ZARDOZ
1974 SOLO UNA PELÍCULA
ACTUALMENTE...
¿EL FUTURO?
{Zardoz es una película estadounidense dirigida por John Boorman en 1974, filmada en Irlanda, en los Ardmore Studios en las montañas de Wicklow. Realizada con bajo presupuesto, pero con un alto contenido filosófico, Zardoz es una alegoría situada en un futuro postapocalíptico. Trata temas como la inmortalidad, la oligarquía y la segregación social, haciendo continuas referencias al libro El maravilloso mago de Oz (publicado por primera vez en 1900. Reparto: Sean Connery, Charlotte Rampling, Sara Kestelman, Sally Anne Newton, John Alderton, Niall Buggy}
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De modo que me esfuerzo para entender los misterios de
la Bolsa de valores, al tiempo que dedico mucho menos esfuerzo a entender las
causas del sufrimiento.
En esto los humanos nos asemejamos a otros animales
domésticos.
Hemos criado vacas más dóciles que producen cantidades
enormes de leche, pero en otros aspectos son muy inferiores a sus antepasados
salvajes.
Son menos ágiles, menos curiosas y menos habilidosas.
Ahora estamos creando humanos mansos que generan
cantidades enormes de datos y funcionan como enormes chips muy eficientes en un
enorme mecanismo de procesamiento de datos, pero estos datos-vacas en absoluto
maximizan el potencial humano.
De hecho, no tenemos ni idea de cuál es el potencial
humano completo, porque sabemos poquísimo de la mente humana.
Y sin embargo, apenas invertimos en la investigación
de la mente humana y en cambio nos centramos en aumentar la velocidad de
nuestras conexiones de internet y la eficiencia de nuestros algoritmos de
macrodatos.
Si no somos prudentes, terminaremos con humanos
degradados que usarán mal ordenadores mejorados y provocarán el caos en sí
mismos y en el mundo.
Las dictaduras digitales no son el único peligro que
nos espera.
Junto a la libertad, el orden liberal depositó también
muchas esperanzas en el valor de la igualdad.
El liberalismo siempre valoró la igualdad política, y
gradualmente llegó al convencimiento de que la igualdad económica tiene casi la
misma importancia.
Porque sin un sistema de seguridad social y una
igualdad económica mínima, la libertad no tiene sentido.
Pero de la misma manera que los algoritmos de
macrodatos podrían acabar con la libertad, podrían al mismo tiempo crear las
sociedades más desiguales que jamás hayan existido.
Toda la riqueza y todo el poder podrían estar
concentrados en manos de una élite minúscula, mientras que la mayoría de la
gente sufriría no la explotación, sino algo mucho peor: la irrelevancia.
…
Igualdad
Quienes poseen los datos poseen el futuro
En las últimas décadas a la gente de todo el planeta
se le ha ido diciendo que la humanidad que la humanidad se halla en la senda
hacia la igualdad, y que la globalización y las nuevas tecnologías nos ayudaran
a llegar pronto a ella.
En realidad, en el siglo XXI podían surgir la
sociedades más desiguales de la historia.
Aunque la globalización e internet salvan la distancia
entre países, amenazan con agrandar la brecha entre clases, y cuando parece que la humanidad está a punto
de conseguir la unificación global, la propia especie podría dividirse en
diferentes castas biológicas.
La desigualdad se remonta a la Edad de Piedra.
Hace 30.000 años las bandas de cazadores-recolectores
enterraban a algunos de sus miembros en tumbas suntuosas repletas de miles de
cuentas de marfil, brazaletes, joyas y objetos de arte, mientras que otros
miembros tenían que conformarse con un simple agujero en el suelo.
No obstante, las antiguas bandos de
cazadores-recolectores eran todavía más igualitarias que cualquier sociedad
humana posterior, porque tenían muy pocas propiedades.
La propiedad es un prerrequisito para la desigualdad
largo plazo.
Tras la revolución agrícola, la propiedad se
multiplicó, y con ella la desigualdad.
