266 recuperados.
Este 3 de abril del 2020 será recordado en la historia reciente como un día trágico.
Ha ocurrido algo gravísimo.
Y nadie puede mirar para otro lado.
Hay que reparar cuanto antes el daño y castigar la torpeza e insensibilidad de los funcionarios responsables.
Las escenas frente los bancos, fueron una película de terror protagonizada por los mayores grupos de riesgo que quedaron desnudos y expuestos ante un virus criminal.
Los de mayor edad y los de mayores carencias, fueron enviados poco menos que al matadero.
El presunto Gobierno de los científicos no pudo organizar un simple pago de haberes.
Hubo situaciones límites, desgarradoras.
Viejitos con bastones que se desmayaron, abuelas que pasaron más de 8 horas en la calle, el frío y el desamparo.
Todos amontonados. Un caos absoluto.
Eugenio Semino, el defensor de la Tercera Edad fue demoledor cuando dijo que “los funcionarios que decidieron esto han violado la norma básica del aislamiento que decretó el estado. Lo que les pase a los adultos mayores por estar haciendo esa cola, será responsabilidad de ellos”.
Y luego no tuvo pelos en la lengua para pedir la cabeza de los que se tienen que hacer cargo: “es inexorable que el presidente de la Nación pida la renuncia del Secretario de Seguridad Social, Luis Bulit Goñi y del director del Anses, Alejandro Vanoli”.
Yo me permito agregarle al director del Banco Central, Miguel Pesce y que la CGT le pida a Sergio Palazzo, el titular del gremio bancario, que dé un paso al costado.
Patricia Bullrich le pidió a Alberto Fernández que “pare esta locura” y envíe a los jubilados a sus casas.
Que se dividan los días de pago por turnos y separados los adultos mayores de los que cobran los planes sociales.
Mario Negri planteó que “ocurrió todo lo que no debe ocurrir en cuarentena” y exigió que “no perdamos en horas todo lo que avanzamos en 15 días”.
Pero al drama no fue solamente lo que pasó frente a los bancos.
Hay un Conurbano en ebullición y en terapia intensiva.
Comprendo que hay que tener cuidado en hablar demasiado de la posible explosión del Conurbano y lo respeto.
Pero eso no implica que dejemos de informar o que no sigamos con una lupa todo lo que pasa en esa tierra arrasada por años de gobiernos peronistas clientelistas que no supieron, no quisieron o no pudieron cambiar las condiciones de vida de esos argentinos que sufren tanto en la marginalidad.
Son millones de compatriotas que no se pueden quedar en la casa porque no tienen casa.
Apenas una casilla de chapa. No se pueden lavar las manos porque no tienen agua corriente.
Es la deuda interna que tiene la democracia en general pero el populismo en particular.
Porque la provincia de Buenos Aires casi siempre fue gobernada por dirigentes del Partido Justicialista en cualquiera de sus variantes ideológicas.
Hay solamente dos excepciones.
En 1983, cuando el huracán alfonsinista puso a Alejandro Armendáriz en la gobernación.
Y en 2015, cuando el tsunami anti Cristina y anti Aníbal, llevó a ese cargo a María Eugenia Vidal. Y nada más.
En 37 años, hubo 29 de administraciones justicialistas.
Ellos son los responsables máximos de la calamidad cotidiana que sufre tanta gente durante tanto tiempo.
Por ahí pasaron Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Felipe Solá y Daniel Scioli.
Todos tienen su cuota parte de responsabilidad.
Algunos más y otro menos.
Pero la gobernación de Scioli fue la peor de la historia.
Esa, sí, que dejó tierra arrasada.
Los intendentes están sumamente preocupados por lo que se puede venir.
Algunos directamente están asustados.
Temen desbordes sociales, saqueos y no poder controlar algunos niveles de violencia colectiva.
Ojala no ocurra. Sería dramático para todos.
Pero hay que ser honestos intelectualmente y no colocar los problemas debajo de la alfombra.
Si ya ocurrió alguna vez, puede volver a ocurrir. Ese es el peor escenario.
El que hay que evitar con asistencia directa y contención.
No podemos permitir que otra vez descendamos a esos infiernos de la condición humana.
Estallan todo los lazos solidarios y se potencia el sálvese quien pueda. Es un camino sin retorno.
Asistencia y contención. Estas son las dos palabras claves de la emergencia económica que la pandemia puso en la vidriera del país.
Porque las carencias feroces siempre estuvieron.
Pero el coronavirus las puso en primer plano.
Es la bolsa o la vida, dicen los muchachos de Gregorio Laferrere, en el corazón de La Matanza.
Hablan de la bolsa de 10 kilos de mercadería que se está repartiendo.
Tiene fideos, polenta, lentejas, harina, aceite, salsa de tomate, leche, artículos de limpieza y un pack de agua mineral.
Se reparten un millón y medio de bolsones por mes.
Por eso hablan de la bolsa o la vida.
Aquí la mejor vacuna es la comida.
Hay que contener para que no se multiplique la desesperación.
La Matanza es claramente uno de los lugares más complicados.
