SARMIENTO REDIVIVO
Sarmiento o Don "Yo”: el genio iracundo
¿Cómo nació el apodo de “loco”sobre la figura del sanjuanino?
¿Tenía rasgos maníacos su personalidad?
¿Pudo ser la vanidad su mayor defecto?
¿Era bipolar?
Psicología de un prócer particular.
Juan Martín - Especial para Estilo
sábado, 29 de marzo de 2014
Existían antecedentes de maníacos en su familia.
Su padre, don Clemente, en tiempos de la revolución de mayo, habría vivido presa de una manía que lo hacía salir a la calle dando vivas a la "madre patria", en realidad lo que el buen hombre deseaba expresar era "la patria"; y no faltó el bromista en San Juan, que le endilgara el apodo de "el madre patria" a don Clemente Sarmiento.
Incluso el bueno de don Clemente fue arrestado, pensando la policía que se refería a España al dar vivas a la madre patria.
Gustaba Sarmiento de dar a conocer, aunque de
pobre familia, su ilustre prosapia.
En efecto, se hallaba emparentado con los Oro, los Mallea y los Albarracín.
Don Fermín Mallea, un tío suyo había perdido la razón y pasaba todos los días sacando cuentas imaginarias en el aire, con el dedo.
Por el lado de los Oro, también había algunos alienados.
Incluso su tío y mentor, don José de Oro, tenía
actitudes un tanto extrañas.
Sarmiento mismo lo dice: "…tenía
rarezas de carácter que, a veces por disculpar sus actos, se achacaba a
la locura de familia las extravagancias de su juventud.".
Y él algo de su tío había heredado.
"…su alma entera transmigró a la mía, y en San Juan mi familia, al verme abandonar a raptos de entusiasmo, decía: ahí está don José Oro hablando…" (Sarmiento, "Recuerdos de Provincia").
Cuando tenía veinticinco años, mientras trabajaba en las minas de
Copiapó, en Chile, existe un suceso en su vida que resulta llamativo.
Su biógrafo Guerra, sin dar mayores detalles nos cuenta que sufrió una grave afección cerebral, y que sus amigos pensaban que podía morir o perder la razón; razón por la cual se permitió su regreso a San Juan, en donde se restableció.
Nerio Rojas, autor del libro "Psicología de Sarmiento" especula que puede haberse debido el suceso a una fiebre tifoidea sufrida por el sanjuanino.
Según Lugones, de aquel tiempo
parece que le quedó endilgado el sobrenombre de “loco”.
Otro de los rasgos salientes de su personalidad, y esto no es un secreto, parece haber sido su vanidad.
Una caricatura de "El Mosquito" nos muestra a Sarmiento con el título de Don "Yo”.
Las anécdotas son
innumerables.
Ya viejo, se había quedado prácticamente sordo, y asistía a las sesiones del Senado con una especie de bocina o cornetín que se colocaba en el oído para escuchar.
Unos jóvenes, burlándose de su vejez y
sordera hicieron un comentario que él advirtió, entonces les dijo "Jovencitos
sepan que yo he venido aquí a que me escuchen, no a escuchar".
Es muy conocido el incidente que mantuvo con una dama en oportunidad de dar una conferencia.
Al referirse a Shakespeare, habría Sarmiento pronunciado el nombre del genial dramaturgo tal como se escribe, entonces una señora se permitió corregirlo.
"Habrá querido decir shécspir (textual) señor Sarmiento"; lo cual provocó que continuara dando toda la conferencia en inglés, idioma que manejaba a la perfección.
Él defendía la idea de que debía pronunciarse tal como se escribía.
Su vanidad le hizo otorgarse, casi él mismo, el grado
de General de Ejército, cuando en realidad jamás comandó tropa alguna.
El general Sarmiento frente a la cámara - Daguerrotipo del sanjuanino posando luego de la Batalla de Caseros (1852). "LA PRENSA", 21.09.2020
Le hubiese gustado, pero era un hombre profundamente civil.
