CORONAVIRUS…
UN PRIMER BALANCE
Yuval Noah Harari: qué aprendimos en un año de pandemia
En cuestión de meses se identificó al coronavirus y se encontraron vacunas eficaces pero la política no estuvo a la altura de la ciencia.
Y eso pone en riesgo el porvenir inmediato: “En tanto el virus se siga diseminando, ningún país puede sentirse seguro de verdad”, escribió el autor de “Sapiens”
27 de Febrero de 2021
“El ‘nacionalismo de la vacuna’ crea una nueva clase de desigualdad global entre los países que pueden vacunar a su población y los que no”, sintetizó Harari uno de los peligros del futuro inminente: que allí donde no llegue la vacuna el virus mute y todo comience otra vez. (Nicolás Stulberg)
Si la pandemia de COVID-19 no mengua en 2021 y continúa matando a millones, no será porque en la eterna guerra entre los patógenos y la humanidad triunfe la naturaleza irrefrenable: “Será un fracaso humano y, más precisamente, un fracaso político”, advirtió Yuval Noah Harari, el historiador y filósofo israelí, autor de Sapiens: De animales a dioses.
A un año de la crisis del coronavirus evaluó que, dado que hoy existen “el conocimiento y las herramientas necesarias para prevenir que un nuevo patógeno se disperse y cree una pandemia”, si se siguen perdiendo vidas y destruyendo economías, o si el SARS-CoV-2 se convierte en el comienzo de una ola de nuevas epidemias, sería solo una muestra del despeñadero político.
Porque la ciencia está, a diferencia de lo que sucedió en la peste negra e incluso en la gripe de 1918.
Y hoy los humanos tienen incluso un mundo virtual donde refugiarse del patógeno.
Si algo falla, entonces, no habrá otra responsable que la propia humanidad.
En un artículo para el Financial Times, el best seller de Homo Deus: Breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo XXI resumió, desde una perspectiva histórica amplia, el primer año del COVID-19, y observó una diferencia enorme en comparación con el pasado: “2020 mostró que la humanidad está lejos de ser indefensa. Las epidemias ya no son fuerzas incontrolables de la naturaleza. La ciencia las ha convertido en un desafío manejable”.
Entonces, ¿por qué más de 2,5 millones de muertos en el mundo?
¿Por qué economías enteras colapsadas y hasta países cerrados?
Si 2020 mostró que las epidemias son un desafío manejable, ¿por qué hay más de 2,5 millones de muertos en el mundo?", se preguntó el filósofo e historiador. (REUTERS / Victor Medina)
“Por malas decisiones políticas”, escribió, sin ambages, Harari.
Durante la primera ola de la peste negra, cuando murió la tercera parte de la población de Inglaterra, nadie pensó que Eduardo III debía haberlo impedido, porque los humanos no tenían idea de qué causaba la enfermedad, ni cómo se la podía detener.
Era una calamidad natural, acaso la ira de dios, pero ciertamente no estaba en las manos de un monarca.
Durante la gripe de 1918, aun con los avances de la ciencia, las mentes más brillantes del mundo no pudieron identificar al virus, y por lo tanto muchas de las medidas que se tomaron no sirvieron y no hubo manera de encontrar una vacuna, pues se la buscaba a tientas.
Esta vez, en cambio, la experiencia fue radicalmente distinta.
“Las primeras alarmas sobre una potencial epidemia nueva comenzaron a sonar a finales de diciembre de 2019. El 10 de enero de 2020 los científicos no sólo habían aislado al virus responsable sino que habían hecho la secuencia de su genoma y habían publicado la información en línea”, recordó Harari la cronología del SARS-CoV-2.
“En unos pocos meses se volvió claro qué medidas podrían demorar y detener las cadenas de infección. En menos de un año había producción masiva de varias vacunas efectivas. En la guerra entre los humanos y los patógenos, nunca los humanos habían sido tan poderosos”.
2020 no fue un desastre: todo esto salió bien
Más allá de la biotecnología, muchos otros progresos permitieron que las sociedades no colapsaran como en un apocalipsis o cayeran en la hambruna.
En primer plano, destacó Harari, están las tecnologías de la información.
En 1918 se podía poner en cuarentena a todos los que mostraban síntomas, pero no se podía rastrear a los presintomáticos ni a los asintomáticos, lo cual contribuyó a socavar el éxito del aislamiento, y la gripe siguió progresando.
