El peronismo y
el crimen de Cristina
Esa pericia debe precisar ahora a qué hora de qué día murió.
Los peritos de la familia señalaron que murió en la noche del sábado 17 de enero; los peritos oficiales aseguraron que Nisman tropezó con el final de su vida en la tarde del domingo 18.
Si se estableciera que murió el sábado, la situación de Diego Lagomarsino quedaría extremadamente comprometida.
No sólo es el dueño del arma que mató al fiscal; sería también la persona que lo vio instantes antes de morir.
Las preguntas que se harían jueces y fiscales serían elementales: ¿fue él?, ¿en ese caso, quién lo mandó?
En lugar de someterse quietamente a las primarias del peronismo, prefirió convertirlo a Randazzo en un héroe del anticristinismo.
Se puede hacer una descripción psicológica (o psiquiátrica) de la ex presidenta, pero es mejor analizarla con el vademécum de la política.
Ha perdido los reflejos políticos. Y los perdió hace mucho tiempo.
La silenciosa aceptación de una interna con Randazzo le habría dado un triunfo arrollador sobre su ex ministro.
Eligió perseguirlo y proscribirlo a Randazzo con la misma torpeza política con que seleccionó a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de Daniel Scioli y a Aníbal Fernández como candidato a gobernador bonaerense. Así le fue.
Una elección interna no pone en duda la unidad de un partido en ningún lugar del mundo.
El cristinismo ha roto con el peronismo en casi todos los distritos.
En Córdoba, en Capital, en Santa Fe y en Mendoza.
Acaba de hacerlo en Corrientes, en Chaco y en La Rioja.
La unidad sólo es necesaria en la provincia de Buenos Aires porque ahí está ella. Sólo por eso.
La arbitrariedad llegó al extremo de comparar a Randazzo con Martín Lousteau, a quien Cambiemos le negó una interna en la Capital.
Hay una diferencia fundamental: Randazzo fue siempre peronista y hasta estuvo al lado de Cristina cuando ésta fue candidata a senadora bonaerense en 2005.
Nunca Lousteau anduvo por las cercanías de Cambiemos; en 2015 acompañó la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer, no la de Mauricio Macri.
Aún ahora sigue estando más cerca de Stolbizer que de Macri.
La primera vez fue en 2009 cuando Cristina, entonces presidenta, le ordenó que formara parte de las candidaturas testimoniales bonaerenses que acompañaron a Néstor Kirchner.
Habían aceptado Scioli y Sergio Massa, pero Randazzo rechazó la idea.
Más tarde, en 2015, Cristina lo bajó de la candidatura presidencial sin siquiera avisarle, aunque ella había espoleado esa candidatura de su entonces ministro.
Randazzo se enteró cuando miraba televisión mientras corría en una cinta.
Al día siguiente, le llevó a Cristina su renuncia como ministro.
Cristina estalló en una crisis de llanto.
Se encerró en la autocompasión; dijo entre lágrimas que era una mujer sola, abandonada por todos, sin el consuelo de nadie.
Randazzo aceptó retirar su renuncia.
Cristina le pidió que fuera candidato a gobernador bonaerense.
Randazzo le dijo que no por segunda vez, porque su proyecto era presidencial o no era nada.
La tercera vez es la de estos días: o Randazzo se somete a una lista con ella o debe quedarse afuera.
Randazzo le contestó que no, porque quería competir frente a ella, no con ella.
Los caminos que explora para burlar la ley de primarias abiertas y obligatorias son groseros.
Una coalición de partidos pequeños, desde Quebracho (que ya expresó su apoyo a Cristina) hasta la organización Miles de Luis D'Elía (también imputado por la denuncia de Nisman) podría dejar afuera al PJ.
Randazzo, que se presentará en el PJ, se quedaría con el dinero del partido y con la campaña publicitaria gratuita del Estado.
¿Qué ganaría Cristina con semejantes compañías y con tantas carencias?
Otra alternativa es sumarlo al PJ a esa coalición y expulsarlo como candidato a Randazzo por los votos de partidos insignificantes.
Es imposible explicar por qué Cristina cree que Quebracho, D'Elía, Amado Boudou o Hebe de Bonafini la ayudan en una elección popular.
O ella se quedó sin sensibilidad política o nunca la tuvo y fue Néstor Kirchner, vivo o muerto, el arquitecto de todas las victorias electorales de los Kirchner.
Pasa lo mismo en el Senado con la excepción de una porción muy minoritaria de senadores cristinistas.
Al acto de Randazzo, anteayer, asistieron 43 gremios nacionales, entre los que estaban algunos tan poderosos como los metalúrgicos, los mecánicos, los bancarios, los petroleros, la sanidad y luz y fuerza.
La imagen gris y lejana de Randazzo se iba transformando en la de un semidiós.
La autora de esa obra de metamorfosis se llama Cristina Kirchner.
¿Pruebas? Una reciente encuesta nacional de D'Alessio/Berensztein dio cuenta de que el 55% de los consultados respondió que sería una decisión desacertada que Cristina se presente como candidata a senadora.
¿Quién entonces podría disputarle el terreno en su mismo espacio?, repreguntaron.
El 84% respondió que es Randazzo el que puede hacer eso.
Un resultado imposible (e inverosímil) hace apenas un mes.
No se trata sólo de la conveniencia electoral del peronismo nacional, que también existe, sino de algo más profundo.
Hay en la versión clásica del justicialismo un desacuerdo de fondo con los postulados ideológicos de Cristina.
Ese peronismo ortodoxo está convencido de que es Zannini, desde la muerte de Néstor Kirchner, quien alimenta el caudal intelectual de Cristina.
El peronismo, advierten, no puede morir por lo que dice Zannini.
El problema que tienen es que es Cristina la que quiere cometer ese crimen.
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