LA RANITA Y LA REALIDAD
Diego Cabot y la rana
Desde que la rana se tiró a la olla por propia decisión a disfrutar del agua fresca, todo ocurrió de manera tan gradual que ni lo notó.
O al menos nos parece que no lo notó.
Ya no está entre nosotros para preguntarle, pobre.
Cada vez que la temperatura subía medio grado, lo tomaba como algo natural: “Es sólo una pequeña sensación, no es muy distinto a lo de ayer” habrá pensado en su cabecita de rana.
Tampoco tenemos ya la oportunidad de preguntarle si alguien le avisó, pero es probable que si eso hubiese ocurrido, ella, muy oronda hubiera respondido: “¡Qué alarmista, por un poquito de calor!”.
Todo sabemos el final del cuento: los pedazos de la rana salieron despedidos violentamente y fueron a colgar de cada azulejo de la cocina.
Tenía razón la rana.
Medio grado más no hacía demasiada diferencia.
Lo que no tenía en cuenta es la determinación del que iba subiendo la temperatura.
Si el encargado de calentar el ambiente es constante, decidido y -especialmente- codicioso e insaciable, la rana termina más destrozada que cuando Flavia Palmiero intentó cocinarlas en MasterChef.
“Con el diario del lunes”, como le gusta decir a los analistas políticos, sabemos que la rana tenía una salvación: escuchar a quienes le advertían.
Por eso hay que preocuparse especialmente cuando te dicen “no te preocupes, no es para tanto”.
Siempre es para tanto porque “no es para tanto” hoy más “no es para tanto” mañana, más “no es para tanto” pasado mañana termina siendo tantísimo.
Y terminás explotando.
Gente que se va del país, presos liberados, violaciones a los derechos humanos, inflación galopante, discurso antimperialista pero negocios con China e Irán.
Los que dicen que el país se encamina a Venezuela ¿son una rana demasiado susceptible a los cambios de temperatura? ¿O están dando el aviso fundamental?
Por otro lado, son tantas las manos que al mismo tiempo van subiendo la temperatura que es difícil tener dimensión de todo lo que va pasando.
No es casualidad el bombardeo de noticias, hechos, acontecimientos, declaraciones, nuevas reglas y desaguisados que vierten sobre la población la Murga de la Casa Rosada y la Comparsa del Instituto Patrea.
Confunde y reinarás.
El maremagmum de guachadas por un lado es deliberado pero por el otro, es inevitable.
Es lo que les sale.
Es lo que son.
Un maremagmum de guachadas.
El tema es que en ese magma de maldades y demasías nos volvemos indiferentes, nos vamos acostumbrando, nos rendimos, como la rana.
Sin embargo, el poder del fuego es menos fuerte de lo que creemos.
Esta semana tuvimos una muestra muy clara.
El jueves el periodista Diego Cabot publicó en el diario La Nación una nota titulada: “Hisopados en Ezeiza: un negocio millonario manejado por un misterioso laboratorio”.
Un día después, el curro que dejaba 5 millones de pesos diarios, fue desmantelado.
Sólo un día después ¿Se entiende lo endeble de la tramoya?
Con la colaboración de María Ayzager, Belisario Sangiorgio y Ricardo Brom, Cabot contó una historia que estaba a la vista de todos pero como es periodista, fue a tirar del hilito a ver qué encontraba.
Hasta el viernes pasado, todos los pasajeros de Ezeiza debían hacerse un hisopado, para entrar o para salir del país, obligatoriamente, con la engimática empresa Labpax, dirigida por dos monotributistas sin relación con el mundo de los análisis clínicos, fundada hace menos de cuatro meses.
Le cobraban $2.500 el hisopado a todo pasajero que llegase al país.
Una ganga, porque si estabas saliendo, el precio era de $4.000 el hisopado y $6.000 el PCR.
Más allá del curro, había un dato preocupante: los resultados estaban en menos de un minuto, cosa que ponía muy feliz a los pasajeros que querían salir rápido hacia sus casas pero que dejaba una enorme duda sobre la confiabilidad de los tests que necesitan 15 minutos para dar un resultado real.
Sí, entrar por Ezeiza hasta el viernes y hacer como que no traías “el bicho” era facilísimo.
No tan fácil como casi todo el año pasado, que con un papelito que te daban en el avión y que ni te pedían al llegar al aeropuerto, alcanzaba.
Las militantes sentadas en puestitos que tenían que pedir la “declaración jurada” justo en ese momento estaban con el mate y los bizcochitos Tía Maruca de grasa y se les pasaba eso que se suponía era su único trabajo: pedir el papelito.
Es bueno recordar ahora que por todas estas cosas es que nos vuelven a encerrar porque el 2020 pasó en vano.
En menos de 24 horas Cabot y los suyos nos avisaron que Ezeiza era un colador y que, cumpliendo una de las verdades peronistas, ahí donde hay una necesidad, hay un curro.
Nadie se hizo cargo de nada.
- El Ministerio de Salud: ¿Yo señor? ¡No señor! Sólo soy responsable de la salud de los habitantes del país, ¿qué tengo que ver con la puerta de entrada al país?
- El Ministerio de Transporte Público: ¿Yo señor? ¡No señor! Sólo soy responsable del transporte público de los habitantes del país, ¿qué tengo que ver con el principal aeropuerto del país?
- El Aeropuerto de Ezeiza: ¿Yo señor? ¡No señor! Sólo soy responsable del aeropuerto, ¿qué tengo que ver con los pasajeros que van y vienen por el aeropuerto?
Lo cierto es que ante el tamaño del timo todos miraron para otro lado y por una vez, ganaron los buenos.