A medida que los humanos se hacían con la propiedad de
la tierra, de animales, de plantas y utensilios, surgieron rígidas sociedades
jerárquicas, que en pequeñas élites monopolizaron la mayor parte de las
riquezas y el poder de generación en generación.
Lo humanos acabaron por aceptar esta organización como
algo natural e incluso ordenado por la divinidad.
La jerarquía no solo era la norma, sino también el
ideal.
¿Cómo puede haber orden sin una clara jerarquía entre
los aristócratas y los plebeyos, entre hombres y mujeres, o entre padres e
hijos?
Sacerdotes, filósofos y poetas en todo el mundo
explicaban con paciencia que de la misma manera que en el cuerpo humano no
todos los miembros son iguales (los pies han de obedecer a la cabeza), así en
la sociedad humana la igualdad no acarrearía más que caos.
Sin embargo, a finales de la era moderna la igualdad
se convirtió en un ideal en casi todas las sociedades humanas.
Ello se debió en parte al auge delas nuevas ideologías
del comunismo y el liberalismo.
Pero se debió también a la revolución industrial, que
hizo que las masas fueran más importantes de lo nunca habían sido.
Las economías industriales se basaban en masas de
obreros comunes, mientras que los ejércitos industriales se basaban en masas de
soldados comunes.
Los gobiernos tanto de las democracias como de las
dictaduras invertían mucho en salud, la educación y el bienestar de las masas,
porque necesitaban millones de obreros sanos que trabajaran en las líneas de
producción y millones de soldados leales que lucharan en las trincheras.
En consecuencia, la historia del siglo XX se centró en
gran medida en la reducción de la desigualdad entre clases, razas y géneros.
Aunque el mundo de año 2000 tenía todavía su cuota de
jerarquías, era un lugar mucho más igualitario que el mundo de 1900.
En los primeros años del siglo XXI la gente esperaba
que el proceso igualitario continuara e incluso se acelerara.
En particular, esperaban que la globalización llevara
la prosperidad económica a todo el planeta, y como resultado en la India y en
Egipto la gente llegara a disfrutar de las mismas oportunidades y los mismos
privilegios que en Finlandia y Canadá.
Toda una generación creció con esta promesa.
Ahora parece que esa promesa podría no cumplirse.
Ciertamente, la globalización ha beneficiado a grande
segmentos de la humanidad, pero hay indicios de una desigualdad creciente tanto
entre las sociedades como en el interior de las mismas.
Algunos grupos monopolizan de forma creciente los
frutos de la globalización, al tiempo que miles de millones de persona e quedan
atrás.
Ya hoy en día, el 1 por ciento más rico posee la mitad
de las riquezas del mundo.
Y lo que es aún más alarmantes: las 100 personas más
ricas poseen más en su conjunto que los 4.000 millones de personas más pobres.
Eso aún podría empeorar mucho.
Como se ha visto en capítulos anteriores, el auge de
la IA podría eliminar el valor
económico y político de la mayoría de los humanos.
Al mismo tiempo, la mejoras en biotecnología tal vez posibiliten que la desigualdad económica
se traduzca en desigualdad biológica.
Los superricos tendrán por fin algo que hacer que
valga la pena con su extraordinaria riqueza.
Mientras que hasta ahora podían comprar poco más que
símbolos de estatus, pronto
podrán comprar la vida misma.
Si los nuevos tratamientos para alargar la vida y
mejorar las condiciones físicas y cognitivas acaban siendo caros, la humanidad podría dividirse en
castas biológicas.
A lo largo de la historia, lo ricos y la aristocracia
siempre pensaron que sus capacidades eran superiores a la de todos los demás, y por ese motivo tenían el control.
Por lo que sabemos, eso no era cierto.
El duque medio no estaba más dotado que el campesino
medio, sino que debía su superioridad solo a una discriminación legal y
económica injusta.
Sin embargo hacia 2100 lo ricos podrían estar
realmente más dotados, ser más creativo y más inteligentes que la gente que
habita en los suburbios.
Una vez que se abra una brecha real en la capacidad
entre los ricos y los pobres, resultara casi imposible salvarla.
