Fiscalía de Estado – con motivo de una expropiación – requirió al intendente de Lavalle documentación probatoria de la existencia de la comunidad huarpe.
El intendente niega tener esa prueba, sólo conoce varias cooperativas que dicen ser el pueblo huarpe.
Un fiscal en lo criminal lo acusó por retacear información. Pero pareciera cierto lo que dice el intendente: la documentación requerida no existe.
El ambicioso propósito de expropiar casi todo Lavalle y parte de Santa Rosa, para poner esas tierras a nombre de la comunidad originaria de los departamentos aludidos, persigue hacer justicia quinientos años después del despojo.
Al noble intento le pesan lastres, estorbándolo hasta el anclaje:
La expropiación perjudicaría hasta los descendientes de huarpes que sean propietarios debidamente inscriptos; aunque no fueran mayoría, resultaría injusto que los más adaptados pierdan su dominio.
¿Alguien les preguntó si desean dejar de ser propietarios individuales para ser comunitarios?, ¿Sabrán que sus hijos no heredarán su propiedad actual?.
La ascendencia indígena no es fácil determinarla; aún vislunbrándola en pocos casos por características físicas y algún apellido indígena.
Las muchas cooperativas que representarían la etnia, difícilmente unificaran personería, lo que deja predecir una posesión conflictiva del territorio puesto a su nombre.
Cabe preguntarse: si los huarpes no tenían escritura, y sabemos que su lengua desapareció hace 200 años, ¿existe todavía la etnia huarpe? ¿Cómo individualizar su tradición oral?.
Los elementos que recoja quien pretenda ser huarpe únicamente serán aplicables parcialmente a los habitantes de Lavalle, que, con huarpes y todo, son muy pocos.
Lo resultado como “Cultura Huarpe” está “infiltrado y contaminado” de sincretismo; mezcla de leyenda, mitos vagamente indigenistas, con una tradición religiosa enredadamente entramada de sanadores, talismanes, chamanes junto a un catolicismo rudimentario.
Sin llegar al eclecticismo, contiene elementos religiosos indiferenciados y heterogéneos.
Un verdadero sincretismo.
Umberto Eco advirtió en “Cinco escritos morales”: “Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad”.
Es un delito diluido por prescripción.
Muy coherentemente, el retorno temporal requiere más premura.
En cinco siglos se perdieron y adquirieron derechos definitivamente inapelables.
Como la prescripción es el modo de adquisición o pérdida de un derecho por el transcurso del tiempo, para bien y para mal no hay nada que re-establecer.
Aún aceptando culpas y responsabilidades por la supresión de vidas y tradiciones del pueblo huarpe, hoy los autoreferenciados miembros de esa comunidad étnica deben reconocer que también resultan ser representantes de la cultura universal.
Por ultimo, reivindicar el relativismo cultural sin sustento fáctico y por fuera del sistema jurídico vigente en la República Argentina, pese a lo que mande la Constitución es también una incongruencia histórica y sociológica.
Peor todavía, constituye la adhesión intelectual a un romanticismo extremo, que conduce al irracionalismo.
El irracionalismo fue – y es – la semilla de la fragmentación, de la discriminación, y la germinación de la larva de los fascismos.
Sobrevalorar con fruición la llamada “identidad cultural de los pueblos”, conlleva la sobreestimación de la diversidad, como cualidad valiosa en sí.
Por otro lado subestima el carácter monogenético de la especie humana.
Hoy ya todos (hasta los que adhieren a la hipótesis poligenética de la humanidad) reconocen su convergencia; nadie niega que todos las razas integran una misma especie.
EL PARTICULARISMO ANTIUNIVERSALISTA
La ofensiva contra la modernidad de algunos científicos, exalta la idea del “buen salvaje” lanzada por Roseau.
Aunque no adoptemos el dogma del estigma del pecado original, todos sabemos que el hombre no es bueno, cuanto menos, no por ser salvaje.
Tampoco idealizo el progreso, pero convéngase en las ventajas culturales de la sociedad moderna e infinidad de conveniencias, algunas saludables como los antibióticos y vacunas, otras primordiales como la preeminencia de los derechos individuales, o reconfortantes como la tecnología en comunicaciones; gangas que una “comunidad indígena”, como tal, desconocería.
Quienes elogian las particulares identidades culturales recuerden que algunas etnias supervivientes hoy persisten en la ablación del clítoris, el asesinato ritual de los viejos, etc.
Hegel, aunque acusado de precursor del nacionalismo, en “Principio de Filosofía del Derecho”, decía que los dioses particulares y es espíritu de cada pueblo, estaban limitados por su particularidad.
Que finalmente serían sometidos al juicio universal, al espíritu del mundo, a la historia universal constituida en tribunal supremo.
Lo mismo, entre los pensadores hay una corriente anticientífica que simpatiza con el retorno a los orígenes como fuente de beneficios.
Con la excusa de aferrarse al “espíritu de los pueblos”, con sus especialidades étnicas y culturales, prefiguran un particularismo universalista; su consecuencia fueron las mayores aberraciones históricas: el pangermanismo, el eslavismo, el sionismo, etc. ¡Y todavía insisten!.
Juan José Sebreli en “El Asedio a la Modernidad” apunta que Splenger y Toynbee adhirieron a un concepto relativista de la comunicabilidad de las culturas, y así abonaron los senderos del racismo.
En el Octavo Congreso del Partido Nazi, Hitler sostuvo la incomunicabilidad de las culturas: “Ningún ser humano puede tener relaciones íntimas con una realización cultural si no emana de los elementos de su propio origen”.
Creer necesario preservar de contaminación una cultura propia de una etnia pura es ponerse junto a los racistas como Gobineau y Hitler.
Preferir que la comunidad continúe invocando la lluvia ritualmente, a implementar una cultura del trabajo organizado y tecnológico, es un ideal reaccionario.
La antropología tiene una deuda ya que colaboró para estos proyectos en su pecado original: atribuye a las culturas e idiosincrasias de cada pueblo categorías inefables, olvidándose de los méritos de la cultura universal y de los más básico: la mera alfabetización.
Cuesta coincidir con los particularismos antiuniversalistas.
JORGE MANZITTI, ABOGADO
“LOS ANDES”, 19.05.2008
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