UN CAMINO SIN DESTINO
La huella kirchnerista de
la impunidad
LA NACION
- 22 de abril de 2020
Horacio Pietragalla,
secretario
de Derechos Humanos y un cristinista cerril, llamó a una jueza para
"recordarle" que él había pedido la prisión domiciliaria de Luis
D'Elía.
Luis D'Elía, Gabriel Mariotto, Fernando Esteche y Amado Boudou en Plaza de Mayo. Foto: Twitter - Perfil, noviembre 2016
La jueza dejó constancia por escrito en el expediente de la llamada
telefónica del funcionario.
Luego, Pietragalla pidió formalmente a la Cámara de
Casación que aceptara el pedido de Ricardo Jaime para que su actual
prisión efectiva se convirtiera en prisión domiciliaria.
Jaime es uno los casos más emblemáticos de la corrupción
durante los dos gobiernos Kirchner.
Y es
también el exfuncionario que más ostentación hizo de la riqueza recién
adquirida.
Las cosas
no terminan ahí.
El viceministro de Justicia, Juan Martín Mena, otro
cristinista de la primera hora, se hizo cargo violentamente del Programa de
Testigos Protegidos (llevó hasta efectivos de la Policía Federal).
Los testigos
protegidos de la corrupción durante los años del kirchnerismo puro comenzaron a
huir del programa.
Corrían más peligro dentro de él que fuera.
Para decirlo de
manera directa: el programa de testigos protegidos para los casos de corrupción
ha concluido. Se terminó.
El mismo Mena le negó a la abogada Silvina Martínez, una colaboradora
muy cercana de Margarita Stolbizer, sobre todo en las investigaciones
sobre el robo al Estado, la información sobre el Instituto Patria, el sancta
sanctorum del cristinismo.
Le negó, en fin, el derecho al acceso a la
información pública.
La noticia, divulgada por el periodista Nicolás Wiñazki,
significa un serio retroceso para el derecho de la sociedad a la información
sobre las cuestiones públicas.
El aspecto contradictorio de las andanzas de Pietragalla y Mena es que ambos
son subalternos de la ministra de Justicia, Marcela Losardo, la
funcionaria del actual gobierno que más respeto convoca en el ámbito donde se
mueve, es decir, entre jueces y fiscales independientes.
Losardo es una vieja
amiga de Alberto Fernández.
Tampoco el Presidente, hay que admitirlo,
defendió nunca a Jaime ni a quien fue su jefe directo, Julio De Vido.
Ricardo Jaime
La
llegada de aquellos dos subalternos al Ministerio de Justicia fue consecuencia
del entretejido que se hizo en las designaciones entre cristinistas y
albertistas.
Fuentes oficiales señalaron, incluso, que el propio Alberto
Fernández descartó los dos primeros candidatos de Cristina Kirchner para
viceministros de Justicia porque directamente eran "indigeribles".
"Un desastre", admitieron esas fuentes.
Aceptó a Mena porque recordó
que había llegado a un alto cargo en ese ministerio en tiempos de Cristina para
controlar al entonces viceministro Julián Álvarez, a quien muchos kirchneristas
le adjudican gran parte de la culpa de la posterior peripecia judicial de la
expresidenta.
De hecho, Julián Álvarez es el único camporista de primera línea
que no resucitó. No todavía.
Sea como
fuere, y si bien se ve lo que está haciendo Mena, su designación es un error.
Mena fue también en tiempos de Cristina el segundo de Oscar Parrilli en el
control de los servicios de inteligencia.
¿Por qué no buscaron la posibilidad
de funcionarios nuevos, no desgastados por la gestión anterior?
Es un misterio
que solo pueden revelar Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Vale la
pena detenerse en Pietragalla.
Fue uno de los cuatro diputados nacionales,
junto con -cómo no- Leopoldo Moreau, que hicieron un golpe de Estado de hecho
contra el entonces presidente de la Cámara Emilio Monzó.
Fue en diciembre de
2017.
El cuerpo había sido convocado para tratar una reforma previsional que
modificaba levemente la ecuación para los aumentos a los jubilados.
En los
alrededores del Congreso, varias organizaciones de izquierda lanzaron 15
toneladas de piedras y provocaron un destrozo enorme del espacio público.
En el
recinto, aquellos diputados se abalanzaron sobre el escritorio del presidente
de la Cámara y le arrebataron el micrófono.
El presidente de un cuerpo de 257
miembros se convierte en el acto en alguien impotente si carece de micrófono.
Es lo que hicieron Pietragalla y Moreau.
Un golpe de Estado dentro de uno de
los poderes de la Constitución.
Ahora, en
sus nuevas funciones, Pietragalla reclamó la libertad de hecho de Jaime, el
funcionario del kirchnerismo con peor imagen pública por su complicidad con
actos corruptos.