Insólitamente, Verónica Magario, la vicegobernadora cristinista, tenía un plazo fijo de diez mil millones de pesos mientras en su distrito faltan cloacas, asfalto, cañerías, luz, gas y sus vecinos sufren la ausencia de todo tipo de necesidades básicas.
Ahora el intendente es Fernando Espinoza que ya estuvo antes.
En La Matanza siempre gobernó el peronismo.
Desde 1983 con Federico Russo, pasando por Héctor Cozzi, Francisco Di Leva, y Alberto Ballestrini.
Ahí hay calles, plazas, edificios, polideportivos, centros vecinales que se llaman Néstor Kirchner.
A esta altura no se sabe si es un homenaje o una acusación de responsabilidad.
Es que en lugar de combatir la pobreza, multiplicaron la pobreza.
No mejoraron la infraestructura en ningún aspecto y aprovecharon a punteros y piqueteros para utilizar a los pobres como carne de movilización y votos.
Eso es imperdonable y algún día tendrán que rendir cuentas.
Y la peor pandemia que sufren los honrados trabajadores y cuentapropistas, es la presencia tenebrosa y criminal de bandas de narcos.
Pero ahora es el momento de poner toda la energía en derrotar al virus, de que muera la menor cantidad de gente posible, de que no colapse el sistema de salud y de que la economía se mantenga vivita y coleando aunque esté en terapia intensiva, como todo el Conurbano.
Varios intendentes reclaman más dinero porque la recaudación se les cayó un 50%.
Incluso hablaron en voz baja de cuasi monedas.
¿Se acuerda de los patacones?
Encima, al principio el gobernador Kicillof obligó a los intendentes, muchos de ellos señores feudales que se hicieron millonarios en el cargo, a que compraran letras del tesoro provincial para poder financiarse.
Ahora todos quieren vender esos bonos.
Sería una catástrofe que volvieran aquellos papeles pintados.
Sería entrar en un pantano del que nos costaría mucho tiempo salir.
No podemos volver al 2001 donde, incluso, tuvimos que apelar al trueque.
Volvimos a la prehistoria. Y ese es el peligro. Y la violencia, por supuesto.
Como el miedo no es zonzo ni tiene ideología, la intendenta de Quilmes, la camporista Mayra Mendoza reclamó con urgencia que fuera el Ejército a salvarle la situación de bronca creciente.
Justo ella que tiene un tatuaje con la cara de Néstor en el hombro y que junto a sus compañeros se cansaron de ver un genocida en cada uniformado, tuvieron que rendirse ante la necesidad de que los camiones Unimog desembarcaran en su distrito.
En el estadio de Quilmes los soldados, vestidos con cascos y trajes camuflados de combate reparten los platos calientes que salen de sus cocinas de campaña.
El primer día fueron con armas. Era una imagen muy fuerte.
Después dejaron sus fusiles y ametralladoras para evitar que cualquier provocación termine en tragedia de cementerio.
Esos militares tan maltratados por los cristinistas hoy están también en La Matanza y en otros distritos.
Entregan viandas, guisos de lentejas, para que cada uno se lleve a su casa y con su presencia disuaden la posibilidad de que cualquier loquito, en forma espontánea o inducida, pretenda apropiarse de lo ajeno.
Pero ahora, cuando el Ejército aparece, los vecinos los aplauden como se hace con los médicos.
Ellos también se juegan la vida para proteger nuestra vida.
Los temores son muy grandes.
Mario Ishii, el intendente de José C. Paz les dijo a sus vecinos (sin información certera y tal vez como forma de asustarlos) que en ese distrito calculan entre 4 y 5 mil muertos.
No creo que sea tan grave. Pero es lo que dijo Ishii.
Si a esto le sumamos que muchos municipios para ahorrar gastos han bajado la frecuencia con la que pasan los recolectores de basura, estamos ante una tormenta perfecta.
Por eso los curas villeros pusieron el grito en el cielo para ver cómo se puede aislar y proteger a los adultos mayores.
Ellos son el principal grupo de riesgo y los que más expuestos están.
Me imagino como estarán esos curas ahora que vieron lo que pasó con los jubilados.
El Conurbano y la marginalidad son un país dentro del país.
Hay 1.200 barrios populares que antes se llamaban villas miserias.
Cuatrocientas mil familias viven en esas condiciones.
Por eso ahora hablan de aislamiento comunitario: “Quedate en tu barrio”.
Porque no se les puede pedir que se queden en su casa.
Ya murió la primera persona en La Matanza.
Tenía 41 años y no había viajado a ningún lado ni había tenido contacto con gente que haya viajado.
Es un caso autóctono como se decía antes o de circulación comunitaria como se dice ahora.
Alerta roja en toda la Argentina y en todo el mundo.
Pero hay que asistir y contener especialmente el Conurbano. Está en terapia intensiva.
Y a los adultos mayores que fueron maltratados en forma salvaje.
Por eso no me canso de enviar este mensaje a toda la gente de buena voluntad que quiera habitar el suelo patrio: hay que quedarse en la casa para resistir.
Así soportaremos los golpes y jamás nos rendiremos.
Erguidos frente a todo. Resistiremos al virus, para seguir viviendo.
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