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Opinión: Mientras la violencia crece en México, AMLO lanza una ofensiva contra la prensa
Por León Krauze
04.03.2022
El periodista mexicano Martín Patiño habla con un testigo en la escena del incendio de un vehículo para transmitirlo en un canal de televisión local en Guadalajara, Jalisco, México, el 1 de marzo de 2022. (Ulises Ruiz/AFP)
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), sigue intensificando sus ataques contra la prensa.
Es una situación alarmante en el país más peligroso del hemisferio occidental para ejercer el periodismo.
Solo en lo que va de este año, cinco periodistas han sido asesinados.
Hace pocos días, en un descarado (y probablemente ilegal) acto de intimidación, AMLO divulgó públicamente lo que, según él, eran las fuentes de ingresos de Carlos Loret de Mola, periodista y columnista de Post Opinión, quien ha revelado presuntos escándalos de corrupción.
En los días siguientes, el presidente exigió que otros periodistas revelaran sus ingresos.
Insinuó que los periodistas de ese grupo (en el cual fui incluido) eran miembros de una camarilla conservadora secreta.
Su obsesión por caracterizar a los periodistas como enemigos políticos no solo contribuye al clima mortal de intimidación en México, sino que también revela los esfuerzos descarados del líder populista por ocultar el hecho de que el país se está volviendo cada vez más peligroso y que actualmente varias regiones ya parecen zonas de guerra.
El fin de semana pasado, en el estado de Michoacán, se reportó que una enorme caravana de hombres fuertemente armados entró al pueblo de San José de Gracia e irrumpió en un velorio.
Allí procedieron a alinear a un grupo de personas contra una pared y les dispararon.
No se sabe todavía el número exacto de muertos, pero la supuesta ejecución, bajo una lluvia de balas, al parecer fue captada en video.
Apenas unos días antes, decenas de hombres fuertemente armados entraron a Caborca, Sonora, cerca de la frontera con Estados Unidos, y abrieron fuego, aterrorizando a la comunidad.
Al menos dos personas murieron.
Estas masacres traen a la mente otras que han sacudido a México a lo largo de la prolongada guerra del país contra la violencia de los cárteles de la droga.
En 2010, unos sicarios asesinaron a 13 personas en un centro de rehabilitación de drogas en Tijuana.
Luego, en 2014, 43 estudiantes normalistas del pueblo de Ayotzinapa, en Guerrero, otro estado que ha sufrido años de violencia, fueron secuestrados por una organización criminal, con la complicidad de las autoridades locales.
Al menos 38 de ellos fueron asesinados.
Las masacres de Tijuana y Ayotzinapa cambiaron el rumbo de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
El debate público en México también cambió.
En ese entonces, siendo la figura más destacada de la oposición en México, AMLO no se anduvo con rodeos.
“Ayotzinapa es un caso imposible de cerrar sin hacer justicia”, tuiteó en 2014.
“De nada les va a servir manipular o querer hacer prevalecer la impunidad”.
Pero ahora, unos siete años y medio después, y ya en el poder, ha reaccionado a la masacre de San José de Gracia de una forma muy diferente.
Al principio, cuestionó la veracidad de los informes y sugirió que los periodistas habían sacado conclusiones precipitadas, a pesar de que las autoridades locales y equipos de televisión habían visitado el lugar y habían encontrado evidencias de la masacre, incluidas manchas de sangre y casquillos de bala.
El martes 1 de febrero, pocos minutos antes de que sus propios funcionarios de seguridad nacional confirmaran los detalles de la matanza, siguió asegurándose de poner en duda las intenciones de la prensa.
“Cualquier cosa que sucede, como estos lamentables hechos, (ellos) le dan vuelo”, dijo.
“Hay mucha desinformación porque el conservadurismo está empeñado y desesperado en atacarnos, la mayoría de los medios de información en coro en contra de lo que estamos llevando a cabo que es una transformación del país”.
El periodista Jorge Ramos, uno de los objetivos recientes de los ataques de López Obrador, lo explicó bien en un artículo: “Informar sobre la violencia en México no es golpetear. Se trata de destacar el principal problema del país. Eso es lo que hacen los periodistas”.
López Obrador no lo ve de esa manera.
Ve a los periodistas independientes como rivales políticos.
Por eso incluso le gusta ofrecer su propia versión de “hechos alternativos”.
México enfrenta una lucha que no se parece a nada que el país haya visto en su guerra contra el crimen organizado.
Ya se proyecta que el mandato de López Obrador terminará siendo el más sangriento en la historia moderna del país.
Solo en los primeros tres años de su gestión, más de 100,000 mexicanos han sido asesinados.
La decisión del presidente de continuar usando su tiempo, su esfuerzo y su poderosa plataforma para intimidar periodistas, en lugar de enfocarse en denunciar y perseguir criminales y resolver el violento conflicto del país, es moralmente inexcusable.
Es una negligencia de su deber de proteger a todos los mexicanos, no solo a los que simpatizan con él y su partido político.
fuente
"THE WASHINGTON POST", EE.UU., 04.03.2022
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