El mismo día, informó Cabot en la edición del diario del viernes 30, Aeropuertos Argentinos inició una auditoría pero antes incluso de recibir los resultados, rescindió el contrato de las bioquímicas instantáneas y se lo dio a otra empresa.
¿Es el Aeropuerto el responsable de decidir cómo se hacen los análisis clínicos de todo el que entra al país?
¿Quién controla al aeropuerto?
Antes de que las bioquímicas instantáneas instalaran su kiosquito, los pasajeros que arribaban a Ezeiza y tenían como destino CABA se hisopaban gratuitamente gracias al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que en un promedio de 6 horas enviaba el resultado por Whastapp al pasajero y hacía un seguimiento.
Eso, quienes iban a CABA.
Los que tenían otro destino pasaban sin drama, nadie les preguntaba nada.
"Hola Covid, ¿cómo estás? Pasá tranquilo".
Esto ocurrió hasta que el gobierno nacional decidió que todos debían hisoparse y ahí terminó la gratuidad y empezó la rapacería.
La Ciudad, bajo el gobierno insensible de los CEOs, siguió hisopando gratuitamente no sólo a quienes llegan a ese distrito sino a quien lo pida.
Ya no en Ezeiza pero sí en Aeroparque y en la terminal Dellepiane.
Ahora la ciudad tiene 57 centros de testeos fijos y 15 unidades móviles.
Mientras tanto, el Estado Nacional y Popular te cobra por un test que se hace más rápido de lo que dice su propio prospecto.
Por supuesto, después no hay el mínimo seguimiento de los pasajeros que llegaron al país y el segundo análisis obligatorio... Bien, gracias.
Hoy, la Ciudad de Buenos Aires, que no llega al 7% de la población total del país está haciendo un promedio del 25% de todos los tests que se realizan en Argentina.
De manera gratuita.
Entonces, si se puede hacer bien ¿por qué se armó el curro de Ezeiza?
Porque se creen impunes.
¿Cuándo se terminó la impunidad?
Cuando el bueno de Cabot agarró su libretita, se fue a Ezeiza y empezó a preguntar.
Con su grupo fueron a la casa de las súbitas bioquímicas, averiguaron en los ministerios, hablaron con los viajeros.
No es tan difícil.
Se llama periodismo y antes se enseñaba en las escuelas y facultades.
Después esas escuelas empezaron a premiar a Nicolás Maduro y Hebe de Bonafini y se terminó todo.
Si hay un Cabot parado en la puerta de la cocina, es más difícil subir la temperatura del agua de la rana.
¿Por qué armaron tan mal su propio curro, que una simple nota en un diario puede desarmarlo en menos de 24 horas?
Porque ni les interesa mantener las formas.
Por eso la megamechera está en tan grandes problemas con la Justicia y ni el verso intragable del “lawfare”, con el Santo Bagre, Putín, Correa y toda la pandilla pueden hacerla zafar.
Porque para robar fue tan desprolija que hoy no hay Zannini que la salve, por más que en el camino haya quedado un fiscal muerto y un país destrozado.
Es importante recordar que, a pesar de su inocultable amor por el autoritarismo y los bolsos de dineros malhabidos, este gobierno es, incluso, más ineficiente que corrupto.
Por otro lado, basta con leer algunas de las respuestas que recibió en las redes Cabot para corroborar que esta investigación lo puso, en el ánimo de muchos defensores del gobierno, en “el lado” opositor, lugar en el que lo ubican desde que hiciera estallar cuestiones como el caso de los cuadernos o los sobreprecios de los fideos del ministro Daniel Arroyo.
Lo cierto es que necesitan que Cabot esté “de un lado” ideológico para poder poner del otro a Pablo Duggan, a Gustavo Sylvestre o a Víctor Hugo Morales.
Para ellos, Cabot no hace periodismo, hace militancia. Lo raro es que si algo dice Cabot son verdades (tanto que desarmó el kiosquito) con lo cual, si de un lado está la verdad ¿qué hay del otro? ¿Qué defienden?
Pablo Duggan, Gustavo Sylvestre y Víctor Hugo Morales.
Es bastante obvio que no son ambas caras de una moneda porque si buscan en los antecedentes de Cabot no van a encontrar diatribas desenfrenadas contra el kirchnerismo como sí lo harían si buscan en el trío Duggan - Sylvestre - Morales, quienes insultaron sin problemas a todo el kirchnerismo, desde Néstor y Cristina para abajo, hasta que tuvieron un momento epifánico en donde se desdijeron de todo lo que habían afirmado.
No es infidencia contar que en la antigua casa, TN, donde tantos años pasó el "Gato" Sylvestre, donde forjó sus conocimientos periodísticos, donde compartió años la conducción de “A dos voces” con Marcelo Bonelli, sus ex compañeros lo recuerdan tanto por sus divertidísimas imitaciones de Raffaella Carrá sobre los escritorios como por sus parrafadas descalificatorias sobre los pobres.
No es infidencia recordar la decena de durísimos tuits de Duggan contra el kirchnerismo o los sermones moralistas de Víctor Hugo contra el finado Néstor.
En fin, Duggan, Sylvestre y Morales se bañaron en las aguas del Jordan, purificaron sus almas y fueron admitidos en el paraíso de El Calafate.
Ellos ya no advierten a la rana.
Son los que suben la temperatura.
Seguramente habrá tareas más indignas.
Aunque ahora no se me ocurra ninguna.
Como decía el Che con Vietnam, hacen falta dos, tres, cientos de Cabots.
Si los periodistas fuésemos más como él y menos como somos, el agua de la rana iría bajando de a poco.
Y esto algún día, sería un país.
fuente
"EL SOL", Mendoza, 02.05.2021
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