De todas formas, valor no le faltaba, todo lo contrario, pero carecía de disciplina para ser militar.
Y también sabía admirar. Admiraba sin tapujos al General José María Paz, tal vez el mejor táctico que ha tenido nuestro ejército.
Esa misma vanidad le hizo escribir
hasta los detalles más nimios de su vida cotidiana.
Nadie como él se
encuentra presente en sus propios escritos.
Sarmiento en
realidad carecía de formación académica.
Jamás había asistido a lo que hoy llamamos colegio secundario.
Si alguna vez tuvo un maestro, fue su tío de Oro, luego todo se lo debe a sí mismo.
Dueño de un tesón y una fuerza de voluntad como ningún otro personaje de nuestra historia, aprende varios idiomas sin profesor que lo guíe, sólo con la ayuda de algún diccionario.
El italiano lo aprende solo, en San Juan en
1.837; redactando El Mercurio en Chile se familiariza con el portugués
"que no requiere aprenderse" según su propia confesión.
En París se encierra con una gramática y un diccionario quince días y traduce seis páginas de alemán.
Con respecto al inglés, destinaba la mitad de su sueldo en Chile para pagarse un profesor, y pagaba al sereno de su barrio para que lo despertase a las dos de la mañana a fin de poder estudiar antes de irse a trabajar.
Así llegó a traducir la colección completa de Sir Walter Scott.
En ocasiones, era presa de un frenesí de actividad que era imposible controlar.
Cuando redactaba un diario, mandaba por día tres o cuatro editoriales, y
era común pasar la noche en vela escribiendo.
Estando en Yungay en 1852, luego de su rompimiento con Urquiza, le escribe a Mitre: "Rasguño la silla en que estoy sentado, tallo la mesa con el cortaplumas, y me sorprendo mordiéndome las uñas…"
Se hallaba sometido a una inactividad enervante.
De la misma manera, había períodos en los cuales caía presa de la más honda melancolía.
¿Sería lo que hoy llamamos un bipolar?
Era desordenado y abordaba los temas más insólitos, desde una
comparación de Rosas con Felipe II, a un estudio sobre el ave "la
chuña".
Según Augusto Belin Sarmiento, uno de sus biógrafos, tenía una memoria prodigiosa y era capaz de citar con exactitud, página y párrafos incluidos, un escrito de un libro de seiscientas páginas.
Era
extremadamente impulsivo y aunque parezca mentira, muchas veces escribía
o hablaba presa de la irreflexión.
De allí provienen sus frases poco felices "no ahorre sangre de gauchos" o el aplauso público de la ejecución del Chacho en Olta; o el consejo acerca de lo que debía hacerse con Urquiza luego de la victoria de Pavón: "La horca o Southampton".
Sus impulsos no rehuían la lucha física.
A cierto Coronel de apellido Mur, le había prometido en Chile "cruzarle la cara a chicotazos", algunos años después lo encuentra en Buenos Aires, en la calle Cangallo, frente al Teatro Argentino, y le azota la cara con un rebenque.
¿Era un hombre triste?
No
lo creemos.
Su espontaneidad no dejaba de lado el humor, como cierta vez, que siendo Presidente hace desternillar de risas a sus ministros leyéndoles un escrito suyo, y al concluir se pone serio y les dice: "Era sólo para despuntar el vicio".
Cuando visitaba escuelas, no había nadie más bromista que él con los chicos.
En ocasiones padecía de cierto delirio de persecución, suponía a los demás complotados en su contra.
Fue, por sobre todas las cosas, un hombre de una fuerza poderosa.
Sin escuela llegó a ser Doctor Honoris Causa de una Universidad Norteamericana, a aprender cinco idiomas.
Sin partido político ni ejército llegó a Presidente del país.
...
fuente
"LOS ANDES", 29.03.2014
Muy interesante. Un ilustre personaje. Me agrada. Aspectos del sanjuanino que desconocía
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