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-II-
{Estas en entradas, deberían, ser leídas por Víctor Hugo Morales y su colegas “periodistas” de C5N}
RUSIA
Décimo aniversario de su asesinato
Anna Politkovskaya, la periodista que ensayó su propio asesinato
Ciudadanos rusos rodean la tumba de Anna Politkovskaya tres días después de su asesinato. REUTERS
El 7 de octubre de 2006, al salir del ascensor de su casa recibió dos disparos en el pecho, otro en el hombro y, sin vida, el 'disparo de control' en la cabeza
Anna Politkovskaya, una periodista con coraje moral
El ascensor donde hoy hace 10 años murió tiroteada la periodista rusa Anna Politkovskaya tiene el mismo brillo metálico apagado que el tambor de un revolver.
Plateado y algo sucio, estrecho como para cargar una bala.
Allí dentro, como un animal acorralado, murió la que tal vez era la reportera más libre de Rusia el 7 de octubre de 2006: dos tiros en el pecho, otro en el hombro. Por si acaso, un último en la cabeza, ya sin vida.
Los sicarios lo llaman el disparo de control.
Abajo, en la calle Lesnaya, quedaban bolsas de la compra en el maletero de su Lada aparcado junto a la acera.
Arriba, en la mesa de trabajo, le esperaban fotos y nombres de personas secuestradas y torturadas en Chechenia, material para su próximo -último, póstumo- artículo de investigación para su periódico, Novaya Gazeta.
De nuevo un asunto incómodo para el Gobierno de Moscú y para el de esta convulsa república de la Federación Rusa.
En 2015, el líder opositor Boris Nemtsov fue liquidado a balazos en el puente más seguro del país: el que une el Kremlin con el otro lado del río Moscova.
Pocos asesinatos por encargo están libres de teatralización, son detalles que amedrentan al resto.
El asesinato de la periodista coincidió con el 54 cumpleaños del presidente ruso, Vladimir Putin, y tuvo lugar el día después de la onomástica del actual líder checheno, Ramzan Kadirov.
"Chechenia es el reino de la barbarie. Uno de cada dos muertos es un civil abatido de manera sumaria", dejó escrito en uno de sus libros.
Es difícil pensar lo que un segundo antes de morir se le pasó por la cabeza a Politkovskaya aquella tarde cuando al abrirse las puertas del ascensor vio a un hombre delgado vestido de oscuro apuntándole al pecho, seguramente con una pistola Makarov.
Pero los suyos sabían que Anna estaba preparada para ser asesinada.
Habían ensayado su liquidación con la propia periodista, esperando que esa liturgia macabra la hiciese desistir de una vez de seguir fisgando.
Pocas personas han narrado una ejecución fingida.
Ésta es el relato de Politkovskaya sobre la detención y el abuso que padeció en una aldea de Chechenia: "El teniente coronel con un rostro moreno y ojos saltones oscuros dijo en un tono serio: 'Vamos. Voy a dispararte'. Me llevó fuera de la tienda en completa oscuridad. Las noches aquí son impenetrables. Después, caminamos por un tiempo, dijo: 'Estés lista o no, aquí vengo'. Noté una detonación cerca de mi. El teniente coronel estaba tan feliz cuando me agaché del susto. No te acostumbras a esto, pero se aprende a vivir con ello".
Nunca pensó en marcharse.
"El exilio no es para mí. De ese modo, ellos ganarían", dijo al recibir un premio del PEN club a principios de 2005.
También había sufrido un envenenamiento (cuando viajaba a investigar la matanza de Beslán) y múltiples amenazas a lo largo de su carrera.
Pero no se callaba nada: "Lo que sé lo cuento", decía en casa.
Aquel 7 de octubre nublado, mientras metían su cadáver cubierto con una sábana en un coche, el Kremlin se encogió de hombros y prometió investigar.
El nombre de Politkovskaya se sumó a la lista de más de 300 periodistas muertos o desaparecidos en Rusia desde 1991.
Pero Politkovskaya, que murió con 48 años, brillaba más que el resto.
Sus libros se leían en Occidente.
Había recibido los premios de Amnistía Internacional, el Olof Palme y el Vázquez Montalbán de periodismo.
Hasta llegó a ser mediadora entre el Gobierno ruso y los terroristas que secuestraron un teatro de Moscú en 2002.
