LA ALTERNATIVA FEROZ
12 de julio de 2019
La apología K
del crimen
La ex presidenta
Cristina Kirchner no salió al cruce de los kirchneristas que reivindican la
profesión de “chorro”.
Escribe James Neilson.
Cristina Kirchner, por Pablo Temes.
En Francia, el presidenteEmmanuel Macron depende de los votos de quienes no lo quieren
pero creen que es mucho mejor que su rival principal, la nacionalista Marine Le
Pen.
En el Reino Unido, los conservadores dicen que son los únicos
capaces de impedir que el país caiga en manos de Jeremy Corbyn, un admirador de
Hugo Chávez y Fidel Castro.
Y aquí, el oficialismo entiende que le
conviene más hablar menos de sus propios méritos y más, mucho más, de lo
terrible que sería permitir que Cristina Kirchner y su tropa volvieran al
poder.
Hasta ahora, los encargados de la operación miedo oficialista se han
concentrado en advertirnos que el eventual regreso de los kirchneristas
tendría consecuencias económicas catastróficas, ya que no tardarían en
cometer locuras, pero puede que la nueva estrella del firmamento
macrista, Miguel Ángel Pichetto, los induzca a prestar más atención
a riesgos que a su juicio son decididamente mayores.
Según el rionegrino,
el proyecto kirchnerista es tan autoritario que un régimen comprometido con sus
planteos haría de la Argentina una dictadura plebiscitada.
Puede que Pichetto
se haya quedado corto.
Los autoritarios suelen ser amigos del orden, razón por
la que en momentos difíciles muchos les brindan su apoyo, pero en el
universo K abundan ultras que, a juzgar por lo que dicen, preferirían el caos.
Será
por tal motivo que los menos inhibidos están ocupados elaborando una ideología
presuntamente revolucionaria en que delincuentes desalmados tendrían un papel
protagónico.
Al hablar de lo que sucedió cuando la economía del país se desplomó en
2002 y era un joven bien que vio como “la Argentina sumergida se vino
encima”, el activista K Juan Grabois confesó: “Si me hubiese tocado salir a juntar cartones,
estaría choreando de caño”, a diferencia de los pibes que “frente a la
exclusión, frente a la desigualdad, heroicamente decidieron salir a revolver la
basura de la clase media para ganarse el pan con dignidad. Eso es
heroico y es la reserva moral de nuestra patria”.
Lo reconozca o no
Grabois, tal actitud es típica del intelectual burgués un tanto paternalista al
que le cuesta entender la falta de militancia de “sumergidos” que no creen en
revoluciones u otras soluciones mágicas sino en ciertos valores.
Saben
que quienes por lo común están al otro lado del “caño” son tan pobres como
ellos mismos.
No se les ocurriría tomar al dueño de un par de zapatillas
baratas por un enemigo de clase que merece morir.
Dady Brieva, un actor que aspira a ser el
vocero principal de la rama lumpen del kirchnerismo, fue más frontal que
Grabois; sin aludir al heroísmo de quienes se niegan a violar la ley aun
cuando se encuentren en una situación límite, afirma respetar el oficio del
chorro.
Coincidirá Guillermo Moreno.
Dice: “Si algún muchacho quiere vivir
de lo ajeno, vive de lo ajeno, pero con códigos. No me robes una billetera y me
dejes la señora tirada con fractura de cadera, tiene 60 años y cuando se
recupera tiene 85”.
A su modo, tales
pensadores son discípulos del destacado jurista Eugenio Raúl Zaffaroni, el
defensor más influyente del “garantismo” que según sus muchos detractores
favorece a los delincuentes en desmedro de sus víctimas, pero por su
forma de expresarse podrían ser denunciados por apología del crimen, un delito
que, según el código penal, será reprimido con prisión de dos a seis años,
si bien en los casos citados sería probable que a lo sumo recibieran una
amonestación leve.
Sea como fuere,
desde hace siglos la idea de que en última instancia la sociedad tiene la culpa
de todo lo malo y que por lo tanto hay que desmantelarla para después construir
otra mejor sobre los escombros de la de antes ha fascinado a ciertos
intelectuales que no han vacilado en tratar a los criminales, y los enfermos
mentales, como rebeldes contra el maligno orden burgués, cuando no del
salvajismo capitalista al que tanto odia el Papa.
Tal actitud influyó de manera
perversa en la legislación de países comunistas en que las autoridades, bajo el
pretexto de que en el territorio que gobernaban tales rebeldes estaban
contaminados por el capitalismo ya que no tenían motivos para quejarse, pronto
llegaron a la conclusión de que quienes se negaban a someterse a sus leyes
merecían ser reprimidos con severidad aleccionadora.
Las declaraciones
del papista K Grabois, el exsecretario de comercio Moreno y el inefable Dady,
no han sido repudiadas públicamente por Cristina o Alberto Fernández.
