¡¡NO FUE MAGIA...!!
Incalificable
¿Cómo calificar a alguien que llama a “estar todos juntos, a trabajar todos juntos” (usando como muñeco de su performance al intendente de 3 de Febrero, Diego Valenzuela) y que, menos de 24hs después, afirma que el ex presidente Macri no terminó unas viviendas en Avellaneda “por odio”?
A ver, de nuevo, ¿qué calificativo merece una persona así?
Vamos a dar por sentado, primero, para beneficio del debate que es, efectivamente, una persona y que no es un protozoo para quien quizás la filosofía podría entregarnos otros términos.
Pero siendo una persona, ¿de qué materia química está hecha esta persona que insinúa que quien lo precedió en el cargo no terminó un conjunto de viviendas porque odiaba a la gente que supuestamente iba a vivir en ellas?
¿Será que dominan tanto los ribetes de ese sentimiento tan bajo que creen verlos en los demás, cuando son ellos los únicos que los destilan?
¿Cómo es posible que alguien que llama a no utilizar estos tiempos difíciles como excusa para especular políticamente, 24hs después exprese públicamente semejante exabrupto?
El primer llamado a la supuesta armonía, Fernández lo había hecho en la repetida fórmula kirchnerista de inaugurar 40 veces una misma cosa.
En efecto, las paradas de colectivos (parece mentira que en la Argentina del siglo XXI, el presidente de la nación inaugure personalmente unas paradas de colectivo) habían recibido la primera inauguración el 4 de septiembre de 2020 con el entonces ministro Meoni presente en el acto.
Ahora, una vez más las principales figuras del gobierno echando mano a esa excusa para mostrar algo que no existe: gestión que resuelva los problemas de la gente.
Pero esa es una cuestión secundaria, frente a semejante barbaridad.
Varias veces hemos mencionado aquí la palabra “cínico” para definir al presidente.
El “cínico” es alguien que no tiene vergüenza.
Es tan impúdico que no le importa mentir en la cara de la gente.
No se le mueve un pelo frente a sus más groseras contradicciones porque es un descarado.
El presidente es el protagonista de un pacto secreto cuyas cláusulas lo pusieron en el lugar que está, con más, claro, otros beneficios compensatorios.
En cumplimiento de ese contrato no trepida un segundo en sobreactuar un personaje con tal de satisfacer a su mandante, incluidas, por supuesto, bajezas como las que protagonizó ayer.
Pero con todo lo preocupante que resulta tener un presidente de estas características -que uno, para sentirse más cómodo, se siente tentado de decir que es “incalificable”, porque lo que dice no puede calificarse adecuadamente dentro del florido vocabulario castellano- no es lo más serio que este episodio deja trascender.
Fernández es cierto que firmó un pacto con la Sra. de Kirchner que posibilitó el regreso de ésta al poder.
Después de once años ininterrumpidos de proferir las más duras calificaciones contra la ex presidente (desde que su gobierno fue “deplorable”, hasta sugerir su intervención en el asesinato del fiscal Nisman, pasado por la calificación de “delincuente” por haber firmado el memorándum con Irán) Fernández completó un triple mortal en el aire y acepto su designación como candidato a presidente por quien iba a ser su candidata a vicepresidente.
Se trató de una parábola increíble para todos los que fuimos testigos de ella.
Los archivos del hoy presidente circulan por las redes como testigos vivos de su cinismo.
Pero de vuelta, eso no es lo peor.
Que un personaje así sea hoy el presidente de la república, más que hablar de él habla de nosotros.
¿De qué materia química estamos hechos nosotros para haber permitido que este ser incalificable llegue a la más alta posición del Estado?
¿Cómo pudimos permitirlo?
Es cierto, que no todos están metidos en esa bolsa.
La actual coalición de gobierno ganó la elección por 7 puntos porcentuales.
Fueron muchos los que rechazaron semejante impudicia.
Pero aun así esos resultados reflejan que hay una mayoría social hecha de una materia que permite el acceso al poder de esta calaña de gente.
Los Kirchner y los Fernández no existen por generación espontánea ni han llegado donde llegaron porque cayeron de un aerolito: están donde están porque allí los pusieron la mayoría de los argentinos.
Entonces la pregunta sobre la composición química de Fernández rebate sobre la sociedad.
¿De qué estamos hechos nosotros como para permitir que sucedan estas cosas?
Hay que caer muy bajo para elevar al poder a una banda probada de ladrones; a gente que había dado muestra de su desvergüenza y del descaro de perseguir lisa y llanamente la división de los argentinos; la profundización de una herida histórica que ellos han convertido, a esta altura, en casi insalvable.
Escuchar a Fernández o a la comandante de El Calafate sin experimentar cierto asco frente a tanta desfachatez es una tarea cada vez más compleja.
Tan compleja como comprender los secretísimos pliegues de la personalidad argentina que permite entregar el país a un conjunto de impresentables que solo sirven para echar combustible a un fuego extendido e inacabable que ellos mismos empezaron.
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