Unos y otros se pueden retirar pronto. No solo eso. Ellos tendrán la última palabra a la hora de eliminar (o no) los privilegios de los cargos que ostentan.
La misión de reformar el sistema actual es de envergadura, vital para las cuentas públicas y la economía.
El anterior presidente fracasó y ahora nadie duda en Brasil de que aprobar (o no) un sistema que sustituya al vigente es lo que definirá el mandato de Jair Bolsonaro.
Las pensiones copan los informativos, los diarios han lanzado aplicaciones para calcular cómo quedaría la paga… y #OuReformaOuquebra fue uno de los asuntos más comentados en Twitter el fin de semana.
“El sistema es económicamente insostenible”, sentencia la OCDE, el club de los países ricos, en un informe en el que destaca que las pensiones brasileñas otorgan un porcentaje alto del último salario a edades mucho más tempranas que otros países.
Además es profundamente desigual, como explica Pedro Fernando Nery, autor del libro Reforma de las pensiones. Por qué Brasil no puede esperar.
“Con el sistema vigente, el rico puede recibir 40 veces más que el pobre con una baja contrapartida contributiva”, afirma este asesor económico del Senado.
“Es un sistema complejo con diversos tipos de jubilación, en el que los más pobres necesitan trabajar hasta los 65 debido a que pasan mucho tiempo en el paro y en la informalidad porque nuestro mercado de trabajo es muy dual. Y los más ricos tienen empleos formales toda la vida y logran jubilarse antes”.
Las brasileñas, a los 53 años; ellos, a los 57 de media porque es uno de los pocos países sin edad mínima de jubilación.
Basta contribuir tres décadas o más.
Precisamente estos días se ha retirado a los 55 el juez más veterano del caso de corrupción Lava Jato.
A partir de ahora trabajará de consultor.
El intenso debate está salpicado de miles de cifras, todas de mareo.
Aquí algunas esenciales.
Las pensiones devoran el 58% del presupuesto, el triple de lo que se invierte en la suma de educación y salud; la Seguridad Social absorbe un 12,7% del PIB… una sangría.
La reforma, que aún tiene meses de tramitación por delante, pretende ahorrar en una década 1,16 billones de reales (263.000 millones de euros).
En este país tan vasto y desigual, la distinta esperanza de vida entre sus 209 millones de habitantes ahonda la brecha porque los desfavorecidos trabajan más años pero viven menos.
La OCDE afirma que “las pensiones han jugado indudablemente un papel significativo en la lucha contra la pobreza entre los mayores” porque llegan a prácticamente a todos los mayores pero reclama la reforma para invertir más en la infancia, que lidera la pobreza.
La desigualdad es también enorme entre los funcionarios y los empleados el sector privado, claramente a favor de los primeros, que cobran una pensión seis veces mayor.
Una protección exagerada, afirma Nery, que está inscrita en la Constitución de 1988 –otro factor que dificulta enormemente la reforma—.
El citado especialista, que anima en Twitter a sus conciudadanos a saber más con la etiqueta #PergunteSobrePrevidencia, detalla la velocidad a la que crece el gasto.
“Lula dejó el Gobierno en 2010 con una deuda del 50% del PIB. Sin reforma de las pensiones, Bolsonaro dejará al Gobierno con un 100% en 2022”.
Brasil comparte con medio mundo el mal de que la fuerza de trabajo mengua mientras los jubilados se multiplican.
Aunque aún es un país joven comparado con Europa, como indica que bastan unas canas para que a cualquiera le ofrezcan amablemente el asiento en el metro, es de los que más velozmente está envejeciendo porque la esperanza de vida ha aumentado mucho mientras la natalidad se desplomaba.
Una caída que algunos investigadores vinculan con las telenovelas brasileñas, que en los setenta y ochenta mostraban familias más pequeñas.
No es nada raro que quienes se retiran ahora trabajaran desde adolescentes.
Que empezaran como lo que aquí llamaban office boy llevando cafés en un banco, ascender en las siguientes décadas y jubilarse como alto cargo.
Existen casos excepcionales como el de la señora María Amorim.
Tenía 12 años cuando acudió a un juez para que le permitiera trabajar porque su familia era muy pobre y quería tener su dinero, explica.
Entró a trabajar legalmente de ayudante en una empresa de sombreros en 1956.
Y empezó a cotizar.
Se podía haber jubilado a los 42 pero prefirió esperar a los 55 para lograr mejor paga.
La propuesta del Gobierno de Bolsonaro contempla una edad mínima de 62 años para ellas, de 65 para ellos y una transición de 12-14 años.
Objetivos más ambiciosos que el último y fracasado intento.
Las resistencias son muchas, el debate endiablado, pero por ahora solo la izquierda con el Partido de los Trabajadores (PT) a la cabeza se ha movilizado en la calle.
La reforma propuesta del ministro de Economía, el ultraliberal Paulo Guedes, es especialmente dura con los más privilegiados, recalca Nery.
Pero ha recibido críticas por su blandura con los militares, que con policías y bomberos tienen un régimen distinto de los civiles.
Había mucha expectación ante la letra pequeña de las pensiones castrenses en vista de que Bolsonaro ha dedicado buena parte de su vida política a defender los intereses corporativos de ese colectivo que se puede jubilar con el salario íntegro tras 30 años de carrera.
La justificación oficial es que pueden ser llamados a filas en cualquier momento (aunque la última en la que combatieron fue la Segunda Guerra Mundial).
La mitad se jubila antes de los 49 años.
Pero algunos privilegios se están extinguiendo.
Gracias a una de las reformas puntuales de hace unos años, los uniformados ya no pueden legar la paga a sus hijas solteras.
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