“Al contrario, en 2020 la vigilancia digital facilitó mucho el seguimiento y la localización de los vectores de la enfermedad, con lo que la cuarentena pudo ser más selectiva y eficaz”, argumentó.
A diferencia de 1918, en 2020 se rastreó a los infectados con y sin síntomas, con lo cual en muchos lugares la cuarentena pudo ser más selectiva y eficaz. (REUTERS/Clodagh Kilcoyne)
Lo más importante del aporte tecnológico fue que internet permitió —al menos en los países desarrollados— un confinamiento prolongado sin que colapsaran ni el mundo material ni el virtual.
Si durante milenios la producción agrícola dependió de las manos humanas, hoy sólo el 1,5% de la población de Estados Unidos trabaja en el campo, comparó Harari.
Con eso se alimenta a los 331 millones de habitantes y también se exporta comida.
La razón es tecnológica: “Casi toda la labor agrícola está hecha por máquinas, que son inmunes a las enfermedades. Por ende el confinamiento tuvo sólo un pequeño impacto en la agricultura”.
Algo similar sucede con el transporte, tanto de alimentos como de otros bienes.
Si la peste negra pasó por la ruta de la seda desde Asia a Medio Oriente, y de ahí en barcos a Europa, fue por la necesidad de mano de obra humana en esos procesos.
En cambio, el comercio mundial en 2020 funcionó más o menos tersamente porque pocos hombres trabajan en él.
¿Hubo crisis del papel higiénico en los Estados Unidos?
La gente compró entonces en línea y sus rollos llegaron en cajas con formularios postales de China, producidos, empacados y transportados por máquinas.
En el siglo XVI la entera flota mercante de Inglaterra podía transportar 68.000 toneladas de bienes con 16.000 tripulantes.
Hoy un solo barco de Hong Kong puede llevar casi 200.000 toneladas con un equipo de 22 personas.
La única industria de transporte que colapsó fue la que se ocupa del movimiento de humanos: la aviación comercial y el turismo.
El volumen de comercio marítimo global perdió sólo un 4%, ilustró Harari.
En 2020 el comercio mundial funcionó casi sin problemas porque pocos hombres trabajan en él: el volumen de transporte marítimo global perdió sólo un 4 por ciento. (EFE/Focke Strangmann)
Acaso un abogado se presentó con un filtro de gatito a una video audiencia ante los tribunales: hubo inconvenientes como ese, reconoció el pensador.
Pero la justicia se siguió administrando.
La humanidad se retiró al mundo virtual, porque el mundo material era inhabitable hasta el control del virus letal, y mucho de la vida continuó de manera digital.
E internet no colapsó, a diferencia de lo que hubiera sucedido si de pronto el tránsito sobre un puente físico se multiplicara monstruosamente.
En la trinchera quedaron médicos y enfermeros, trabajadores esenciales del comercio minorista y de la seguridad, y los repartidores que se convirtieron en “la delgada línea roja que mantuvo viva la civilización”, como los calificó Harari.
¿Por qué las políticas públicas resultaron tan ineficaces?
Con todo, el año del COVID-19 expuso una limitación del poder científico y tecnológico: ninguno tiene el alcance para reemplazar a la política.
“A la hora de decidir una política pública, tenemos que tomar en cuenta muchos intereses y valores, y dado que no hay una manera científica de determinar cuáles intereses y valores son más importantes, no hay una manera científica de decidir qué deberíamos hacer”, planteó el artículo.
“Por ejemplo, al decidir si se impone un confinamiento no alcanza con preguntar: ‘¿Cuánta gente se enfermará de COVID-19 si no imponemos el confinamiento?’. También deberíamos preguntar: ‘¿Cuánta gente sufrirá depresión si imponemos el confinamiento? ¿Cuánta gente recibirá una mala nutrición? ¿Cuántos se quedarán sin escuela o perderán sus trabajos? ¿Cuántos serán golpeados o asesinados por sus parejas?’”.
Lo más importante del aporte tecnológico fue que internet permitió —destacó Harari— un confinamiento prolongado sin que colapsaran ni el mundo material ni el virtual, al menos en los países desarrollados.
Haber contado con las herramientas científicas para enfrentar el coronavirus fue solo una parte de la ecuación, porque las medidas como el distanciamiento social generaron un alto costo económico y emocional.
Eso fue un peso accesorio a la carga que la pandemia puso sobre los hombros de los dirigentes mundiales.
“Lamentablemente, demasiados políticos no han estado a la altura de esta responsabilidad”, evaluó Harari.
