyo
como un partido más o menos normal, cercano a los trabajadores.
La Argentina
necesita que el "peronismo republicano" deje de ser un oxímoron, un
ave fénix.
Para que así sea, tendrá un día que medirse con el pasado, dejar que
aquella herencia mesiánica descanse de una vez en paz.
Un ejemplo: todos los
países han tenido partidos obreros, pero nunca se les habría ocurrido a los
laboristas ingleses, a los socialistas chilenos, ni siquiera a los comunistas
italianos, beatificar a sus fundadores, imponer sus textos en las escuelas,
convertirse en religión de la patria.
Son cosas ajenas a la esencia pluralista,
secular y republicana de la democracia; son fotos que pertenecen a otro álbum
familiar.
"La nuestra es una dictadura propueblo", decía Hernán
Benítez, el mentor jesuita de Eva Perón.
La de Chávez, señaló un jesuita
venezolano, es una utopía religiosa, una "nostalgia de absoluto", la
eterna promesa del Reino de Dios invocando el cual el partido-Estado lo devora
todo.
Así ha
sido el peronismo y así me temo que siga siendo: detrás de la fachada de cartón
del misticismo plebeyo, en el trastero del poder nacional y popular, resguardados
por el conformismo hipócrita que prevalece entre devotos de la misma fe,
florecen un clima de bajo imperio, la impunidad desenfrenada, la opaca
complicidad entre cofrades: negocios sucios, dólares a quintales, muertes
misteriosas, piruetas políticas, amistades impúdicas.
El centenario de Eva
Perón era una buena oportunidad para cuestionar ese morboso e insano vínculo
entre política y religión, para reflexionar sobre el pasado sin inflamar el
presente.
Fue otra oportunidad perdida.
El peronismo eterno siempre triunfa, el
pasado nunca se convierte en historia. ¡Qué lástima!
Ensayista
y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
Fuente
“LA NACIÓN”, 23.05.2019
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