Entre los primeros pueden mencionarse el ataque japonés contra la base naval de Pearl Harbor en 1941, así como el atentado terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York el año 2001.
Entre los segundos recordamos la muerte del presidente John F. Kennedy en 1963 y el accidente mortal de Diana de Gales en 1997.
Sobre estos y otros casos se han tejido toda suerte de especulaciones, fantasías y teorías conspirativas que aseguran, por ejemplo, que el presidente Roosevelt conocía con anticipación los planes japoneses, pero permitió sin embargo que llevasen a cabo su ofensiva contra la flota norteamericana a objeto de lograr la entrada de Estados Unidos en la guerra.
O que fue la CIA la que fraguó la operación contra las Torres Gemelas, o que fue la mafia o los rusos los que mataron a Kennedy, y los servicios secretos británicos los organizadores de la tragedia de la princesa Diana.
No extraña entonces que ahora se asevere que la pandemia es producto de laboratorios secretos chinos, rusos o estadounidenses que perdieron control de sus experimentos; o que se trata de un complot de las grandes corporaciones farmacéuticas para vender una vacuna que todavía mantienen en secreta reserva; o que estamos presenciando una ofensiva contra los ancianos de parte del capitalismo mundial, etc., etc.
No faltan desde luego las tesis acerca de la participación de alienígenas como detonantes de la crisis, o de la acción de otras fuerzas malignas con poderes casi sobrenaturales, que castigan a la humanidad por nuestras faltas o para conquistar un poder total.
El menú de las teorías conspirativas es amplio y nuestra imaginación infinita.
A ello hay que sumar que tales teorías, una vez asumidas por sus promotores y seguidores, son inmunes a las pruebas que puedan contradecirlas.
Es más, cualquier esfuerzo racional y fundamentado para contrarrestarlas no logra usualmente otra cosa que fortalecerlas, pues el fanatismo contraataca acusando al portador de las noticias como cómplice, voluntario o no, del complot contra la verdad.
Y lo peor es que no siempre los que adoptan tales teorías están del todo errados.
Son usualmente capaces de construir un edificio a partir del ladrillo de un único y ligero dato o pista.
¿Y el coronavirus? ¿Qué ha pasado?
Nuestra opinión es que existen evidencias convincentes acerca de su origen y despliegue inicial, desde una ciudad china y sus insalubres mercados alimenticios; que la negligencia o el engaño deliberado de las autoridades chinas fue un factor fundamental en las primeras etapas de difusión del virus, a lo que luego se han añadido, en mayor o menor grado, la combinación de perplejidad, errores, aciertos parciales, incompetencia, sorpresa, miedo y heroísmo que en conjunto están definiendo las respuestas ante el reto en distintas regiones y países.
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