“Por ejemplo, los presidentes populistas de los Estados Unidos y de Brasil minimizaron el peligro, se negaron a hacer caso a los expertos y en cambio impulsaron teorías conspirativas”, ilustró.
“No crearon un plan de acción federal sensato y sabotearon los intentos por detener la pandemia de las autoridades de los estados y los municipios. La negligencia y la irresponsabilidad de los gobiernos de [Donald] Trump y [Jair] Bolsonaro han provocado cientos de miles de muertes evitables”.
La principal diferencia entre el éxito científico y el fracaso político que señaló el autor de Sapiens es la cooperación.
Mientras que los científicos del mundo compartieron información libremente y trabajaron juntos en beneficio de la investigación en general, “los políticos no consiguieron crear una alianza internacional contra el virus y acordar un plan global”.
Así, los primeros meses de 2020 se parecieron a “mirar un accidente en cámara lenta”: la ola de contagios y muertes avanzó desde Asia hasta Europa y luego a América, sin que una coordinación global de liderazgos impidiera que la catástrofe se tragara al mundo.
"La negligencia y la irresponsabilidad de los gobiernos de Trump y Bolsonaro han provocado cientos de miles de muertes evitables”, opinó Yuval Noah Harari. (FÁBIO VIEIRA/FOTORUA / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO)
“Las dos potencias principales, Estados Unidos y China, se acusaron mutuamente de ocultar información vital, diseminar desinformación y teorías conspirativas e incluso de haber diseminado el virus deliberadamente”, recordó.
La batalla simbólica dejó bajas en campos materiales tan sensibles como el equipamiento médico: “No se hicieron esfuerzos serios para reunir todos los recursos disponibles, optimizar la producción global y asegurar una distribución equitativa de los suministros”.
En particular, se detuvo Harari, “el ‘nacionalismo de la vacuna’ crea una nueva clase de desigualdad global entre los países que pueden vacunar a su población y los que no”.
Eso representa un destilado del error político, porque revela que los dirigentes globales no comprenden un hecho elemental de la pandemia: “En tanto el virus se siga diseminando en cualquier lugar, ningún país puede sentirse seguro de verdad. Supongamos que Israel o el Reino Unido tienen éxito y erradican el virus dentro de sus fronteras, pero el virus se sigue expandiendo entre cientos de millones de personas en la India, Brasil o Sudáfrica. Una nueva mutación de algún remoto pueblo brasileño podría volver ineficaz la vacuna, y ocasionar una nueva ola de infecciones”.
El peligro de una dictadura digital
A pesar del papel positivo que las tecnologías de la información han jugado durante la pandemia, tienen también un lado B.
“La digitalización y la vigilancia ponen en peligro nuestra privacidad y allanan el camino para el surgimiento de regímenes totalitarios sin precedentes”, advirtió el pensador israelí.
“En 2020 la vigilancia masiva se ha vuelto a la vez más legitimada y más común. Combatir la epidemia es importante, pero ¿amerita la destrucción de nuestra libertad en el proceso? Corresponde a los políticos, más que a los ingenieros, hallar el equilibrio adecuado entre la vigilancia útil y las pesadillas distópicas”.
“La digitalización y la vigilancia ponen en peligro nuestra privacidad y allanan el camino para el surgimiento de regímenes totalitarios sin precedentes”, subrayó Harari como contrapartida del gran papel de la tecnología en la pandemia. (REUTERS/Yiannis Kourtoglou)
Propuso algunas reglas básicas que, aun en tiempos de plaga, son eficaces para proteger a los individuos de lo que llamó “dictaduras digitales”.
La primera: los datos personales que se puedan recabar, en particular sobre lo que sucede dentro del cuerpo de alguien, se deberían usar para ayudar a esa persona y no para manipularla, controlarla o hacerle daño.
“Mi médico personal conoce muchas cosas en extremo privadas sobre mí. No tengo inconvenientes con que así sea porque confío en que él use esta información en mi beneficio”, dio como ejemplo Harari.
“Mi médico no debería vender estos datos a ninguna corporación o partido político. Lo mismo debería suceder con cualquier clase de ‘autoridad de vigilancia de la pandemia’ que pudiéramos establecer”.
La segunda regla básica es que siempre la vigilancia debería ser de doble vía.
“Si la vigilancia solo va desde arriba hacia abajo, es el mejor camino hacia la dictadura. Así que cuando se incrementa la vigilancia de los individuos simultáneamente se debería incrementar la vigilancia del gobierno y las grandes corporaciones”, argumentó.
