POLÍTICA EXTERIOR…
Y COMO…
QUEDAMOS DESNUDOS
La política exterior de Argentina está en una deriva peligrosa
October 24, 2022
Si alguien preguntara “¿qué es y qué quiere ser hoy la Argentina ante el mundo?” se quedaría, después de adentrarse en un laberinto, con las manos vacías.
Un interrogante sin respuesta o, en el peor de los casos, con respuestas opacas y hasta desoladoras.
Esta semana se llevarán a cabo dos reuniones importantes en el marco de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya presidencia pro tempore corresponde a la República Argentina.
Este martes 25 de octubre, habrá una audiencia de trabajo bilateral entre el canciller Santiago Cafiero y el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell Fontelles.
El miércoles 26, se encontrarán los ministros de Relaciones Exteriores de los 32 países que integran la CELAC.
Todo mientras transcurre la crisis propia, lo que quizás contribuya a que algo de lo que sucede en este y otros ámbitos donde se expresa la política exterior pase inadvertido en la esfera local.
No obstante, los errores en esta materia pueden tener un alto costo.
Más aún, para una nación endeudada que busca reconstruir la credibilidad minada por años de compromisos incumplidos, con fragilidad económica y reglas de juego cambiantes.
Pero, sobre todo, para un país que supo ser otra cosa ante la región y el mundo.
De la relativización de las grandes crisis de derechos humanos en la región a las simpatías sobreactuadas con Rusia o China, el gobierno de Alberto Fernández ha enviado un sinfín de mensajes erráticos a un mundo en conflicto.
Días después de las revelaciones escalofriantes del informe de la Misión Independiente de la Organización de las Naciones Unidas en Venezuela, que se dieron a conocer a fines de septiembre, Argentina se abstuvo en la votación para renovar el mandato (que, finalmente, resultó favorable a la continuidad).
En la investigación, se señala a fuerzas del régimen de Venezuela como una maquinaria para “reprimir la disidencia mediante la comisión de crímenes de lesa humanidad” y se detallan los métodos de tortura denunciados en distintos centros de detención.
En la argumentación de la abstención, leída por Sebastián Rosales, representante de la Cancillería Argentina, se expresó: “Es el diálogo y la cooperación con todos los actores del gobierno y de la sociedad civil venezolana el único camino para lograr que estos desafíos sean enfrentados adecuadamente y que el Estado venezolano cumpla con todas sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos”.
La utilización del término “desafíos” para referirse a abusos es uno de los tantos rebusques y eufemismos de un repertorio ya habitual de los representantes actuales en los organismos internacionales.
El informe de la Misión hace referencia a centros inhumanos como El Helicoide, a lugares clandestinos de detención, a metodologías siniestras de tortura física y psicológica (incluida violencia sexual) y a la sistematicidad de los abusos cometidos por las fuerzas del régimen de Nicolás Maduro, que funcionan como una maquinaria para reprimir la disidencia.
Al respecto, Oscar Laborde, actual embajador de Argentina en Caracas, relativizó los hallazgos y manifestó en una entrevista radial: “La Misión Internacional sobre Venezuela fue una iniciativa del Grupo de Lima y son tres personas que ni siquiera vienen a Caracas. El relato es muy distinto a los informes del Alto Comisionado. Parecen dos países distintos”.
Sin dudas, Venezuela es un capítulo aparte para el gobierno de Fernández junto a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Con el kirchnerismo más duro todavía abrazado a la nostalgia de la Patria Grande, como llamaba Hugo Chávez al proyecto megalómano de integración regional —bajo un ideario socialista—, la solidaridad con el régimen bolivariano por parte de la facción mayoritaria en la coalición de gobierno opera como un muro de resistencia a la hora de que Argentina honre los valores que supieron organizarla en su relación con el mundo.
El presidente argentino llegó incluso a afirmar, meses atrás, que el problema de los derechos humanos en Venezuela “poco a poco, ha ido desapareciendo”.
Todo esto, mientras los organismos continúan denunciando y hay todavía presos políticos bregando por su libertad.
Junto con Venezuela, vienen otros dos temas desconcertantes: Nicaragua y Cuba.