Aunque por
estar en campaña, ellos mismos han sido más cautos, no podrán sino suponer que
caen bien en sectores marginados en que, según la lógica de los inspiradores
del célebre “vatayón militante”, el deseo de vengarse será tan fuerte como lo
es en partes de la comunidad negra de Estados Unidos.
Es que los
kirchneristas siempre se han sentido tentados a aprovechar el temor de la clase
medía relativamente acomodada a la violencia de los villeros, de ahí la
solidaridad con las organizaciones piqueteras que desde su punto de vista le
resultaban funcionales.
Los más fanatizados
dicen creer que Macri está librando una guerra contra los pobres, una guerra
que ha disfrazado de una lucha contra el delito.
Para quienes piensan
así, el que el gobierno “de los ricos” haya repartido más beneficios sociales
que cualquier otro de la historia del país no significa nada.
Conforme
con la ideología que han fraguado, a lo sumo será cuestión de una vil maniobra
propagandística.
De más está decir
que la voluntad K de tratar bien a los delincuentes está vinculada con
los problemas judiciales de su jefa, Cristina, que los obliga a interpretar en
términos políticos los esfuerzos por castigar a los corruptos más notorios.
Para
minimizar la gravedad de los cargos en su contra, tiene forzosamente que dar a
entender que la ley misma está al servicio del mal y que por lo tanto sería
mejor abolirla o, cuando menos, reemplazarla por algo más popular.
Asimismo, puesto
que la evidencia en contra de la expresidenta es tan abrumadora, les es
necesario convencerse de que, pensándolo bien, tenía pleno derecho a apropiarse
de una tajada del dinero disponible porque era buena y la usaba para “hacer
política” como hacían los “pibes de la revolución” montoneros con la plata
proveniente de secuestros y extorsiones.
Al fin y al cabo, el robo
tiene un lugar respetado en los anales revolucionarios; Josef Stalin empezó su
carrera como ladrón de bancos.
Uno podía argüir
que, a diferencia de los demás, quienes reivindican el crimen son sinceros, ya
que es de suponer que en circunstancias determinadas muchas personas que son
habitualmente honestas estarían dispuestas a violar la ley, aunque sólo fuera
de manera no violenta.
En una época en que se valora tanto “la
autenticidad” y la hipocresía es considerada despreciable, la franqueza con la
que se expresan tendría sus defensores, pero ello no quiere decir que sea
buena.
Sucede que, sin una dosis de hipocresía, la vida civilizada
sería imposible; una sociedad en que todos hablaran como el otro yo del Dr
Merengue, diciendo lo que realmente piensan en vez de conformarse con las
banalidades amigables que la mayoría suele intercambiar, sería con toda
seguridad un infierno.
Son muchos los
intelectuales progresistas que ven en el delito una variante rudimentaria del
terrorismo político para entonces atribuirlo a la extrema pobreza.
Si
estuvieran en lo cierto, no habría paz en ningún rincón de la tierra.
Por
fortuna, no lo están; con escasas excepciones que son repudiadas por sus
vecinos y hasta por sus familiares, los pobres son tan honestos como los
que ya tienen cuanto necesitan.
Tratarlos como delincuentes en potencia –con
aprobación o con desprecio, da igual–, no sólo es muy injusto sino también contribuye
a ampliar las grietas sociales existentes.
Reivindicar a los
“chorros” es peligroso porque, al difundir un clima de miedo, puede provocar la
reacción de quienes temen que el país esté por entrar en otro período
convulsivo.
Además de los deseosos de “vivir de lo ajeno”, hay quienes están
resueltos a defender lo propio por los medios que fueran.
Mientras que entre
los politizados hay personajes con ideas acerca de la criminalidad que podrían
calificarse de románticas, también los hay que, sin animarse a decirlo
abiertamente, son partidarios de la ley de Lynch o de justicia por mano propia.
De difundirse la sensación de que en el futuro próximo el país podría tener un
gobierno proclive a simpatizar con los delincuentes so pretexto de que son
víctimas de una sociedad malévola, sorprenderían que no se formaran grupos de
autodefensa decididas a hacerles frente.
Hace poco más de
medio siglo, la convicción generalizada de que la violencia política, de un
signo u otro más o menos izquierdista, podría justificarse, produjo una
multitud de bandas terroristas, lo que, a su vez, estimuló la creación por Juan
Domingo Perón y José López Rega de la Triple-A.
Todos sabemos lo que
vino después.
Durante largos años, la mayoría o, por lo menos, una minoría
sustancial de la población, se resignó a ser gobernada por una dictadura
militar brutal por entender que la alternativa podría ser mucho peor.
La
violencia politizada es una enfermedad contagiosa que, portada por palabras a
primera vista meramente provocadoras, tiene que ser enfrentada lo antes
posible; caso contrario, podría propagarse con gran rapidez.
Fuente
“NOTICIAS”, 12.07.2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario