NICARAGUA…
TAMBIÉN TIENE LA SUYA
Rosario Murillo, la mujer que salvó a Ortega y hundió el sandinismo
Extravagante, esotérica, incansable, Murillo es un personaje omnipresente en el régimen de Nicaragua: administra el Estado junto a su esposo, Daniel Ortega, con mano de hierro
Rosario Murillo celebra la reelección de Ortega en la Plaza de la Revolución el 08 de noviembre del 201 (sic). | En video, perfil de Rosario Murillo.
México - 12 jun 2021
Rosario Murillo y Daniel Ortega arriban a la celebración 39 del triunfo de la revolución sandinista en Managua, Nicaragua, el 18 de julio de 2018.
Aunque Murillo había visitado a Daniel Ortega en la cárcel, donde estuvo durante siete años bajo la dictadura de Anastasio Somoza, su relación no comenzó hasta que se encontraron en el exilio en Costa Rica.
Fue como si sellaran un pacto, afirman fuentes que conocieron a la pareja en aquellos años.
Se hicieron inseparables.
Con el triunfo de la revolución sandinista, en 1979, su compañero se convirtió en poderoso comandante y Murillo temió que su relación se agriara.
Así lo confesó años después en una entrevista con EL PAÍS: “A mí me dio miedo desde el momento en que lo nombraron miembro de la Junta de Gobierno porque me di cuenta de que mi vida terminaba completamente a nivel personal, en cuanto a privacidad, en cuanto a tener las relaciones normales de pareja”.
Pero ella aprovechó su nuevo papel como compañera de un poderoso integrante del Gobierno, nombrado más tarde presidente, para controlar el mundo cultural de la Nicaragua revolucionaria.
Murillo se convirtió en directora de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura, una poderosa organización que aglutinaba a poetas, pintores, escritores y actores del país.
Era autoritaria y despótica, dicen quienes la trataron entonces.
Sentía rencor hacía algunas figuras del sandinismo, como el poeta Ernesto Cardenal y otros escritores, porque pensaba que no le daban el lugar que merecía como poetisa.
Comenzó entonces una feroz campaña contra el poeta, entonces ministro de Cultura, hasta socavar su autoridad y quitar funciones al ministerio.
“Hicimos una protesta que fue aplastada apelando a la disciplina militante”, ha afirmado la escritora Gioconda Belli.
Murillo hacía en la cultura lo que quería.
Era excéntrica, rebelde, un dolor de cabeza para el férreo aparato sandinista.
A finales de la década de los ochenta su relación con Ortega estaba en horas bajas, a tal punto que reconoció en la entrevista con EL PAÍS: “No quiero volver a salir en la foto al lado de Daniel Ortega, ni que los periodistas me pidan entrevistas para sacarme qué piensa Daniel Ortega”.
En aquellos años le escribió un poema: Yo no busco al hombre de las botas altas / me asustan sus ojos tristes / donde ya no quieren florecer heliotropos / ni magia. / Yo ya no te busco / perdí la cuenta de los días que llevaba siguiéndote / tras mapas y uniformes / sin abecedarios para la ternura. / Todo está en su lugar, sólo que yo / ya no soy la muchacha de la retratera. / Una mujer que todavía no existe está a punto / de abordar un tren detenido hace tiempo / lleva espejos / y flores.
Detalle de las manos de Rosario Murillo, durante una breve charla con los medios de Managua, Nicaragua, el domingo 6 de noviembre de 2016.
La pareja tiene nueve hijos: Carlos Enrique, Daniel Edmundo, Juan Carlos, Camila, Luciana, Maurice, Rafael, Laureano y Zoilamérica.
Tras la derrota electoral de 1990, cuando Violeta Chamorro ganó la presidencia y terminaron diez años de una revolución arrasada por una cruenta guerra civil, la pareja tuvo que adaptarse a una vida civil complicada, con Ortega convertido en un eterno candidato opositor.
“Nuestra relación es tensa y difícil, en parte porque Daniel es un hombre entregado con vocación de sacerdote a su trabajo”, afirmó Murillo, relegada entonces a un segundo plano en la política nicaragüense.
Fueron años duros.
Hay quienes dicen que la pareja vivía, en parte, de ayudas que daban los viejos amigos de la revolución como el coronel libio Gadafi.
A pesar del distanciamiento, Ortega seguía necesitando a Murillo, quien se convirtió en su salvadora en 1998.
En mayo de ese año ocurrió un terremoto político: Zoilamérica Narváez, hija de Murillo, acusó públicamente a su padrastro de violación, de abusar de ella desde que era una niña: “Daniel Ortega Saavedra me violó en el año de 1982. Fue en mi cuarto, tirada en la alfombra por él mismo, donde no solamente me manoseó, sino que con agresividad y bruscos movimientos me dañó, sentí mucho dolor y un frío intenso. Lloré y sentí nauseas. Todo aquel acto fue forzado, yo no lo deseé nunca, no fue de mi agrado ni consentimiento”, escribió Narváez en la denuncia pública.
Tras el escándalo, Murillo salió en salvación de su esposo y declaró a su hija loca, mentirosa, traicionera.
“Es el momento clave de Rosario Murillo”, explica la periodista y feminista Sofía Montenegro.
“Descalifica, desmiente y sacrifica a su hija, la declara loca, y así rinde un servicio a Ortega y se hace imprescindible para Daniel”, .
Es un momento de reconversión: Murillo toma las riendas, transforma la imagen de Ortega, lo viste de blanco, hace una alianza con el cardenal Miguel Obando, otrora férreo enemigo, quien los casa por la iglesia.
Se convierte en la jefa de campaña del opositor, que a través de pactos y chanchullos políticos en un país de débil institucionalidad regresa al poder en 2007.
“Daniel y Rosario”, rezan ahora los eslóganes oficiales.
Instalado de nuevo en el poder, Ortega persigue a sus críticos, controla las instituciones y fragua fraudes electorales.
A su lado, Murillo controla el día a día de la administración pública.
Se convierte en una suerte de primera ministra todopoderosa, reclamando cada día mayores cuotas.
La pareja se aprovecha de la ingente ayuda petrolera que entrega Hugo Chávez para comprar favores, desarrollar una política clientelista y enriquecerse.
Nace una nueva clase adinerada: la oligarquía orteguista, con la familia controlando todo el poder.
Murillo aparta a las figuras claves del sandinismo que todavía gravitan alrededor de Ortega hasta convertirse ella y solo ella en la imprescindible del comandante.
Su momento cumbre llega en 2016, cuando la declara públicamente como la “eternamente leal” y más tarde la nombra como su vicepresidenta, la heredera oficial del poder en Nicaragua.
Rosario Murillo y Daniel Ortega desayunan en la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe de Managua, el 02 de agosto de 1986.
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