En el primer caso, en octubre de 2021, Argentina se abstuvo de votar una resolución de la Organización de Estados Americanos (OEA) que pedía la liberación de presos políticos bajo el régimen del binomio de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Entonces, el embajador argentino ante el organismo, Carlos Raimundi, sostuvo: “Hay elecciones para las cuales se invocan algunos estándares que desde luego son universales, y otros estándares que cada pueblo construye a partir de sus leyes soberanas, sus tradiciones, sus raíces, su historia y su cultura”.
¿Se refería a la “tradición” de reprimir brutalmente —con persecución judicial y con las fuerzas regulares y paramilitares— a casi todas las voces opositoras y empujar al exilio o al silencio al resto?
La selectividad en la invocación de la “no intervención” o del respeto a la “libre autodeterminación” es otro de los senderos de doble vara por los que transita la política exterior de la actual administración.
Se invocan para no condenar categóricamente a regímenes autocráticos, pero se olvidan para manifestar simpatías personales de funcionarios del más alto rango con candidatos políticos de otros países.
Van así las felicitaciones al ganador de apenas una primera vuelta electoral en nuestro país vecino, Brasil.
La cronología de 2022 reforzó desde el principio la deriva.
Fernández comenzó el año con una gira internacional.
A comienzos de febrero, fue a buscar acuerdos e inversiones a Rusia y China.
Al primer país y a su presidente, Vladimir Putin, el jefe del Estado argentino ya había manifestado el agradecimiento por la vacuna Sputnik V, insumo que, por supuesto, el país pagó y cuyos plazos de entrega fueron motivo de fuertes cuestionamientos a la actual gestión.
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“Estoy empecinado en que la Argentina tiene que dejar de tener esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo (Monetario Internacional) y Estados Unidos, tiene que abrirse camino hacia otros lados y ahí Rusia tiene un lugar muy importante”, le dijo Fernández a su par ruso.
Además, afirmó: “Tenemos que ver la manera en que Argentina se convierta en puerta de entrada de Rusia en América Latina de un modo más decidido”.
Poco más de 20 días después, Rusia invadía Ucrania.
Cabe aclarar, aunque es obvio para casi cualquiera, que la escalada de tensión se estaba dando durante y antes de la gira de Fernández.
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Recientemente, un comunicado de Amnistía Internacional cuestionó que no se debatieran los crímenes de lesa humanidad denunciados en China.
En el mismo comunicado, la oficina local de la organización enfatiza que la Argentina fue uno de los 11 países que se abstuvieron de votar para que se discutiera en el Consejo la situación de derechos humanos en la región de Xinjiang, con denuncias de abusos contra la comunidad uigur, una minoría musulmana.
En esa misma semana, Argentina se abstuvo no solo de votar la continuidad de la Misión en Venezuela (calificada como “vergonzosa” por la titular de Human Rights Watch para las Américas, Tamara Taraciuk) sino también de apoyar una declaración de la OEA titulada “Continuo apoyo para el fin de la invasión rusa en Ucrania”, que condena la invasión rusa a Ucrania y los crímenes de guerra cometidos en territorio ucraniano por parte de las fuerzas rusas.
Volvamos ahora a la pregunta del principio. “¿Quiénes somos ante el mundo?”.
Quizás para responder esa interpelación, haya que mirar hacia el pasado reciente.
Vale la pena recordar el camino de un país que, con la convicción política del presidente Raúl Alfonsín, salió de una dictadura y se propuso juzgar a los represores.
Ese mismo país que, abrazando a las víctimas y, en la voz del fiscal Julio César Strassera, dijo “Nunca más” y plantó bandera ante el mundo sobre lo que significaba defender los derechos fundamentales.
Una bandera que, por definición, es universal y no puede estar supeditada a solidaridades partidarias sino a la defensa de los valores de humanismo y justicia.
Principios universales que debemos reivindicar en cada espacio de discusión para demostrar ante el mundo —y sobre todo, ante nosotras y nosotros mismos—, de qué estamos hechos.
fuente
"The Washington Post", EE.UU., 25.10.2022
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