En los últimos meses de libertad, Jaime viajaba en avión
comercial a la Capital desde su Córdoba natal con una gorra y con amplios
lentes de sol.
Varias veces lo habían insultado en la vía pública.
Pietragalla
dice que el abogado defensor de Jaime pidió su prisión domiciliaria porque es un hombre de 65
años y es, por lo tanto, una persona de riesgo ante el Covid-19.
El
secretario de Derechos Humanos no hizo ninguna gestión oficial para que un
médico del Estado confirmara lo que dice el abogado defensor.
Simplemente, hizo
suyo el planteo de la defensa y, en tal condición, se presentó ante la Cámara
de Casación.
Le advirtió a esta que el país podría ser condenado por la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos por violar tales derechos; la
organización internacional hizo varios llamados para que no se abuse en los
países latinoamericanos de la prisión preventiva.
La Cámara de Casación le
contestó ayer: "No es una prisión preventiva. Está cumpliendo una
condena", matiz que Pietragalla parece no entender.
¿O lo
entiende y disiente con la jurisprudencia de la Corte Suprema?
Jaime fue
condenado en juicio oral y público por la tragedia de Once a ocho años de
prisión efectiva.
La Cámara de Casación confirmó la sentencia y le negó la
apelación ante la Corte Suprema.
Esas son las condiciones en las que un
encartado debe empezar a cumplir la pena de prisión, aunque haya recurrido en
queja a la Corte, según la jurisprudencia que existe desde 2008 en el máximo
tribunal de Justicia.
Es el mismo caso de Amado Boudou, a quien, no obstante,
un juez aislado (integrante de un tribunal de tres magistrados) le permitió
retozar en su casa mientras está en prisión.
Una cosa es discutir sobre la
prisión preventiva dispuesta por un juez de primera instancia; otra cosa es
cuestionar la prisión efectiva decidida por varios tribunales.
Esto último
desconoce la necesidad del poder punitivo que tiene cualquier Estado.
Es
entrar, para decirlo sin tantas vueltas, en el reino de la impunidad.
Según
funcionarios del gobierno, que pidieron el anonimato, Pietragalla es un
convencido de que todos los casos de corrupción de la era kirchnerista son
productos de lawfare .
Esto es: de la persecución política de dirigentes
nacionales y populares por una conjura jurídico-mediática.
¿También Jaime, que
hasta aceptó que cobró sobornos de los empresarios a los que debía controlar y
a los que les daba cuantiosos subsidios? También.
Jaime fue preso por primera
vez cuando Cristina era presidenta.
Fue, en tal caso, un preso político de
Cristina.
"Fue un claro error político", se limitaron a decir cerca
de Alberto Fernández.
Pero la corriente política de Pietragalla sostiene que
una sola excepción que acepte que hubo corrupción podría desarmar la
arquitectura del relato.
Un cargo tan sensible como lo es el de secretario de
Derechos Humanos no debería estar en manos de quien milita en el fanatismo
político.
La
decisión de Pietragalla de recurrir, sin suerte, a la Justicia para sacar de la
cárcel a Jaime no le fue informada previamente a la ministra Losardo.
Por lo
tanto, tampoco estaba informado Alberto Fernández.
El Presidente tomó distancia
primero, luego convocó a Pietragalla y le ordenó que diera un comunicado
público sobre las razones, aparentemente jurídicas, que lo empujaron a hacer lo
inexplicable.
No haber informado a sus jefes sobre su decisión de presionar a
la Justicia era causa suficiente para que renunciara al cargo o para que el
presidente le pidiera la renuncia.
No lo hizo.
Ya una presión parecida de
Pietragalla, aunque más explícita y descarada, mandó a D'Elía a su casa, a
pesar de que este fue condenado en una causa que lleva dando vueltas más de una
década: la ocupación violenta de una comisaría.
La Cámara de Casación puso ayer
a Pietragalla en su lugar. Alguien debía hacerlo.
La
emergencia sanitaria está promoviendo muchas excepciones.
Las deserciones de
los otros dos poderes del Estado, el Legislativo y el Judicial, ayudan a que
funcionarios del Poder Ejecutivo consideren que tienen la suma del poder
público.
El lunes, el Presidente dijo públicamente que la pandemia obligará a
un "Estado sin corrupción".
Para terminar con la corrupción no solo
se necesitan prácticas transparentes en la administración pública, sino también
una sanción clara y efectiva de los hechos corruptos del pasado, sobre todo de
un pasado que acaba de pasar.
Fuente
“LA NACIÓN”, 22.04.2020
(Facebook, E. Ferna´ndez B., 25.04.2020)
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