Si los ricos emplean sus capacidades superiores para
enriquecerse todavía más, y si con más dinero pueden comprarse un cuerpo y un
cerebro mejorado, con el tiempo la brecha no hará más que agrandarse.
Hacia 2100, el 1 por ciento más rico podría poseer no
solo la mayor parte de la riqueza de mundo, sino también la mayor parte de la
belleza, la creatividad y la salud del mundo.
Los dos procesos juntos, la bioingeniería unida al
auge de la IA, podrían por tanto acabar separando a la humanidad en una pequeña
clase de superhumanos y una
clase enorme de Homo spiens inútiles.
Para empeorar todavía más una situación agorera, al
perder las masas su importancia económica y su poder político, el Estado podría
a su vez perder algunos de los incentivos para invertir en su salud, u
educación y su bienestar.
Es muy peligroso no ser necesario.
Así pues, el futuro de las masas dependerá de la buena voluntad de una pequeña
élite.
Quizá haya buena voluntad durante unas cuantas
décadas.
Pero en una época de crisis (como una catástrofe
climática) resultará muy
tentador y fácil echar por la borda a la gente no necesaria.
En países como Francia y Nueva Zelanda, con una larga
tradición de creencias liberales y prácticas del estado de bienestar, quizá la élite
siga haciéndose cargo de la masa aunque no la necesite.
Sin embargo, en Estados Unidos, más capitalista, la
élite podría usar la primera ocasión que se le presente para desmantelar lo que
quede del estado de bienestar.
Un problema mayor todavía acecha en grandes países en
vías de desarrollo, como la India, China, Sudáfrica y Brasil.
Allí a
la vez que la gente pierde su valor económico, la desigualdad podría dispararse.
En consecuencia, la globalización, en vez de generar
la unidad global, podría llevar a una “especiación”: la división de la humanidad en
diferentes catas biológicas o incluso diferentes especies.
La globalización unirá al mundo horizontalmente al
borrar fronteras nacionales, pero de manera simultánea dividirá a la humanidad verticalmente.
Las oligarquías dominantes en países tan diversos como
Estados Unidos y Rusia podrán fusionarse y hacer causa común contra la masa de
sapiens ordinarios.
Desde esa perspectiva, el resentimiento populista
actual hacia “las élites” está bien fundado.
SI no vamos con cuidado los nietos de los magnates de
Silicon Valley y de los multimillonarios de Moscú podrán convertirse en una
especie superior para los nietos de lo palurdos de Appalachia y los campesinos
siberianos.
A la larga, una situación hipotética de este tipo
sería capaz incluso de desglobalizar el mundo, pues la casta superior podría
congregarse dentro de una autoproclamada “civilización” y construir muro y
fosos que la separaran de las hordas de “bárbaros” del exterior.
En el siglo XX, la civilización industrial dependía de
los “bárbaros” para el trabajo barato, las materias primeras y los mercados.
Pero en siglo XXI, una civilización postindustrial que
se base en la IA, la bioingeniería y la nano tecnología podría ser mucho más
independiente y autosuficiente.
No solo clases
enteras, sino países y continentes enteros podrían resultar irrelevantes.
Fortificaciones custodiadas por drones y robots
podrían separar la zona autoproclamada
civilizada, en la que los ciborgs lucharan entre sí con bombas lógicas,
de las tierras bárbaras en que los humanos asilvestrados lucharán entre sí con machetes y kaláhnikovs.
A lo largo de este libro suelo usar la primera persona
de plural para hablar del futuro de la humanidad.
Digo lo que “nosotros” necesitamos hacer acerca de “nuestros”
problemas.
Pero quizá no haya “nosotros”.
Quizá uno de “nuestros” mayores problemas sea que diferentes grupos humanos
tengan futuros completamente distintos.
Quizá en algunas partes del mundo se deba enseñar a
los niños a diseñar programas informáticos, mientras que en otros sea mejor
enseñarles a desenfundar de prisa y a disparar de inmediato.
Fuente
Yuval Noah Harari
“21 lecciones para el siglo XXI”
(Parte I, El desafío tecnológico, Igualdad)
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