Su choque con el poder fue frontal.
Una y otra vez.
Escribió un libro titulado La Rusia de Putin: la vida en una democracia fallida, en el que criticaba la política del Kremlin durante la segunda guerra chechena y acusaba al servicio secreto ruso FSB de reprimir todas las libertades civiles para establecer una dictadura al estilo soviético.
Los rusos, advertía, tenían su parte de culpa: "La sociedad ha mostrado una apatía sin límites (...) Cuando los miembros de la Checa [policía política de Vladimir Lenin] se afianzaron en el poder, les dejamos ver nuestro miedo y, desde entonces, sólo se ha intensificado su pulsión amenazante. La KGB sólo respeta lo fuerte, devora lo débil. Debíamos saber eso".
Politkovskaya escribió cosas que se han repetido después. "Nos estamos precipitando al abismo soviético, en un vacío de información que aleja a la muerte de nuestra ignorancia. Todo lo que nos queda es Internet, donde la información todavía está libremente disponible. Pero trabajar como periodista implica un total servilismo a Putin para el resto. De lo contrario, puede significar la muerte. Una bala, veneno o juicio: lo que nuestros servicios especiales, los perros guardianes de Putin, crean adecuado"
Mikhail Turovsky escribió que la muerte está tan ocupada con la vida que no tiene tiempo para nada más.
Tras los asesinatos de Politkovskaya, en 2006, y de la activista de los derechos humanos y periodista Natalia Estemirova, en 2009, en la capital de Chechenia, la zona se ha convertido en un avispero donde los periodistas evitan pasar mucho tiempo.
Investigadores españoles como Marta Ter han denunciado que es difícil dar con una persona en Chechenia que quiera hablar sobre lo que está pasando.
"Evito citar a la gente con la que hablo porque les estoy poniendo en peligro", lamenta Tania Loshkina, jefa de Human Rights Watch en Moscú y visitante cada vez menos habitual de la capital chechena.
Amparado en su rol de pacificador de Chechenia, Kadirov es criticado por haber instaurado un régimen acusado de secuestrar, torturar y asesinar a civiles con impunidad.
Incluso las propias fuerzas federales rusas están hartas de sus desafíos.
"No soy la única en peligro"
Es probable que el último sentimiento de Politkovskaya antes de ser apagada a tiros fuera el de sorpresa.
Pero no de extrañeza.
"La gente a veces paga con su vida por decir bien claramente lo que piensa. De hecho, una persona puede incluso ser asesinada por proporcionarme información. No soy la única que está en peligro", había dicho en Viena en 2005.
La investigación indicó como motivo principal del crimen la actividad profesional de la periodista.
En junio de 2014, el Tribunal de la Ciudad de Moscú condenó a cadena perpetua a los autores materiales del crimen, Rustam Majmudov y Lom-Alí Gaytukaev.
Dos hermanos del primero, Ibraguim y Dzhabrail, y los ex policías Serguei Jadzhikurbanov y Dimitri Pavliuchenkov, que habían actuado como cómplices, fueron castigados con duras penas de prisión.
Pero la persona que ordenó el asesinato sigue sin haber sido descubierta.
La tarde de este viernes, una comitiva de coches recorrerá la ciudad repitiendo el último itinerario de Anna con pancartas recordando los 10 años de un crimen que conmovió a la habitualmente hastiada sociedad rusa.
"A las 16:02 exactamente, justo en el momento en que sonaron los disparos, unos músicos van a interpretar una pieza clásica -la que solía escuchar en el coche- y en las ventanas de la redacción aparecerán 10 retratos enormes, después habrá un brindis póstumo", explica el director de Novaya Gazeta, Dimitri Muratov.
Politkovskaya era una mujer valiente, delgada y de pelo gris.
La cantidad de bolsas de comida que llevaba el día que la mataron le venía un poco grande a sus hábitos alimenticios.
En realidad eran para su hija, Vera, que estaba embarazada y cuya nutrición se había convertido en una nueva obsesión para la inminente abuela, que no llegó a conocer a su nieta.
La niña nació cinco meses después.
Le pusieron Anna, un nombre muy común en honor a una periodista extraordinaria cuya mesa en la redacción nadie ha vuelto a ocupar.
Un gesto en recuerdo de una conciencia crítica que le han robado a Rusia.
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