La idea que transmite Schiaretti cuando habla de esto es que ha disparado un recambio generacional en el último mandato, que lleva al escenario a un sub-45 en el que destellan su vicegobernador actual, Martín Llaryora, y quien lo sucederá en diciembre, Manuel Calvo.
Estas peleas resbaladizas entre cordobeses hacen necesario el concurso de hermeneutas serranos, porque el juego a dos puntas es un clásico del distrito.
“Cordobesismo”, le llamaba José Manuel de la Sota.
El Facundo Quiroga de Borges fue más hiriente, al hablar de “esa cordobesada bochinchera y ladina”.
Schiaretti y José Manuel de la Sota mantuvieron el poder con ese formato, del cual también participó Caserio en tríos de cumbia como los de Tinelli.
Es el presidente del PJ local, toma distancia de su gobernador, pero cuando se lo eligió titular de la nueva bancada federal en reemplazo de Pichetto, mocionó para que ese grupo no se fusionara con el bloque cristinista de Marcelo Fuente.
Hace gestos de adhesión a la fórmula F&F, pero no llega a tanto.
Como tampoco Omar Perotti, quien lo propuso para el cargo con su autoridad de gobernador electo de Santa Fe, y que también se mantuvo en la idea de que los federales ex Pichetto y los cristinistas funcionen, cuanto más, como un interbloque.
El resto del bloque los siguió, atendiendo a la posición de muchos gobernadores que quieren también permanecer en modo pausa, y desengancharse de la pelea nacional que está a cargo de la única fórmula que le quedó al peronismo, la del Instituto Patria.
No sea que Pichetto sea elegido vicepresidente y vuelva con más poder sobre todos ellos.
Tampoco les gustó la manera pretoriana de la candidata a vice de armar listas en todo el país, en modo preventivo de una posible derrota, con candidatos con más lealtad que votos.
Como los gobernadores han hecho toda la vida, jugarán a ganador si les conviene, y si no se adaptarán al resultado final que surja de las elecciones nacionales.
Ellos ya ganaron sus territorios.
Estos mandatarios y sus delegados en el Senado tampoco se pliegan al abstencionismo de Schiaretti, que descarta cualquier gesto de acercamiento de Cristina hacia él.
La cree enojada por el gesto de ir a visitarlo a Mauricio Macri pocas horas después de ganar la reelección a la gobernación de Córdoba.
De todo esto se enteró Macri antes de subir al avión rumbo a Oriente.
Mantuvo una charla con Pichetto con el rótulo ansioso: cómo te fue en Córdoba, y se enteró de todo.
También de que Pichetto se va para arriba: el viernes abandonó sus oficinas del segundo piso del Senado para dejárselas a Caserio.
Estuvo en ese espacio 17 años, toda una vida.
¿Emocionado? El hombre de negro ha dicho: “Las emociones no forman parte de mi temperamento”.
Ocupará un espacio más modesto en el tercer piso. Espera que sea por poco tiempo.
El Pichettazo saca del closet al peronismo de cambiemos.
Estas modulaciones del peronismo horizontal, cismático y sin conducción unificada, también hieren al oficialismo, que lame heridas que prometen novedades inquietantes.
Como si hiciera falta más adrenalina de la que le impone la novedad Pichetto, el “hombre de negro” que irrumpió en su debut en el Gabinete actuando como un vice casi en ejercicio.
Escuchó los informes de los ministros en la reunión cuando lo presentó Macri, pocas horas después de haberlo destapado como la gran esperanza blanca, y los interrumpió con preguntas, repreguntas y pedidos de memos con datos para usar en la campaña.
Nunca había ocurrido; por eso ante cada intervención, el grupo dirigía la mirada hacia Marcos Peña.
La incorporación de Pichetto es abrir una puerta, un portón, a los peronistas, que si querían votar peronismo, se habían quedado sin chance con la evaporación de Sergio Massa y el aislamiento de Roberto Lavagna.
En realidad Pichetto valida y blanquea el peronismo preexistente dentro de la liga Cambiemos y que estaba obligado a usar casaca amarilla.
Esa ampliación del peronismo en la alianza de gobierno es una invitación a realineamientos que calan hondo en la estructura de poder, hasta ahora un juego limitado al Pro - una UTE de partidos -, un partido en serio como la UCR y la individualidad de Elisa Carrió y su “fan club”.
La prueba de este realineamiento la provee el destino del grupo Frigerio-Monzó que el sábado, día del cierre de la presentación de las candidaturas, estuvieron lejos de ese trámite y se consolaron con un asado en la casa de campo del presidente de la cámara de Diputados.
No se veía algo así desde 2001, cuando el radicalismo que gobernaba el país dejó fuera de las listas y de la presidencia de la cámara a Rafael Pascual, que migró desde su alto despacho, directo a su casa.
Frialdades en el museo ferroviario
Su lema es “Siamo Fuori”, y lo proclamó después del jueves de la semana anterior, cuando salió de la cita a solas con Maria Eugenia Vidal en el despacho de la gobernadora, en el museo ferroviario de Retiro.
En ese encuentro María Eugenia y Emilio no hicieron mucho por acercar posiciones.
La gobernadora y su equipo entienden que Monzó tenía diputados y legisladores propios como fruto de un reparto en 2015, cuando Monzó había sido el padrino de su candidatura a gobernadora.
La María Eugenia Vidal de hoy es otra, tiene derecho a poner más legisladores propios, y le niegan a Monzó gravitación territorial en la provincia de Buenos Aires, terreno de una pelea electoral en la que la candidata está en dificultades para lograr la reelección.
Monzó aspiraba a que algunos de los hombres de su equipo mantuvieran posiciones importantes.
María Eugenia le dijo que le había reservado un cargo legislativo entrable para Marcelo Daletto. ¿En la 4° sección electoral? No, en la 8°. ¿Primero? No, tercero. O sea que no muy entrable.
El diálogo se endureció y la dama cerró el diálogo con un frío cruel, que es peor que el odio -punto muerto de las almas (acota Discépolo). “Esta reunión ha terminado”.
Le quisieron pagar, con plata ajena, las candidaturas a diputados nacionales de Sebastián García de Luca y Silvia Lospennatto, pero Monzó replica que eso no es cuenta de Vidal, sino cuenta de Macri y que eso lo acordaron con el Presidente cuando le confirmaron una embajada en España si es que Mauricio Macri gana la reelección.
Y tampoco le dieron todo en el nivel nacional, porque Monzó había pedido posiciones para el cordobés del Pro, Pedro Pretto, que termina mandato, y también para Nicolás Massot.
El actual presidente del bloque del Pro nacional en Diputados estuvo en una lista corta para sucederlo, y en caso de ganar el oficialismo, a García de Luca como viceministro del Interior.
Este lugar lo disputa Francisco Quintana, secretario del Pro nacional, que termina una banca no reelegible de legislador por la Ciudad de Buenos Aires.
Es vicepresidente de la Legislatura porteña y tiene todos los números para sucederlo en diciembre a Humberto Schiavoni, que deja la presidencia del Pro nacional después de ocho años, cargo que tampoco es reelegible.
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