“Si el gobierno dice que es demasiado complicado establecer un modelo de monitoreo semejante en plena pandemia, no le creas. Si no es muy complicado comenzar a monitorear lo que tú haces, no es demasiado complicado comenzar a monitorear lo que hace el gobierno”.
Eso incluye, dio como ejemplo, la necesidad de transparencia en la distribución de fondos públicos para paliar la crisis.
Nunca hay que permitir la concentración de demasiados datos en un solo lugar, continuó.
“Ni durante la pandemia ni cuando termine”, subrayó.
“Un monopolio de datos es la fórmula para una dictadura. Si recolectamos datos biométricos de la gente para detener la pandemia, esto se debería hacer mediante una autoridad sanitaria independiente, no mediante la policía. Y los datos que se obtengan se deberían mantener separados de otros silos de información de los ministerios gubernamentales y las grandes corporaciones”.
La vigilancia debe ser de doble vía, propuso Harari: “Un monopolio de datos es la fórmula para una dictadura".
Harari se adelantó a las críticas: eso podría generar redundancias e ineficacia, reconoció.
Pero mantener un poco de ineficacia le pareció un precio razonable a pagar para impedir el ascenso de una dictadura digital.
Las tres lecciones que dejó un año de pandemia
Así como todavía se habla de la gripe de 1918, y se la estudia como pandemia, el caso del COVID-19 va a reverberar en las conversaciones y la investigación de los años por venir.
Pero aun tan temprano, con el coronavirus aun (sic)rampante, y más allá de las diferencias en las perspectivas políticas, la experiencia de 2020 ha dejado ya tres lecciones de importancia, concluyó el artículo del pensador detrás de Sapiens.
“Primero, debemos salvaguardar nuestra infraestructura digital”, afirmó.
“Ha sido nuestra salvación durante esta pandemia, pero pronto podría ser la fuente de un desastre aun peor”.
¿Cómo sería eso posible?
En su opinión, cuando se hacen estimaciones para prever o prepararse para la pandemia que siga, habría que pensar en un ataque a la red tecnológica global, porque es “la principal candidata” a ser “el próximo COVID-19″.
La informatización permitió que la humanidad resistiera en distintos planeos al ataque material del SARS-CoV-2, pero “también nos volvió más vulnerables al malware y la ciber guerra”, explicó.
“Al coronavirus le llevó varios meses diseminarse por el mundo e infectar a millones de personas. Nuestra infraestructura digital podría colapsar en un solo día”.
En segundo lugar —continuó— “cada país debería invertir más en su sistema de salud pública”.
Puede parecer una verdad de perogrullo, reconoció, “pero los políticos y los votantes a veces logran ignorar las lecciones más obvias”.
Una de las lecciones que dejó el COVID-19 es que los países deberían invertir más en su sistema de salud pública, algo que, por más que suene obvio, no siempre se recuerda. (REUTERS/Giorgos Moutafis)
Por último, sería conveniente establecer “un poderoso sistema global para monitorear y prevenir las pandemias”, agregó.
“En la guerra inmemorial entre los humanos y los patógenos, el frente recorre el cuerpo de todos y cada uno de los seres humanos. Si esta línea se traspasa en cualquier lugar del planeta, nos pone a todos en peligro”.
De ahí que “aun la gente más rica en los países más desarrollados tiene un interés personal en proteger a la gente más pobre en los países menos desarrollados. Si un nuevo virus pasa de un murciélago a un humano en un villorrio pobre de una selva remota, en poso (sic) días ese virus se puede dar una vuelta por Wall Street”.
La estructura desnuda de un sistema anti plaga como ese existe, conformada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y varias otras instituciones sanitarias globales.
Pero sus recursos económicos son comparables a su impacto político: más que escasos.
”Tenemos que darle a este sistema algo de peso político y mucho más dinero, de manera tal que no dependa completamente de los caprichos de dirigentes autocomplacientes”, aludió a varios casos que se evidenciaron en 2020.
No les corresponde a ellos, porque son expertos y no autoridades elegidas por el voto popular, tomar decisiones sobre políticas de salud.
“Eso debería seguir siendo prerrogativa de los políticos”, concluyó.
“Pero alguna clase de autoridad sanitaria global independientes sería la plataforma ideal para recopilar información médica, monitorear riesgos potenciales, hacer advertencias y dirigir la investigación y el desarrollo”.
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